Primer dibujo de la serie "La alfombra roja: Clitemnestra extiende la alfombra". Esperanza d'Ors

UNO

“Si hubo hallazgo fue porque os pusisteis en marcha”. Esta esperanzadora proclama pertenece al libro Pancartas escolares, de Ángel Ferrant (1890-1961), en el que se reúne toda la labor pedagógica realizada por uno de los más importantes escultores españoles del siglo XX. Sus “pancartas” han sido recogidas y publicadas en 2019 por Ardora Ediciones.

El libro es un legado conformado por aforismos y pensamientos propios, y de otros artistas, que el maestro Ferrant, profesor de Artes y Oficios, primero en la Escuela de La Coruña y después en la de Barcelona, solía colocar en las paredes de sus aulas para que sirvieran de guía y reflexión a sus jóvenes alumnos.

Eran una forma de palabras “esculpidas” que deseaba funcionaran como instrumentos de agitación. En una conferencia, que pronunció en 1948, bajo el título ¿Cómo debe ser una escuela experimental de arte?, dijo: “En el espectáculo del mundo se nos ofrece todo lo que hay como una cantera abierta. Y es del todo necesario, cada día, al despertar, verlo como si se viera por vez primera”. Y ello, desde el asombro, como si nada se hubiera hecho antes, primando siempre la “inventio” frente a la “emulatio”.

Fue muy querido por sus contemporáneos, que hablaban de él como de un artista secreto, heterodoxo ejemplar y figura clave en la trasmisión del legado moderno. Pasó su vida comenzando siempre de nuevo, como un niño que juega con objetos encontrados. Sería el ejemplo perfecto de la definición que su gran amigo Eugenio d’Ors hace, en sus Gloses de Quaresma (1911), de la filosofía del “hombre que trabaja y juega”.

DOS

El pasado 21 de marzo, “Día mundial de la Poesía”, al tomar de mi biblioteca el libro Las grandes elegías, con poemas escritos en 1800-1801 por Friedrich Hölderlin (1770-1843), se me abrió en las páginas de las “Lamentaciones de Menón por Diótima”, donde leí:

“Sí, dioses de la muerte, sé que es vano suplicar, rebelarse
cuando tenéis al hombre vencido, encadenado,
cuando lo aprisionáis en la terrible noche,
de nada sirve ir contra vosotros, suplicar o buscaros,
ni vivir con paciencia en este destierro de temor
y escuchar sonrientes, vuestro canto sereno.
Sí, debe ser así, olvida tu felicidad y duerme enmudecido.
Pero un sonido esperanzador en tu pecho germina,
no te es posible acostumbrarte, ¡no siempre puedes, alma mía,
y fantaseas en el interior de un sueño inalterable!
No es una fiesta para mí; sin embargo. Quisiera coronarme de flores;
¿no estoy, acaso, solo? Pero algo apacible debe venir a mí
desde lejos, y debo sonreír y sorprenderme
al pensar qué dichoso me siento en medio del dolor.”

¿Puede una poesía escrita hace dos siglos sentirse tan próxima y producir tal conmoción? ¿Fue un encuentro casual? No lo creo. Hölderlin también deseaba vivir en la poesía, “trasladar lo sagrado a la ensordecedora vida de lo cotidiano”, como escribió Rüdiger Safranski.

TRES

El tiempo pasa, pero la batalla continua… Carmen Martín Gaite (1925-2000) solía recordar que en aquellos NO-DO del franquismo, que estábamos casi obligados a ver cuándo acudíamos al cine a ver una película, había una sección fija titulada “Estragos y catástrofes”, donde se visualizaban toda clase de accidentes terribles o desastres meteorológicos, lejos de nuestro país, para distraer la atención del espectador de todos aquellos otros hechos que “no los movía precisamente la mano de Dios”.

Hoy, en la era de la posverdad, la permanente tergiversación y ocultación de la realidad persiste, ahondando no solo en nuestra desorientación sino también en nuestro desaliento. Y nuevas “formas bélicas”, en las que contamos los muertos por miles, ya sea por violencia, pandemia o emigraciones trágicas, evidencian nuestra impotencia frente al mal, alejándonos de la belleza del mundo.

CUATRO

El filósofo húngaro Irme Kertesz (1929-2002) nos deja con la publicación de El espectador su testamento espiritual. A pesar del dolor sufrido en sus propias carnes –su estancia en Auschwitz y Buchenwald lo atestiguan–, continuó siempre en busca de la luz, para ser, como decía, al menos, “digno de uno mismo”.

