FOTO: BELÉN SUÁREZ PRIETO

Fui a Coney Island, en Nueva York, en el sur del condado de Brooklyn, persiguiendo la gloria del amor y me tropecé con la larga Mermaid Avenue. Fui por Lou Reed, menos por Tom Waits, y me tropecé con Woody Guthrie. Imagino que en su momento, cuando leí acerca del álbum Mermaid Avenue, que era el lugar donde tuvo su casa el hombre armado con su guitarra, su domicilio familiar en la avenida, luego el álbum se convirtió en la casa de los textos de Guthrie recuperados por Billy Bragg, que cantó y tocó con Wilco, y también está en alguna canción Natalie Merchant, primero el nombre de una larga calle en Coney Island, en el sur del condado de Brooklyn, luego el nombre de un álbum largo y espléndido, avenida y álbum casa de Woody Guthrie, imagino que en su momento leí que Mermaid Avenue estaba en Coney Island, la isla holandesa de los conejos, pero lo olvidé, como casi no escucho la canción de Tom Waits “Coney Island Baby”, que es una canción para acurrucarse y escuchar o para estar en una barra de bar y escuchar o para estar en el rincón más oscuro y escuchar, como tantas canciones de Tom Waits, casi no la escucho y olvidé que Mermaid Avenue estaba en Coney Island porque “Coney Island Baby”, la canción de Lou Reed que culmina el álbum de Lou Reed Coney Island Baby, hace que olvide todo, tantas veces.

Hace que olvide todo tantas veces porque no encuentro mejor narración que en ella de lo que es el amor, el amor sin maquillaje, sin endulzar, con todas las enormes contradicciones y desconciertos y soledades, y lealtades y refugio y paz, y la búsqueda de la gloria del amor. Hace que olvide todo en esa descripción de la ciudad, que me encontré en Coney Island, la ciudad a veces un circo, a veces una alcantarilla, llena de personas diversas, con diferentes sabores.

La soledad en la medianoche. Quien nos quiere, a pesar de equivocarnos; a quien queremos, a pesar de equivocarse; a quien queremos, a pesar de las advertencias…

Fui a Coney Island, en la ciudad de Nueva York, en el sur del condado de Brooklyn, porque quién no ha jugado alguna vez al fútbol solo por el entrenador. Solo por el entrenador, a pesar de las advertencias. Solo por el entrenador, a pesar de su dureza y de nuestro cuerpo enclenque. Solo por el entrenador, por su rectitud.

Fui a Coney Island, para tratar de rozar la gloria del amor y encontrar, entre el océano Atlántico, el infinito de la playa, los tiovivos y las norias, los perritos calientes, entre la diversión familiar y popular, la playa infinita, entre Mermaid Avenue y sus mujeres llenas de criaturas, entre el espejismo del calor, entre el joven que se durmió enfrente de mí, en aquel lugar de Mermaid Avenue donde paré a beber Coca-Cola, y se llenó de mocos y de babas, el joven de Lexington con la 125.

La ciudad, al fin. Para encontrar la sombra, la certeza, la dureza y la rectitud del entrenador.

Porque quién no ha viajado alguna vez solo por el espejismo del entrenador.

(Nunca llegué a la casa de Woody Guthrie).

Belén Suárez Prieto es cronista musical
belensuarezprieto.es