Años Luz, espectáculo de Luz, Micro y Punto

En la programación teatral también se notan los efectos de medir el tiempo en cursos más que en años y ello se hace visible especialmente en el paso del ritmo medio teatral de septiembre, zona de tránsito entre el periodo veraniego y el inicio de la rutina, a la plena actividad del mes de octubre, que en este sentido no sólo supone el inicio del otoño teatral sino la inauguración de todo un nuevo curso escénico.

Desde la reapertura del renovado Palacio Valdés con el estreno nacional de Sensible, pasando por el cierre de la programación teatral de San Mateo con el original montaje de Eloísa está debajo de un almendro en el Teatro Filarmónica de Oviedo, el estreno en el Jovellanos de Como ceniza blanca sobre una hoguera, premio Asturias Joven de Textos Teatrales 2016 y ganadora del Proyecto Jovellanos 2017, y el acicate interdisciplinar de las recientes noches blancas, más blanca y brillante desde luego la de Oviedo (y soy de Gijón), y en un mes en el que se están inaugurando exposiciones, se han activado las citas clásicas y renovadas de conciertos, en el que suenan ya tiempos de festivales, de arte, de rock, de cine, de jazz, de ópera, de danza, unos ya pasados, algunos presentes y otros venideros, se han podido ver en Asturias, en menos de dos semanas, varias propuestas teatrales de calidad y que muestran la salud y heterogeneidad de nuestro teatro.

El domingo 1 de octubre, en la caja escénica del auditorio del Niemeyer, en una doble sesión (la segunda improvisada por la genial acogida del evento), las chicas de la compañía asturiana Luz, Micro y Punto, hicieron las delicias de los niños y no tan niños que se acercaron a disfrutar de la última propuesta de su original teatro de sombras, en el que llevan trabajando desde 2013 conjuntamente, y en el que ya son uno de los referentes del panorama nacional. En la parte visual, Patricia Toral y Chantal Franco mezclan su trabajo de interpretación gestual y corporal con el teatro de sombras, del más clásico al más experimental, y hacen partícipes a los espectadores del proceso mismo de creación en tiempo real, con imágenes que se crean en directo de manera poética y artesanal, y a las que da alma la música de Verónica R. Galán, compuesta e interpretada para cada pieza, al igual que el espacio sonoro, elementos ambos claves en la particular atmósfera de la obra.

Su espectáculo Años Luz, ganador del Premio FETEN 2017 a la mejor propuesta plástica, no ha parado de rodar desde entonces por escenarios del país y por festivales internacionales que han sabido ver la belleza, poesía y calidad de las propuestas de estas tres magníficas profesionales, además de ese amor tan especial que cada una de ellas como personas y artistas respiran, inspiran y expiran, y que luego imprimen en sus montajes, consiguiendo hacer de cada representación un momento de pura magia.

Ese amor por una profesión complicada, que a cada una les ha supuesto y les supone apuestas de vida. Su amor por la artesanía y por un teatro analógico en un mundo digital. Su amor por el arte, por su belleza y su necesidad, que les hace tratarlo con mimo, con delicados tacto y gusto, con paciencia, y con la responsable seriedad que tienen las cosas importantes pero sin renunciar al tierno desenfado y la espontánea naturalidad de lo que es verdaderamente inherente al ser humano. Su amor por la experimentación, por la innovación entendida como superación personal y artística, cuyo fin no es competitivo sino altruista: hacer visible y grande ese teatro de por sí pequeño sin que pierda su esencia y verdad. Y sobre todo su amor por la vida, por lo bueno que hay en ella, por la amistad que las une y las buenas energías y sentimientos que llenan sus espectáculos y que toman forma en los mensajes de sus textos teatrales, vacíos de palabra, pero elocuentes al proclamar la necesidad en este mundo del amor, de la amistad, de la bondad, del respeto a la naturaleza o del arte y la música, de esas pequeñas cosas cotidianas que nos hacen ser mejores personas, nos despiertan y activan ese niño que todos llevamos dentro y nos reencuentran con nuestra humanidad. Una auténtica delicia, además made in Asturias, que consigue lo máximo con lo mínimo: significados rotundos con objetos frágiles y realidades inaprensibles como las luces y las sombras.

Pura magia que algunos pudieron disfrutar de nuevo en el estreno de Una ciudad en vela, proyecto cuyo reto consistía en trabajar en un espacio no convencional para las artes escénicas y cuyo montaje único tuvo lugar el 7 de octubre en el Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias, dentro de la magnífica programación de la V Noche Blanca de Oviedo. Esperemos que otros públicos puedan seguir disfrutando de estos espectáculos y de tanta belleza y bondad.

