El secreto de la fantasía, la imaginación y el espíritu analítico que uno puede tener frente a unas obras de arte. Ni más ni menos. Esa fue la propuesta con la que Albert Serra se acercó a Museo de Bellas Artes invitado por la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO) que continúa así con la propuesta que lanzó el pasado a Manuel Martín Cuenca.
Treinta privilegiados agotaron las entradas en cinco minutos y le acompañaron silenciosamente durante hora y media en una experiencia por salas y pasillos a merced de la intuición del artista y de lo que podía surgir en cualquier momento. En la sala de acceso del Palacio de Velarde dio pistas y adelantó que se iba a enfrentar a la pintura forma diferente a la que se enfrenta en un rodaje. La pintura es “un material ya elaborado pero que hay que juzgar con espíritu crítico y a partir de ahí deducir en una lógica interna que es lo que ese material dice de sí mismo y cuales son características formales y al mismo tiempo en como las obras interactúan conmigo mismo”.
Eso sí, Albert estuvo acompañado mentalmente por citas de personas como Proust (“la literatura está en el umbral de los espiritualismos”) o sobre todo Salvador Dalí y el crítico de arte Roberto Longhi, a los que citó y recurrió en varias ocasiones. Del crítico italiano tomó la aproximación formalista como punto de partida de su viaje exprés alrededor del Museo. La primera parada fue la de la pintura hispanoflamenca, en la que el pintor se detiene en la pura sorpresa “no hay autoconsciencia, es un momento inocente en la historia de la pintura como se ve en los rostros y las composiciones que son casi infantiles”. Casi aleatoriamente, se detuvo en “Virgen con el Niño, Santa Catalina y Santa Bárbara” de Marcelus Coffermans y “Santa Úrsula con las 11.0000 Vírgenes” de Pieter Claessens, obras que le sirvieron para recordar lo difícil que resulta retroceder en el tiempo para valorar esa pintura de la pureza, ya que “nos gustan más los cuadros que remiten a paisajes renacentistas y románticos”. Achacó esa culpa a “la vida cotidiana porque nos ha anestesiado los sentidos”.
Segunda parada, Renacimiento. Serra aludió a la progresiva desaparición de las líneas y la aparición de claroscuros más apartado del dibujo, aunque las figuras son muy planas. Es una pintura que “está en un punto intermedio de algo que se aspira a acercarse a la realidad” El “San Esteban” pintado por Luis Morales le sirvió como guiño para hacer un inciso sobre la fotogenia, tanto en la pintura como el cine porque “hay rostros que se son interesantes, hagan lo que hagan y su fotogenia se convierte en un sentido espiritual».
Los colores y estilismo cogen un papel preponderante en la tercera parada, larga, monográfica y centrada en un solo autor. Señaló que “la estilización del Greco es elegante y mejora la realidad porque la sintetiza”, caso de los vivos colores que no encontramos hoy en día en la propuesta de los estilistas de moda. Sus decisiones expresivas son exageradas y únicas ya que no tiene antecedentes, no es posible conocer cuáles fueron sus influencias.

Rápida parada en el Barroco Español en la que insistió en recordar que a él no le interesa autor, tema o iconografía y que ha se ha ido “desinteresando paulatinamente de la pintura porque su influencia puede ser perjudicial para mi trabajo como director de cine”. No siente pasión por la estética católica de esa época, “extrema en negritud y pompa que no se rompe hasta que llega Velázquez y la dinamita”. Una negitrud que llega al límite en el retrato que Carreño Miranda hizo al rey Carlos II, “una armonía casi grotesca ya que le presenta casi como un cadáver, quizá como símbolo de una España que se derrumba”. Al llegar a Zubarán recordó a Roberto Longhi y su comentario de que no se pueden tener dos visiones paralelas de la creación artística, o través de la línea o través del claroscuro y el color. Aplícatelo Zurbarán, parecía indicar su gesto.
Puede que el azar le llevara al pasillo donde se cuelga un retrato del monarca Luis XIV que es el protagonista de su película, aclamada y aplaudida en todo el planeta en el último año. Azar o no, el director se centró en hablar de la peluca que llevaba el rey francés para demostrar “empíricamente” que su cine mejora la realidad. Y es que la peluca que acompaña al actor Jean Pierre Leaud fue una apuesta personal suya, trabajada posteriormente por el peluquero del equipo. “Les aseguro que es mucho mejor que la que ven en este cuadro” recalcó con orgullo de padre capilar. Y vista la película no se le puede quitar la razón.
Apurado por el tiempo se dirigió a la pintura del siglo XIX, en el que vuelve la emoción por ver un modo de vida distinto con nuevos valores, profesiones e intereses en los que “los pintores vuelven a ser inocentes en los temas que tratan, buscándolos por todas partes como la ligereza con la que lo hace Sorolla”. La pintura de ese siglo deja de ser icónica porque no tiene referentes ante los temas que trata. Y también por la manera en la que afrontan la composición.
Brusca fue la parada ante un cuadro de un autor desconocido para Serra. El motivo era el encuadre de la obra en la que “lo importante está fuera de campo, parece que se ha perdido la mitad del cuadro”. Indicó además que la pintura prefiguraba el expresionismo. Sin duda, un buen piropo para el asturiano Darío de Regollos que consiguió reconocimiento internacional gracias a obras como “Por los muertos”.
Una rápida carrera para llegar a hablar de unos de los pintores que más le interesan, “visionario y adelantado a su época, incluso como pintor”. Se refería a Salvador Dalí, “el artista de la espontaneidad y artificiosidad total”. Escogió una obra de los años setenta por su actitud ante la pintura, “creando una superposición de capas e introduciendo psicodelia”.
Un último segundo para recordar que “el pintor es una especie de cámara que focaliza y redescubre” con la mención a “Día verde y azul” de José Manuel Ciria. Un interesante cierre para una acelerada y personal excursión de hora y media al formalismo en el arte.
Jose Antonio Vega es colaborador de laEscena
@joseanvega64