¿Por qué el mundo se odia tanto a sí mismo y por qué progresa a tal velocidad rumbo a su hundimiento? “El hombre ha perdido la fe, no solo en la vida del más allá, sino también en la de este mundo; su vida carece de una meta moral y de un horizonte común más elevado y espiritual”. Entregado al poder de la ciencia y la tecnología, el hombre se ha endiosado, y la cultura ha terminado por ser ya “algo superfluo” para el ser humano.

Retrato de Angel Ferrant

 

CINCO

Un atormentado Ludwig von Beethoven (1770-1827), sordo, y tan avergonzado y humillado por ello que no volvería a tocar en público, sumido en la desesperanza tras la muerte de su hermano Kasper, el fracaso de la custodia de su sobrino Franz y sus constantes fracasos amorosos, entre 1819 y 1823 compone una de las obras más importantes, por su complejidad técnica, de la historia de la música, su Misa Solemnis, dedicada al archiduque Rodolfo de Austria. No satisfecho con ello, y como si quisiera dar al mundo el ejemplo de cómo enfrentarse a la adversidad, nos entrega, en su Novena, con versos de Schiller, la Oda a la alegría. Se llamó, primero, Ode an die Freihat, (Oda a la libertad), y luego Ode an die Freude (Oda a la alegría), el más poderoso y último mensaje de optimismo y esperanza, para toda la humanidad:

“¡Oh amigos, dejemos las quejas!
¡Entonemos cantos agradables y
llenos de alegría!
¡Alegría! ¡Alegría!
Llama de los dioses,
hija del Eliseo,
entremos, oh celeste
deidad, en tu templo,
ebrios de fuego…”

SEIS

Un “pied-noire” argelino, llamado Albert Camus (1913-1960), siete años antes de su muerte escribe, en El verano:

“En medio del odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible. En medio de las lágrimas me pareció que había dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos me pareció que había dentro de mí una calma invencible. Me di cuenta, a pesar de todo, que, en medio del invierno, había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz. Por que no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra; dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta”.

Cuanto mayor era su convicción de lo absurdo del mundo, más radical fue su apuesta por la rebeldía, la solidaridad y confianza en la capacidad de la resistencia humana.

SIETE

El veterano pintor americano Willem de Koonig (1904-1997), sumido en la niebla infinita del Alzheimer que ya no le permitía reconocer a los suyos, entraba cada día a su taller y seguía pintando, según dijo su mujer, “los lienzos más hermosos de su vida”. ¿Quién movía la mano de Willem de Koonig? Nos preguntábamos entonces, y nos seguimos preguntando hoy.

Koonig, un artista que buscaba exclusivamente, con intensa concentración, el acto creativo sin predeterminar su resultado. El “action painting”, ese espacio donde vivir la experiencia de la creación.

FINAL

Hace semanas, hemos rememorado la pasión y muerte de Cristo, esa filosofía que nos empeñamos en denostar, para sustituirla con gaseosas teorías que se diluyen antes de que acaben de ponerse en pie. Empeño inútil. Cristo es crucificado cada día, porque Cristo somos cada uno de nosotros.

“Todo esta dicho ya”, escribe André Gide en su Defensa de la Cultura, “pero como nadie escucha, es necesario empezar continuamente”.

Empecemos, pues, de nuevo, con asombro ferrantiano, como si nada se hubiera hecho. Porque nuestra obra podría ser como el pequeño lienzo de Fabritius albergado hoy en el museo Mauritshuis de La Haya… En la película de John Crowlay, de 2019, que lleva el mismo título del lienzo, El jilguero, se narra que ese cuadro, salvado primero del fuego que destruyó el taller del pintor y luego de un ataque terrorista, logra conducir a un desdichado ser humano por el camino que deseamos transitar, el de la conciencia de la belleza.

Y si, por el contrario, no nos sobreviviera nuestro trabajo artístico, que al menos sea la botella de oxígeno, al lado de la cama, que nos ayude a respirar. Es, decir, la antorcha, que, sostenida con la entereza necesaria, ilumine nuestra obstinada historia.

Último dibujo de la serie «La alfombra roja: Waiting for Teseo», de Esperanza d’Ors

 

Esperanza d’Ors es artista