Portada del disco "Every Day And Every Night" de Bright Eyes

12.
¿Se habrán visto también los anteriores cronistas sorprendidos hasta el vértigo al comprobar que podían rodar y rodar en línea recta sin otro final imaginable que el agotamiento y su forzosa consecuencia, la claudicación?, ¿que era tanta la distancia entre el punto de partida y una meta cada vez más improbable? Según los oradores, el tiempo es exacto pero no fiable pues lo que tardó tanto en edificarse fue derribado en un solo segundo. Si no puede uno confiar en lo que es posible medir, ¿en qué ha de confiar entonces?

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13.
Depende el enviado íntimamente del paisaje. Una crónica es un viaje de vuelta que debe conducirte a otro sitio. No todos los cronistas están igualmente dotados y sin embargo eso, las evidentes carencias de algunos de ellos, jamás llevó a los gestores a descartar a ninguno de los que se acercaban ya a la edad límite ni a ofrecerles una formación a medida que les dejase con unos mínimos convincentes al borde de la llanura. Según ellos, los enviados, debido al hecho común de haber vivido en el centro, estaban destinados al asombro. Porque un cronista compensa lo que ha perdido con lo que ve enriquece como nadie el paisaje. Sólo el hombre necesita a su reflejo más de lo que su reflejo lo necesita a él. Sólo el hombre vive con lo que le falta. No sin ello. Y esa es su tragedia.

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14.
Únicamente se van ellos. Y le parece bien. Los hombres construyen las casas pero las mujeres las sostienen, siempre ha sido así, cambia todo sin cesar porque lo que en verdad importa nunca llega a cambiar realmente. Desde el principio fuimos cubriendo de fortines la tierra sólo para evitarnos la visión de la llanura, ahora lo comprende. Vivir en el centro exige tener una idea contradictoria respecto al mundo que hay más allá de sus muros. Hace falta dar por supuesto el paraíso como hace falta dar por supuesto el infierno. No eran muchos allí, pero entre unos pocos también reparte sus saberes la vida. Enseñanza quiere decir a posteriori y en ese significado identificaron lo que habría de aplastarles. Pasado un tiempo no había cambiado nada salvo todo lo que no eran ellos. Conservaron sus hábitos para no verse obligados a emularlos aun bajo otra apariencia: quien corría por la mañana, siguió corriendo al despertarse; quien rezaba antes del sueño siguió rezando frente al umbral; quien amaba a alguien siguió amando a ese alguien, no más que antes pero sí con mayor intensidad. Leyeron los libros que encontraron en la Fnac y en el Eroski, ensancharon al máximo sus capacidades, visualizaron todos los escenarios posibles a partir de su fantasía requerida como nunca hasta entonces, pero no fueron capaces de prepararse para esto. Nuestro héroe al menos no.

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15.
Se retiró la noche y les obligó a descifrar el mensaje que su inesperado movimiento implicaba. Les rodeaba el aura de la gracia inexplicable. Ese halo contaba su historia, o más bien la creaba. A cambio de los suministros se vieron obligados a dejar en manos de los gestores sus quehaceres diarios. Hubo revueltas, por supuesto, pero fueron sofocadas como lo habían sido desde siempre las revueltas: con la muerte de los que empuñaron las armas y la integración de algunos de los que diseñaron la estrategia, los mismos que asintieron después de deslizar su dedo sobre un gran plano esbozado con tiza en el suelo negro e hicieron de la geografía un tablero. Las revueltas suelen ser el fruto de los intereses de unos cuantos; las rebeliones, el fruto de las necesidades de uno solo. Por eso las revueltas se sofocan como se sofocan, con facilidad y sin apenas consecuencias. Por eso las rebeliones nunca se sofocan del todo hasta que una de las dos fuerzas enfrentadas desaparece. Sólo el cielo le cubre.

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16.

Los abatidos tuvieron más suerte: se supieron definitivamente perdidos durante un instante, íntimo y profundo como ningún otro imaginable, pero un instante al fin y al cabo. Los demás, los que quedaron, vivieron, desde el mismo arranque de su consciencia, angustiados en manos del siguiente razonamiento: si había pasado aquello, podía pasar cualquier cosa. Y lo que es peor: podía no pasar nada más. Tal vez su angustia, pese a condicionarles decisivamente, no haya sido del todo negativa. Quizá deban agradecer esta fuerza que les encara y les vence en su mera posibilidad. Sin resistencia uno se ve arrastrado por una inercia fatal que le lleva a detenerse. Y si la tierra giraba, o había girado hasta el apagón, ¿qué menos habrían de hacer ellos?, ¿de qué otra forma iban a ofrecerle su respeto y gratitud por albergarles todavía?, ¿qué tiene el uno para el otro más valioso que la reciprocidad? Asentada la esperanza en su propia condición, en la improbabilidad eclipsada por la necesidad, fueron condenados a una estancia inseparable de la conjetura. Se dividió más que nunca el mundo entre los convencidos de la existencia de una autoridad superior y los convencidos de su inexistencia. Según los primeros, esa autoridad había hecho una selección y ellos habían sido los elegidos. En su círculo privado se referían a sí mismos como la criba y sus palabras les llevaban todavía más lejos que su fuerza porque las palabras se alían siempre con las carencias de quien las escucha mientras que la fuerza las subraya. Para los miembros de la criba todo a su alrededor era un templo. Para el resto, ruinas.

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17.
Donde todo lo que eres queda tras de ti y todo lo que serás se coloca delante es donde comienza esta historia. O al menos eso cree nuestro héroe, que su historia comienza aquí, en este momento. Alguien debería recordarle que las historias no comienzan, continúan.

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Chus Fernández es escritor