En tierra, de Isabelle Stoffel

 

También con el especial encanto que tiene el teatro en pequeño formato, hecho para poco público y para espacios escénicos reducidos, donde las fronteras entre los espectadores y los actores se diluyen y la fuerza del in fieri teatral se amplifica, el viernes 6 de octubre, en la sala club del Niemeyer, se inauguró la nueva temporada del ya consolidado circuito Off de teatro. El montaje elegido para esta ocasión fue el estreno absoluto nacional de En tierra, de Isabelle Stoffel, traducción y versión del texto Grounded, de George Brant, una obra que ha obtenido el Smith Prize de teatro político americano, que ha tenido un largo recorrido en otros países, de la que se están preparando versiones operísticas y cinematográficas, en el Metropolitan de Nueva York y Hollywood, respectivamente, y que ahora llega a nuestro país con esta primera representación en Asturias.

Durante hora y media una sola actriz en escena, la propia Isabelle Stoffel, directora también de la propuesta junto con Sigfrid Monleón, se entrega a una interpretación difícil, que debe convencer, y convencerla, para trasladar al respetable un texto dramático ambicioso, quizá demasiado, que a partir del tema de la conciliación familiar en un mundo laboral absolutamente insensibilizado, somete a juicio nuestro mundo actual y su sistema de valores y nos invita a repensar el sentido de aquello en lo que nos estamos convirtiendo: un ser humano que privilegia el éxito personal y social sobre la felicidad individual y familiar, expresión sintomática de una sociedad hiper-conectada, hiper-controlada, hiper-digitalizada, que roza lo absurdo al olvidarse de lo verdaderamente humano e importante. Un mundo en el que hasta lo más extraordinario y excepcional se convierte en peligrosa cotidianidad y rutina; donde hasta la guerra es un trabajo con horario, a turnos, en el que los antiguos pilotos de cazas se convierten en meros funcionarios que «en tierra», y desde los contenedores de las bases desde las que conducen drones, disparan sin riesgo y en la distancia a sus enemigos, ahora «adultos no identificados».

El juego de colores de la puesta en escena, sencilla y efectiva, que sólo cuenta con el movimiento de la actriz por el espacio escénico, el dinamismo de las barras fluorescentes que ocupan el suelo (límites de la pista de aterrizaje, de la casa, de la base o de la autopista, espacios del trabajo, del hogar y del transporte, que definen nuestras vidas modernas) y las distintas alturas de la tarima central y el escenario, subrayan el protagonismo de este personaje único que se construye a sí mismo al tiempo que construye a otros, el marido, la hija, su superior, sus compañeros, sus enemigos, su objetivo militar… En continua posesión de la palabra, salvo los momentos de ambientación musical, creada por Tulsa (Miren Iza) y convertida en espacio sonoro por Suso Saiz, o las pausas escénicas necesarias, esta mujer construye también el relato de su vida, que al mismo tiempo es metáfora de la de muchos, y se mueve por los distintos espacios de su historia personal (el cielo, la base militar, su casa en Las Vegas, la carretera o el receptáculo artificial) a través de una palabra escénica ayudada por el uso de la iluminación y sus colores, apuesta poética del montaje. El azul del cielo, el gris del encierro, el morado de los tiempos en casa, en familia, proyectados en el fondo, tiñen las emociones de la protagonista y las del espectador.

Si superamos lo concreto, esa mamá y esposa que pilota drones cuando es trasladada tras su embarazo a tierra, y mata vidas que son puntos rojos de calor en la pantalla hasta que se convierten en polvo gris y en puntos de azul frío, En tierra nos traslada una reflexión sobre nuestro tiempo, deshumanizado, y las trampas en las que diariamente nos vemos envueltos: tener la plena conciencia de que es inhumano tener que renunciar a una pasión personal a cambio de disfrutar de la familia y educar a los hijos, o tener que postergar o cercenar la segunda para sólo cumplir o crecer profesionalmente. La vía que queda, la de conciliarlo todo, tal y como se nos permite, supone vivir sintiendo el dolor de no ser plenamente ni uno ni lo otro, aun exigiéndote lo máximo. Teatro innovador también en otro sentido, en su temática y en sus formas, de pequeño radio de acción pero de gran impacto.

