Dominga Sotomayor es una joven directora chilena con una trayectoria cinematográfica ascendente trufada de éxitos, como lo demuestra su nueva película “Tarde para morir joven”, presentada en el Festival Internacional de Cine de Gijón con el aval del premio a la mejor dirección en el prestigioso Festival de Locarno. LaEscena mantuvo un encuentro con ella antes de que supiera que se llevaría, también en Gijón, el Premio a la mejor Dirección y Fotografía.

“Tarde para morir joven” sigue la estela de su primera película “De jueves a domingo” (2012) y anteriores cortometrajes como “La Isla”, premiado en Rotterdam en 2014. Y lo hace volviendo a narrar desde una mirada juvenil, con los adultos en un segundo plano, dejando que niños y adolescentes sean los protagonistas. Sigue apostando por el plano de las relaciones, tanto amorosas como familiares y lo presenta al público en esa fina línea que separa la superficie de la profundidad, concentrando el foco en lo que se visualiza desde afuera. Sotomayor propone un cine de baja tensión en el que aparentemente no pasa nada. Y lo consigue porque su cámara se cruza entre el entorno y los personajes, sin ningún tipo de resalte ni búsqueda de catarsis emocionales. Todo lo contrario. Su esfuerzo se centra en captar gestos, movimientos, miradas y asentimientos necesarios para sacar adelante una relación, sin necesidad de presentar evidencias.

Esto lo consigue a través de una historia inspirada en base a recuerdos autobiográficos en los que retrata el crecimiento de un grupo de chicos durante un verano en una comunidad alternativa en las afueras de Santiago de Chile. Unas familias que intentan instalarse para vivir en armonía con la naturaleza y sin la comodidad de electricidad, gas y agua corriente. Muchos críticos quieren ver en la película un retrato de la sociedad chilena en plena transición de la dictadura de Pinochet a la democracia, pero la directora insiste en que nos quedemos en el plano de las transiciones personales.

La fotografía de Inti Briones, justamente premiada en Gijón, presenta un desecado paisaje de verano a través de colores claros y muchas interacciones al aire libre. Y un abundante número de planos en mitad de la noche, en una oscuridad en la que la cámara atrapa la silueta de los personajes. Destaca el magnífico travelling lateral, en un atardecer, con los dos protagonistas viajando en moto y la escena final con la perra Frida yendo en contra del paso del tiempo, con su carrera hacia lo deseado.

Dominga Sotomayor siempre comenta que el cine tiene la posibilidad de capturar las cosas que se escapan, las que son efímeras y por eso le motiva rodar. Y entre lo efímero cobra protagonismo la juventud, esa época llena de incertidumbre por lo que aún está por llegar. Lo hace con absoluta delicadeza y una dosis de nostalgia hacia la pérdida de lo que se fue y no va a volver. Y en esa nostalgia, cobra la fuerza la música que se va metiendo en la película, exigiendo papel en la representación. Una música que ayuda a contextualizar la historia, porque gracias a canciones como las de “Los Prisioneros”, sabemos que estamos en el fin de año de 1989.

Escuchen con detenimiento los ocho minutos y medio, en los que Dominga Sotomayor nos da claves para entender su cine, hecho con dosis de amor, pérdida, búsqueda de identidad y comunicación en torno a la comunidad.

Escuchar la charla entre Dominga Sotomayor y José Antonio Vega en Mixcloud

Jose Antonio Vega es colaborador de laEscena
@joseanvega64