El Niño de Elche durante su actuación en el Teatro Campoamor en SACO9 / FOTO: IVÁN MARTÍNEZ

Vuelven los 8 ½ a LaEscena y lo hacen en el marco de la Semana  del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo que llega a su novena edición cargada de propuestas. Una de ellas es “El Niño de Elche canta al cine mudo”, un estreno mundial con la firma del artista ilicitano. Resulta difícil poner etiquetas a quien huye de las mismas, pero si se puede afirmar que la transgresión es determinante en todas sus propuestas relacionadas con la música, las instalaciones artísticas y la literatura.

Francisco Contreras Molina comenzó su trayectoria como cantaor de flamenco con pocos años y escondiéndose de la familia se apuntó, con quince años, al Festival del Cante de Las Minas en La Unión. Esa fue la entrada en el mundo de las peñas flamencas y los concursos, un territorio en el que solo aguantó tres años porque sus inquietudes estaban alejadas de ese  ambiente conservador y retrógrado. Sí que aprendió y eso  le permitió trabajar a partir de la tradición, pero, a la vez comenzó a denunciar el extremo purismo de esa tradición.

Con esa actitud resulta fácil entender que se defina como exflamenco y que sus diferentes y conocidos discos, desde “Voces del extremo”, se hayan convertido en una invitación sonora que parte del flamenco, pero incorporando movimiento, más cerca de la performance y la danza; en las antípodas del cante de silla y micrófono.  Y en esa apuesta por el movimiento presentó “Colombiana” en el año 2019, emulando los cantes de ida y vuelta que se originaron cuando España mantenía sus colonias en el continente americano y los artistas importaban y exportaban ideas libremente, generando cantes nuevos y mestizos sobre todo en el siglo XIX.

Y con los años, su interés por las instalaciones recaló en el Museo Reina Sofía con el proyecto “Auto Sacramental Invisible. Una representación sonora a partir de Val del Omar” basado en la obra de uno de los autores fundamentales del siglo XX, José Val del Omar. Su propuesta terminó siendo un acto de relectura, donde no existe un tiempo que podamos extraer del pasado, una narración compleja en la que se cruzaron la ambivalencia y la experimentación entre ambos autores.

Su experiencia en el cine es cosa de viajes. “Niño somos todos” refleja el viaje iniciático que hizo a Bolivia, acercándose a distintas realidades sociales y musicales que le ayudó a reflexionar sobre su propia vida, su personalidad y el aprendizaje de la música. Y “Canto cósmico” es otro documental, pero no convencional, porque  Marc Sempere-Moya y Leire Apellaniz se aproximan al músico español desde una perspectiva caleidoscópica que abarca desde su esfera más íntima y familiar a las múltiples reverberaciones de su universo poético.

Esa mezcla entre música, instalaciones y cine ha  favorecido la experiencia del aprendizaje y la generación de diversas relaciones a lo largo del tiempo y en diversos contextos. Por eso aceptó la doble propuesta de SACO, la propuesta sonora para seis cuadros del Museo de Bellas Artes de Asturias y la ambientación de dos películas surrealistas, “La concha y el clérigo” de Germain Dulac y “Un perro andaluz” de Luis Buñuel. En el caso del cine concierto, estrenado en el Teatro Campoamor, ofreció al público un localizador GPS, con gestos, performances y sonidos, muy alejado de las convencionales bandas sonoras que acompañan a una película. Esa fue una de las premisas que pidió a SACO, porque le da mucha pereza enfrentarse como espectador a ese formato. Por eso utiliza las películas como un estrato más escénico y teatral y entiende que es la mejor forma de respetar y profanar un acto iconoclasta. Y se encuentra agradecido y premiado a encontrarse con Antonin Artaud, uno de sus escritores que más le ha marcado y del que ha descubierto, gracias al proyecto, sus textos sobre cine.

La otra propuesta fue hacerse cargo de “El sonido del arte” que llega a su quinta edición, uniendo pintura y diseño de sonido. El Niño de Elche selección seis cuadros con el concepto de la caída y el descendimiento como elemento común, caídas que llevan a la angustia, a la muerte. No pone música a un cuadro, sino que traslada los conceptos del cuadro a lo sonoro, pero no desde lo narrativo. Solo usa sus propias voces para un enfrentamiento entre  el cuadro y el artista.

Escuchen con calma los ochos minutos y medio y piensen en la letra H, que para el artista no es muda.


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Jose Antonio Vega es colaborador de laEscena
@joseanvega64