Jon Muñoz y Anne Sagües son dos chicos que tienen catorce y dieciocho años respectivamente, se encuentran en ese territorio indefinido entre la pubertad y la juventud. En las últimas horas han realizado un viaje vertiginoso desde un pueblecito de Navarra, llamado Echaurri de apenas 586 habitantes, hasta Gijón. Seguramente entre sus intenciones estaría disfrutar de la ciudad, ver algunas cosas, contemplar el mar y borrar por unas horas los gestos cotidianos de los días si a esa edad hay gestos cotidianos. Pero su viaje atesoraba algo mucho más profundo, más importante, un rito iniciático del que ni ellos mismos son conscientes, el inmenso salto entre el teatro escolar amateur y el profesional. Con toda la inocencia del mundo y la valentía que brinda la ilusión, comienzan a deambular por la escena para presentar en FETEN su espectáculo Maravilla en el País de las Miserias. Enfrente no hay escolares, ni familiares, ni los vecinos de toda la vida, sino un puñado de programadores, distribuidores y profesionales del sector, es decir, un miura que asustaría a cualquiera. Pero Anne y Jon no se amilanan, hacen y deshacen, saltan, corren, trepan y juegan a hacer teatro o hacen teatro jugando. Nos cuentan una historia tan real y tan terrible como el mundo en que vivimos, ¿qué hacen los niños cuando lo único que tienen son bombas que caen a su alrededor? Juegan, sí juegan, como los niños de cualquier otra parte del mundo, pero utilizan la herramienta más poderosa: la imaginación. Sólo ella es capaz de silenciar el incesante ruido de las explosiones. Teatro intenso, profundo y catártico, con una puesta en escena que se rompe y se arma continuamente, al combinar diferentes lenguajes procedentes de la danza, la performance, el audiovisual o la música. Como hilo conductor dos textos literarios Alicia en el País de las Maravillas y un cuento de ese maravilloso autor que fue Juan Rulfo, titulado Macario. Ambos le permiten a Ángel Sagües, director y padre de Anne, articular una propuesta que desde su humildad se llena de matices para convertirse en una hermosa joya en este universo teatral tan denostado y desprovisto de sentido social.

Concluida la representación, Anne y Jon se sientan con toda naturalidad delante del público, como seguramente han hecho siempre que han visitado algún instituto de su zona. Sonríen satisfechos e invitan a todos los presentes a que pregunten. Con toneladas de inocencia, cuentan que todo empezó por casualidad un verano donde tenían mucho tiempo libre, bastante calor y un curso de teatro para adultos que impartía Ángel cerca de casa. Como en la canción de Mecano, allá se colaron y lo que empezó siendo una pequeña escena acabó convertido en un espectáculo un año después. Pero todo sin pretensión alguna. “Nuestro objetivo era hacer esto en nuestro pueblo como un pasatiempo”, cuenta Anne, “allí lo hemos representado varias veces pero es la primera vez que salimos fuera”. Jon asiente y asegura que ellos insistieron e insistieron para que aquella escena inicial creciera y no se quedara en un simple pasatiempo de verano. Un año trabajando, quedando dos horas los sábados por la mañana para no romper sus tareas cotidianas. Y al final lo consiguieron. La escena estival se convertía en un pequeño y maravilloso espectáculo, en un juego que materializaba su sueño y se transformaba en una experiencia y un ejemplo de vida. Y como envoltorio de este regalo su presentación casi mágica en FETEN. Angel Sagüés había participado en alguna de sus primeras ediciones, se le ocurrió mandar la propuesta, “sin esperanza alguna”, y fueron seleccionados.

Jon y Anne aseguran que quieren convertirse en actores profesionales. Probablemente lo conseguirán porque no sólo tienen suficientes cualidades sino que además, atesoran un gran amor hacia este arte que es el teatro. El reto será dotarles de toda la técnica necesaria para ello sin quitarles un ápice de esa inocencia que irradian y que nos hace congraciarnos con el mundo.

Juan Mortera es director teatral
juanmortera@hotmail.com