Los sonidos del renacimiento de la música folk flotan en el aire como un perfume extraño e intoxicante. Comienza un viaje, audaz y muy emotivo, dentro de un club nocturno, en una húmeda noche invernal. Y el público observa los esfuerzos de un hombre por reconciliar su vida y su arte. Podría estar recordando Inside Llewyn Davis de los hermanos Cohen, pero voy a hablar de Micah P. Hinson y su reciente concierto en la sala La Salvaje de Oviedo, con entradas agotadas días atrás.

El enfant terrible del indie folk americano volvía a Asturias, tras el gatillazo de su última visita y la expectación era muy grande. Entre otras cosas, porque había ganas de ver como defendía When I Shoot At You With Arrows, I Will Shoot To Destroy You, publicado a finales de octubre de 2018. Un disco que grabó en un solo día al este de Texas y cuyo germen se ubica en España, porque según comenta, la inspiración llegó en el Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela al ver las esculturas que rodean al apóstol, “veinticuatro músicos, mirando, afinando o simplemente esperando”.

Micah P. Hinson subió al escenario con su guitarra acústica y se plantó ante un micrófono y un atril lleno de papeles, que usó durante toda la actuación. Primera confirmación, sigue manteniendo esa perpetúa imagen de desastre con patas. Primera novedad, en el escenario destacaban una botella de leche entera (Central Lechera Asturiana, of course) y una manzana. Dos elementos que consumió a lo largo del concierto y que terminaron siendo su banda de acompañamiento, con permiso de la guitarra, que sonaba casi espectral e intangible. Segunda confirmación, sigue predicando entre canción y canción, a su manera, pero sigue predicando. Fueron varias las peroratas lanzadas en un acento texano, difícil de seguir por momentos. Micah parece abandonar su rol de predicador del evangelio, para convertirse, más bien, en un parroquiano del bar contando sus cosas y lanzando tacos con la palabra fuck pegada a la boca, al borde del record Guiness. Pero en el fondo, la metodología y la escenografía de su directo es pura religión, porque los espectadores, de pie y sin saber cómo iría el set, vivimos una sensación de misterio, experimentando algo que nunca volverá a suceder. Y lo hicimos en comunión, transcendiendo unos ochenta minutos juntos. Bueno, sobraban miradas al reloj, pero se le perdonan, porque venía de tocar en Pontevedra y al día siguiente lo haría en Bilbao.

Tercera y definitiva confirmación, la voz ronca y grave, cada vez más cercana a la de Tom Waits. Un arma personal que despierta los oídos de los fantasmas que acechan a Estados Unidos y de paso al resto de planeta. Pero como la gira va en formato acústico, esa voz también nos trasladó al sonido del aire libre, recordando, a veces, a Will Oldham y Vic Chesnutt. Beneath the rose, Oh Spaceman o Leasing on the everlasting arms dan fe de ello.

Micah confesó que tiene “el corazón lleno como un vertedero, un trabajo que le mata lentamente, moratones que no curan y que se ve muy cansado”. Pero no lo dijo hablando, sino cantando No surprises de Radiohead, que parecía escrita para él. Y la cantó con un cigarrillo emboquillado pegado en la comisura de los labios, haciendo caso omiso de la ley antitabaco. Y con sus ojos parecía decirnos en la calle, donde terminó firmando discos mientras fumaba, que algún día encontraremos los sueños que dejamos atrás, aunque no sean tan brillantes como parecen. Yo, mientras tanto, seguiré escuchando The dreams you left behind.

Micah P. Hinson actuó en la sala La Salvaje de Oviedo el miércoles 5 de febrero de 2020


Jose Antonio Vega
 es colaborador de laEscena
@joseanvega64