Amador. Triángulos egipcios y vacío. Plancha de latón. 50x50x25 cm. FOTO: MARCOS MORILLA

La galería Guillermina Caicoya ofrece la oportunidad de acercarnos a la obra de Amador, una cuidada selección de collages y esculturas que permiten valorar, a veinte años de su fallecimiento, sus aportaciones plásticas en torno a formas geométricas elementales. Se advierte admiración y afecto en esta muestra, la galerista ha planteado un conjunto coherente y equilibrado que se corresponde con el carácter del escultor y con la impronta depositada en sus obras. Destacan sus collages sobre cartulina, tanto por sus grandes formatos y sobrio cromatismo, como por sus rítmicas modulaciones geométricas que transmiten una cierta musicalidad compositiva, como notas perfectamente dispuestas en una partitura. La exposición subraya la importancia que en el trabajo de este escultor tienen las obras bidimensionales, concebidas como propuestas en sí mismas o como bocetos en busca de soluciones formales para sus esculturas posteriores. Son obras que indagan en las posibilidades plásticas de la geometría, formas mínimas, aparentemente desligadas de cuestiones emocionales; sensación que se desvanece al percibir cómo, tras el rigor matemático y numérico, tras la perfección formal milimétrica que equilibra cada composición, se percibe una armonía natural que conecta con quien las contempla. Destacan, por su calidad y belleza, los collages fechados en 1990: “Cuatro triángulos egipcios” o “Dos rectángulos iguales abiertos”, obras depositarias de un reduccionismo formal y cromático, y una valoración del material, que siempre le han significado.

Vista de la exposición. FOTO: MARCOS MORILLA

 

Hay una serie de pequeñas esculturas de madera pintadas de rojo, de principios de los años 70 que, siendo obras definitivas, nos trasladan al ámbito de las maquetas o estudios preliminares; desde su escala y carácter táctil, recuerdan el valor que algunos escultores, como Jorge Oteiza -artista clave en la configuración de la propuesta estética de Amador, como recuerda la profesora María Soledad Álvarez– concedieron a esos planteamientos modulares previos, sirviéndoles para encontrar respuestas a sus especulaciones plásticas. Es en las esculturas de mayor tamaño donde se condensa el saber y la experiencia del escultor y donde, a través de los títulos, ya se corrobora la importancia de ciertos procedimientos matemáticos, de herramientas con una larga tradición de análisis y búsqueda de la armonía universal a través de los números: “Serie Fibonacci en dos cubos”, “Triángulos egipcios y vacío” y, muy especialmente, “Tetraktys”, exquisita pieza de mármol blanco de Carrara, que se refiere a la búsqueda de la perfección numérica como vía para alcanzar el conocimiento del mundo.

En esta muestra, una sensación de placidez se apodera del espacio y nos impregna llevándonos a una especie de recogimiento interior. Las obras desprenden, desde su sencilla geometría, esa serenidad buscada por el autor. Situada en el centro de una de las salas se halla “Cubo ascendente-descendente”, escultura de madera cuya presencia callada recuerda el carácter “monacal” que el crítico Rubén Suárez atribuyó a alguna de sus obras. Es una pieza que, desde su absoluta desnudez, lleva a la contemplación pura y cuyo silencio tan solo se ve perturbado por nuestra presencia. Recojo una preciosa cita que Francisco Zapico, conocedor de la obra de Amador, tomó de la filósofa francesa Simone Weil: “La más bella música es la que confiere la máxima intensidad a un momento de silencio”.

20 años de Amador y el silencio
Galería Caicoya. Calle Principado 11, Oviedo
Hasta el 13 de agosto de 2021

 

[Artículo publicado en La Nueva España el 26 de Julio de 2021]

Santiago Martínez es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es