Jay Ferrara / ©LEVfestival_Elena de la Puente

Confesión inicial. Ninguno estaba en mi lista de favoritos elaborada antes del arranque de la presente edición del Laboratorio de Electrónica Visual, con más sedes y sesiones que en años anteriores. Y es que el Festival liderado por Cristina de Silva y Nacho de la Vega ya está en tal fase de madurez que uno se relaja y se deja llevar sin revisar en exceso el programa, sabiendo que la nota media será, como mínimo, un notable. Y más si vuelve gente conocida como el colectivo berlinés Transforma con su último proyecto, «Manufactory», una performance audiovisual con música de Sascha Ring (Apparat). En el programa se anunciaba como un homenaje al mundo del trabajo, desde los primeros artesanos hasta los ritmos diarios de las fábricas y líneas de producción modernas. Tal cual. A medida que avanzaba el set con sus miembros detrás de mesas/atriles la sensación estética se acercaba a una especie de Kraftwerk en Hunosa. La plasmación con su nuevo formato y la ampliación de su práctica a la coreografía y el teatro parecen la evolución natural de su producción. Solo un pero, quizá sobrara el último relevo porque la duración lastró el resultado.

Pero pasemos al trío que da título a la revisión y vayamos directos al final. Domingo 14.30 horas, Jardín Botánico. Día soleado, entradas agotadas, caras cansadas y un hombre serio que sale a escena. Con esta perspectiva inicial se intuía alguna que otra cabezada entre el personal. Sobre el papel, Oliver Coates es un tipo meticuloso con un enfoque analítico de la vida y un dominio microscópico del violonchelo, avalado por la calificación más alta otorgada a un estudiante graduado de la Royal Academy of Music. Durante muchos años centró su trabajo en la interpretación de piezas ajenas hasta que se convirtió en compositor, y ese fue el perfil con el que se presentó en Gijón.

Descalzo para manejar con los pies la maquinaria que tenía dispuesta a su alrededor, se mostró feliz desde el primer momento mostrando una especie de agonía silenciosa al contar y diseñar sus propias estructuras. Unas canciones que son producto de una laboriosa disección y reensamblado. Para su actuación en el Jardín Botánico utilizó cadenas de efectos en las que su cello se ejecutó a través de una serie vertiginosa de retrasos, phasers, trituradores de bits, cambio de tono y reverberaciones. Autopista directa al cielo.

Y en cielos y paraísos lejanos habitan los elfos, rubios y esbeltos, dedicados a la coreografía, escultura y música en tiempos de paz. Una puerta astral consiguió que uno de ellos aterrizara el sábado en el Pueblo de Asturias. Colin Self llegó con una performance que combinó piezas de sonido experimental y un cibertechno de alta velocidad para confeccionar un set exuberante y seductor. El artista, nacido en Estados Unidos y residente en Berlin, lleva años componiendo una serie operística de seis partes llamada «Elation» en la que siempre está presente la voz, desde las armonías corales a las frases vocales procesadas, pasando por la poética de las palabras habladas.

Las canciones experimentales mostraron la versatilidad de la voz, mientras que en las más “populares” deleitó con su timbre. Se encontró cómodo en esa dualidad y llevó al extremo su propuesta de opereta, realizada con humor y drama. Y claro, la pradera del Pueblo de Asturias se convirtió de repente en la fiesta mayor de Rivendel. Y el público, que se fue acercando cada vez más al escenario, percibió su espectro infinito y estimulante lleno de emociones, desde las que eran artificialmente irreales a las que mostraban toda su vulnerabilidad.

Transforma / ©LEVfestival_Elena de la Puente

 

Los vermús se alargan hasta media tarde de vez en cuando y en el caso del L.E.V. siempre. Este año el final de la sesión en el Pueblo de Asturias y el arranque en la Sala de Pinturas tuvo marcado sello asturiano. Jailed Jamie, nuevo alias del músico y productor asturiano Jaime Tellado, cerró el tríptico de la mañana con un set más  abierto y luminoso de lo que hace con Skygaze, presentado su apuesta por la pista de baile, pero sin dejar a un lado sus compactas composiciones y ritmos quebrados. Javier Otero también propone proyecto con nuevo alias, Jay Ferrara, dejando a un lado sus aventuras indies, post-rock, post-punk y RnB funerario. Salió en formato trío con estética blanco nuclear y en formato dowtempo jugueteó entre la abstracción y el experimentalismo con unas ajustadas dosis de autotune. Ceremoniosidad mimetizada con el espacio y la hora.

Y de la Sala de Pinturas al Teatro para visualizar las propuestas de Transforma, Caterina Barbieri & Ruben Spini y Alex Augier & Alba G. Corral con el estreno mundial de ex(O), una propuesta artística transversal y coherente en torno a la imagen, el espacio y el tiempo. Y del Teatro a la Nave de Laboral Centro de Arte en una carrera de fondo para ver a Klara Lewis, Robin Fox y Gazelle Twin, que adelantó su actuación. Así que tras once actuaciones seguidas el cuerpo estaba lanzando señales de agotamiento y retirada inmediata.

Pero un chivatazo de última hora (“no te pierdas a Iglooghost porque dará que hablar”) hizo que me quedara a ver el set más hiperactivo, maximalista y extraterrestre de todo el Festival. Sintetizadores que crujían, golpeaban y disparaban mezclados con exuberantes secciones vocales y de cuerda. Y todo con un espectáculo en torno a un inventado mundo de fantasía, influenciado por “Hora de aventuras” en el que su música es la banda sonora de aventuras cómicas ambientadas en el reino fantástico de Mamu, un lugar accesible a través del jardín de Malliagh.

Detrás de Iglooghost está Seamus Malliagh, artista visual y músico digital irlandés, que jugó al desequilibrio constante, llevando a la duda sobre si había que escuchar, bailar o visualizar sus fundamentos narrativos fantásticos. Difícil elección para espectadores electrónicos que fueron jóvenes en el milenio pasado, pero realidad cotidiana para los “zentenials” que se concentraron en primera fila y son capaces de bailar mientras revisan youtube y envían mensajes. Los visuales que saltan de la pantalla a la realidad y los muñecos cobrando vida para bailar en el escenario anuncian que la fiesta de la Generación Z viene para quedarse y amenaza el reinado de tendencia abstractrogeométrica.

Y si algo quedará en la retina de la presente edición es la instalación «Melting Memories». Excelentemente ubicada en la Iglesia de La Laboral, la obra de Refik Anadol combina pinturas de datos, proyecciones de luz y esculturas de datos aumentados para demostrar visiblemente cómo el cerebro recuerda los recuerdos. Y en una montaña rusa de sensaciones, nos lanza a remolinos en movimiento que se mueven a través de la superficie de la obra, asemejándose a las olas del océano, a las flores en flor y a la arena que se mueve, saliendo incluso del marco.


Jose Antonio Vega
 es colaborador de laEscena
@joseanvega64