La historia de los Modlin no es una novela de misterio, pero podría serlo. A la escritora Ruth Rendell, sin ir más lejos, le hubiesen apasionado estas vidas. Tres personajes -un matrimonio y su único hijo: Margaret, Elmer y Nelson- abandonan América y se instalan en nuestro país, en Madrid, a comienzos de los años setenta. No son los años setenta americanos ni los del resto de Europa: son los años setenta donde está confortablemente asentada una dictadura, la del general Franco. La mujer es pintora, el marido actor secundario -muy secundario: su brevísima aparición en «La semilla del diablo», en la famosa escena en la que el personaje de Mia Farrow descubre la verdadera identidad de su hijo, determinará en cierto modo su destino- y cree, sobre todas las cosas, en la genialidad de su mujer. Quieren que su hijo se convierta en una estrella de cine. Los tres son muy guapos, cada uno en su estilo. La mujer tiene una belleza como de actriz antigua, el marido cierto aire de galán clásico y el hijo, quizá el más guapo de los tres, hubiera hecho las delicias de Andy Warhol para una de sus películas. Llevan una vida extraña, pasan la mayor parte del tiempo encerrados en casa, se hacen fotografías aún más extrañas, se concentran en la obra de la mujer, muy influenciada por el surrealismo. El enigma está dentro de lo que ocurre detrás de la puerta de su casa. El enigma puede ser diabólico, retorcido. Quién sabe.

Muchos años más tarde, en la misma calle madrileña donde vivieron, aparecen un montón de fotografías, enseres  y pertenencias de la familia. Los tres están muertos. Y alguien ha tirado a la basura todo ese material que un hombre, Paco Gómez, fotógrafo, recoge y examina con atención. Ahí comienza la búsqueda del enigma. La obsesión por averiguar cosas y más cosas de aquella pintoresca familia. ¿Dónde está la obra de la mujer? ¿Qué hacían detrás la puerta de su casa? ¿A qué venían todas aquellas fotografías? ¿Quién se deshizo de ellas? La indagación es larga y, en ocasiones, complicada. Una puerta abre la siguiente, y así sucesivamente. No siempre las puertas son fáciles de abrir. Paco escribe un libro con todo ello. Un libro que no es una novela de misterio, pero que lo parece. La búsqueda del enigma es apasionante y el modo de narrar minuciosamente la historia, también. Los hilos van trenzando el argumento. Las piezas encajan poco a poco en un monumental puzle. El enigma aún continúa. Incluso después de acabar de leer el libro, el enigma continuará. Sólo se hubiese podido descifrar por completo -creo-, si hubiésemos podido estar allí, en la casa, con ellos.

Confieso que a mí también me hubiese gustado estar allí, en aquella casa, como una sombra sigilosa, como un testigo silencioso, observando los movimientos de aquella familia, sus reacciones, sus extraños comportamientos. Observando sin ser visto, claro. Como un voayer que mira detrás de la cortina. Descifrando los motivos que les llevaban a perseguir sin descanso su único objetivo: ser famosos, ser reconocidos por su talento. No pudo ser. Lógicamente, nadie pudo estar allí, salvo algunas personas que sí pudieron y lo recuerdan en el libro. Tampoco llegó el reconocimiento, la ansiada fama que se empeñaban en conseguir. La mala suerte, estar en el lugar equivocado, el destino, o vaya usted a saber… Parte de esa gloria llegó después de su muerte, tras el descubrimiento de aquel montón de fotografías desparramadas en el suelo de una calle madrileña.

El texto es espléndido y va acompañado de numerosas fotografías de los personajes y de la obra de Margaret. Es un certero acercamiento a la vida de esas tres personas, a la complejidad del ser humano. A los miedos, a los anhelos, a las frustraciones. A lo que mostramos y a lo que ocultamos. A lo que somos y a lo que queremos llegar a ser. En el libro está contado. Aunque puede que no todo esté contado porque -quizá- no pueda contarse. Por eso algunas cosas las imaginamos. Siempre está bien leer entre líneas. Esas palabras que no se escriben pero que se intuyen entre las otras, las escritas. La vida es demasiado compleja. Y la de los Modlin no era una excepción. Todo lo contrario. Desde esas fotografías que estaban tiradas en la calle y que ahora aparecen en el libro, podemos intuirlo.

Se ha desvelado parte del enigma. La otra parte aún pulula por ahí, sabiendo que no llegará a ser descubierta jamás. Como si ellos, al desaparecer, se lo hubiesen llevado consigo. Aunque su presencia podamos intuirla cercana. Como la de esos fantasmas que se resisten a abandonar el castillo y cuya apasionante leyenda les precede.

Ahora estoy en la sala Malvin, contemplando parte del trabajo de Margaret. Es una obra extraña, misteriosa, llena de colorido y simbología. Búhos, calaveras, lunas, cierto misticismo… Tiene algo que consigue transportarte al mundo que conoces de la propia artista: esa concepción particular de las cosas, su ensimismamiento, su particular encierro en la casa de la calle del Pez… No olvidemos que se consideraba a sí misma la mejor pintora del Apocalipsis de todos los tiempos. Alentada, recordemos, por su propio marido.

La leyenda de esta curiosa pareja está forjada, indiscutiblemente. El tiempo dirá su parecer sobre la obra pictórica. No tan genial, me temo, como ella y su marido pensaban. Ni tan genial como su leyenda o como ese enigma que continúa ahí, inaprensible.

La obra de Margaret Marley Modlin puede verse en la Malvin Gallery hasta el 25 de noviembre.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades