Manolín el Gitano en Casa Ramón / FOTO: MÓNICA DE JUAN

Manolín el Gitano era un personaje de Diane Arbus. Con un historial de drogas, marginación y delincuencia de medio pelo a sus espaldas, creo que hubiese sido objetivo de la cámara de la fotógrafa neoyorquina. Quizá le hubiese captado con su vaso de plástico extendido para que alguien le pusiese en él unas monedas, o farfullando algún improperio, o comiendo una hamburguesa con queso del local de comida rápida que está justo al lado del lugar donde se ponía a pedir. O quizá, mezclando la fiesta con el drama (que, en el fondo, en eso consiste la vida: fiesta y drama, probablemente a partes desiguales), le hubiese fotografiado mientras bailaba salsa o reguetón en alguno de los chiringuitos que se montan en la zona antigua de la ciudad durante las fiestas de San Mateo, con un vaso de vino peleón en una mano y una muleta prestada en la otra. Hubiese logrado -estoy convencido- aunar la miseria y el arte, que es el legado que aquella mujer atormentada y genial nos dejó. Ahí tengo el catálogo con sus trabajos, aquellos que me deslumbraron cuando pude verlos de cerca en el MoMA de Nueva York. Y ahí, sin echar mucho a volar la imaginación, retratado con todos aquellos desolados personajes, puedo ver a Manolín el Gitano, tan vulnerable y fascinante como ellos.

Dicen los periódicos que acaba de morir en el hospital de esta ciudad, sin haber cumplido aún los sesenta años (descanse en paz). Las redes sociales ya le mataron en varias ocasiones y él, como aquellos personajes de Arbus, resurgió de sus cenizas (o, simplemente, de su cama) y volvió a la esquina de siempre. Con su vaso de plástico y su muleta prestada. Farfullando (si no tenía un buen día) a quien pasaba por su lado y no le dejaba una moneda, moviendo su pequeño cuerpo a la entrada de La Santa (aquel emblemático lugar que, como tantas otras cosas emblemáticas, ya desapareció), o planeando un baile nocturno y pachanguero si la ciudad estaba en fiestas. En cualquier parte podías encontrarlo.

Dicen que acaba de morir, y posiblemente esta vez sea cierto. No le demos más vueltas. Seguirá ahí, en esa esquina, metáfora de la memoria de quienes le conocimos, controvertido y frágil, ajeno al flash de la cámara de aquella fotógrafa que nunca llegó a captarlo. Una pena.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades