FOTO: MARÍA RAMOS

Acto I. Aire

No era un reto fácil el que ayer tenía José María Esbec con el estreno de ‘Aire’ en la sección Almagro OFF. Unas horas después la Compañía Nacional de Teatro Clásico dirigida por primera vez por Mario Gas presentaría en el Teatro Adolfo Marsillach otra versión de esta misma tragedia. El destino había querido poner delante del montaje de Threer Teatro una montaña gigantesca a la que escalar. La coincidencia parecía un dardo lanzado por los propios dioses que condenaron a Semíramis.

Pero Calderón desgarra desde cualquier punto de vista y el ser humano busca cualquier resquicio de libertad. Calderón contemporáneo sin concesiones, sin requiebros. Calderón directo al mentón. Esencial. En blanco, negro y detalles en rojo como un Guernica en movimiento. Cinco personajes sufrientes hasta en las gotas sarcásticas de humor negro. Calderón descarnado como un hueso comido por los cuervos. Poesía esencial.

Acto II. Sangre

Sangre originaria. Sangre que se queda fría a la vista del ser humano. Sangre debajo de las alfombras y que se derrama sobre las manos de una Semíramis niña como una marca indeleble y eterna. El resto será sólo dejarse llevar. 

Violencia latente como la del arma de fuego liberadora que sueña Semíramis. Violencia latente como la del pelo rasurado de Zaida Alonso que llena sus facciones de fiereza o de una Semíramis niña a la que el destino pretende arrancar las alas y las entrañas.

La sangre de Calderón y de Babilonia que va corriendo como un río hasta el tiempo presente. Semíramis violenta y violentada, con la crueldad que sólo pueden tener las víctimas.

Acto III. Sudor

Nadie como Calderón para hablarnos de jaulas físicas y mentales. Nada como la Mancha a cuarenta grados para asfixiarnos el cuerpo y el alma. 

Dentro del silo, el aire acondicionado apagado y un público asfixiado y sudoroso que siente la asfixia de la jaula. La temperatura aumenta exponencialmente por los cuerpos humanos y por los focos inquisitoriales. La sangre se seca rápidamente en los cuerpos de las actrices pero no cicatriza porque es una herida que supura. 

Acto IV. Lágrimas.

Como las de Zaida Alonso en los instantes finales. Lágrimas tan verdaderas como si la hubiera poseído la propia Semíramis. Lágrimas de dolor, de asfixia, de sangre, de furia y de rabia. Un grito para que lo obvio y lo habitual no se convierta en lo normal. Jaulas en las que habitamos por ser quienes somos. 

Difícil reto el de seguir caminando a pesar de todo.

FOTO: MARÍA RAMOS

José An. Montero
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