Así que pasen cinco años

 

Tampoco dejaron indiferente al público gijonés las dos últimas propuestas que se pudieron ver en el Teatro Jovellanos, muy distintas entre sí, pero que exploran ambas la fuerza escénica del plano de lo inconsciente y su importancia para experimentar nuevos lenguajes y formas teatrales. La primera fue Así que pasen cinco años, conocido texto del teatro imposible de Federico García Lorca, en el montaje del grupo Atalaya, en coproducción con el Centro Dramático Nacional, que ocupó la programación del coliseo gijonés el sábado 7 de octubre. Un montaje que llega a Asturias con el apoyo de la crítica y del público, y con la garantía de una de las compañías españolas más valorada, que desde que se formara en 1983 como equipo de investigación teatral no ha hecho más que crecer. Sus propuestas, nunca conformistas ni acomodadas, convencen por el conocimiento profundo del texto y del hecho teatral, por su respeto a la profesión y al teatro, por la dedicación y pasión que ponen en cada montaje, y sobre todo por combinar la calidad individual de los profesionales que configuran el equipo artístico y el elenco de actores con su magnífica labor de conjunto orquestada por su director, Ricardo Iniesta, encargado también del espacio escénico.

Tampoco en este montaje ha defraudado y el sello Atalaya ha convencido de nuevo, en esta tragedia tan surrealista como humana con la que la compañía andaluza ya se había atrevido en 1986. La escalera central sobre la que pivota la escenografía del montaje, los juegos de doble telón que seccionan el escenario y modulan la profundidad en la que se mueven los personajes, el esfuerzo coordinado de todos los lenguajes implicados, entre los que destaca la magnífica iluminación de Miguel Ángel Camacho, y sobre todo la calidad homogénea del reparto, consiguen trasladar a la perfección esta «Leyenda del tiempo», que así la subtitula Lorca, que trata el asunto del amor como deseo, como sentimiento que vive en ese tiempo, siempre postergado, en cualquiera que sea sus formas, el próximo y real no querido, dilatado, o el lejano e irreal pero ansiado, esperado. El lenguaje plástico de la obra muestra precisamente los niveles que parece tener la vivencia del tiempo para Lorca: la sufrida, de ese tiempo que pasa implacable y que hace que la vida conviva siempre con la inevitable presencia de la muerte (tardaremos en olvidar la actuación de Elena Aliaga como Niño muerto), y la onírica, en la que el tiempo se aparece elástico, daliniano, difuminado, como sucede en los sueños y en el amor. Y un tiempo también metafórico, habitado por personajes que no tienen nombre propio (joven, viejo, un niño muerto, un gato muerto, criado, la mecanógrafa, la novia, el maniquí, payaso, arlequín, máscaras…), porque es en definitiva en el que nos movemos todos.

Tía Betty

 

Una semana después, este sábado 14 de octubre, el público del Jovellanos tuvo la oportunidad de ver sobre las tablas del coliseo gijonés a una de las compañías independientes más conocidas de Argentina, el Grupo Laboratorio de Teatro «El Rayo Misterioso», fundado y dirigido desde 1994 por Aldo El-Jatib Amato, que como se advertía en la programación explora nuevas formas de expresión teatral y experimenta además en la comunicación con el público, buscando nuevos canales que incomodan para conseguir traspasar ciertas barreras del acto de expectación habitual, necesarias cuando aquello que se quiere trasladar es materia del inconsciente colectivo. Y eso es lo que sintió precisamente el espectador que aceptó ser objeto también de esa experiencia teatral y del juego escénico que proponen en El fabuloso mundo de la tía Betty, subtitulado ya «teatro fantasmal» por algo, dejándose llevar por el impactante trabajo actoral de sólo seis actores, que en un registro interpretativo voluntariamente forzado y estridente, dan vida a todos los personajes de esa «secuencia vertiginosa de escalofriantes cuadros que presentan lo más miserable y lo más sublime del ser humano» que es la obra. En algunos espectadores la incomodidad y la incomprensión se convirtió pronto en rechazo manifiesto que les hizo abandonar la sala o permanecer en ella ya no como espectadores sino como jueces. Mal asunto éste para poder entrar en una propuesta teatral, ya de por sí distinta y compleja, que en palabras de la compañía «nos da la posibilidad de expresar esas energías violentas de nuestros antepasados que nos punzan y conducen sin darnos cuenta», «la repetición de generaciones y generaciones que sólo supieron canalizarlas mediante guerras» y evidenciar que todos somos «víctimas indirectas que aún hoy siguen pagando las consecuencias de tanto desastre».

Rosana Llanos López
Profesora especialista en teatro
rossllanoslopez@gmail.com