Llegó a las carteleras el día 23 de septiembre. No le ayudará en su promoción, creo, un título poco acertado que echará para atrás a los adultos serios pensando que es otra mamarrachada infantil o juvenil (la foto promocional con Viggo Mortensen y familia vestidos de domingo friki es otra exigencia añadida), y que tal vez acerque al cine a los adolescentes ávidos de superhéroes más o menos marvelianos para defraudarlos enseguida. No le ayudará tampoco su tono algo pedante, su estética indie y familiar al mismo tiempo, su simbolismo tan evidente, su toma de postura tan política, su dureza de argumentos, su oscuridad de planteamientos dentro de un cromatismo excesivo. No le ayudará un humor pretencioso, irónico y autoconsciente que toma como punto de partida la creación en el bosque de un miniestado familiar muy cercano a un socialismo utópico de base chomskiana en el que el crecimiento filosófico y el entrenamiento físico extremo marcan el día a día de unos niños tan aborrecibles como adorables.

La ausencia de la madre derrotada por su trastorno bipolar (todo es bipolar en esta historia), el choque generacional, la crítica acerba a la educación reglada, el mito del buen salvaje, la sociedad y sus exigencias, la violencia, los valores institucionales, la muerte, el anticapitalismo indignado, se concretan en una road movie a bordo del autobús de nombre Steve desde la Arcadia feliz y feroz, íntima y exigente, a la Babilonia capitalista y castrante del abuelo, militar de alta graduación retirado y hombre de orden. Y rico. La poética neohippy de Captain Fantastic enfrenta a Ben Cash (hasta el apellido es índice y señal) a sus obligaciones éticas, políticas y paternales, le empuja a volver a un redil del que huyó amargado. El espectador ve pronto la moraleja, es cierto, pero ésta no se impone a su posibilidad de elegir. Y la emoción, el humor, la ausencia de un maniqueísmo estéril, la brillantez en las interpretaciones, hacen de Captain Fantastic una joya.

Javier García Rodríguez es escritor