"Ventana" de Carmen Martínez Samper, "Eco versus Narciso" de Esperanza d´Ors y "La pintura y el oro" de Gonzalo Tena

Una niña ataviada con vestimenta oriental ante un telar de alto lizo, una imagen en blanco y negro que, como en un cuadro de Vermeer de Delf, desprende una luz envolvente que recrea un ambiente tranquilo, casi atemporal. Es una fotografía (imagen 1) que reclama la atención desde el escaparate de la Galería Texu de Oviedo; al preguntar por ella, me cuentan que guarda una historia muy especial, llegó de manos de una joven que quería enmarcarla y que nunca volvió a por ella, pasado un tiempo, se acercó por allí el padre de la joven, había hallado el resguardo del encargo, pero no quería recuperar la obra, su hija había fallecido. Por eso estaba allí, esperando que alguien se interesara. La fantasía me hizo recrear que aquella joven había sido la artífice de ese bello instante en algún viaje exótico por Persia o Turquía. Indagué sobre la obra, pertenece a Child Labour, una de las series del fotoperiodista Fernando Moleres. Admirándola desligada del conjunto de la serie y del contexto de denuncia, para la que fue captada, potencia sus aspectos estéticos suavizando su carácter reivindicativo.

Los ingredientes de esta historia muestran cómo la creación plástica, más allá de la intención del artista, toma nueva vida en quien la contempla. Uno de los misterios del arte está en que su significado siempre se encuentra en proceso; el arte verá justificada su existencia mientras exista alguien que viva su experiencia.

Por su naturaleza indomable, las artes plásticas no deberían tener fronteras, al trasgredir los cánones, escapan a encorsetamientos y, desde esa libertad, provocan nuevos interrogantes sobre la vida y sobre la existencia. Cuando el arte conecta con el espectador, más allá de convertirse en espejo en el que reflejarse, abre una ventana a otras lecturas, unas veces de carácter universal, otras apenas transferibles. Así ocurre con “Eco versus Narciso» (imagen 2), o No quiero ser tu espejo, grupo escultórico de Esperanza d´Ors que suelo contemplar con deleite. Dice su creadora que “los mitos son historias sobre la sabiduría de la vida y ahí están para el que quiera preguntarse…”, la ninfa Eco, condenada a ser réplica de otros, no lo es aquí de nada ni de nadie, es una mujer con su propio espacio vital; el modelo masculino, en el que la humanidad se ha visto reflejada a lo largo del tiempo, se desvanece. Todo mito tiene su trasfondo y es, en este sentido, cuando la escultora afirma que le interesa no el Narciso estético, sino el Narciso ético, planteando una relectura de la historia para que la justicia rija el Universo. Estamos ante una artista concienciada y comprometida que ya advertimos en “Contenedores humanos”, su imponente exposición en la Galería Alfara de Oviedo, donde vuelve a remitirnos a sus profundas reflexiones existenciales, muy acordes con los tiempos que vivimos: “El sentido de la existencia siempre está abierto y siempre volverá a resonar en todo corazón humano. Cada tiempo, cada ser humano, tendrá que planteárselo y solucionarlo”.

«Eco versus Narciso», Esperanza d´Ors, 50x70x40 cm, bronce sobre acero, 2001

 

El filósofo Theodor Adorno afirmó que el arte contemporáneo ha dejado de ser aquello que todos saben lo que es, y desconcertados, buscamos en la creación plástica asideros que nos ayuden a su comprensión. La carga conceptual, que gran parte de las obras de arte actual contiene, ha ido desplazando al arte meramente descriptivo y, en este sentido, el arte figurativo se ha ido desprendiendo de lo superfluo en busca de lo esencial. Contemplo una obra de la artista Klára Konkoly-Thege que procede de la exposición “En busca de la paz” (imagen 3), su pincelada, fluida y monocroma, está repleta de sutilezas, el grafismo, ligado a la pintura china Sumi-e, ensalza la materia pictórica en la superficie del lienzo llevando el dibujo al límite de la abstracción. La fértil y exuberante vegetación se muestra contenida en el gesto del pincel. Libertad expresiva y disciplina técnica armonizan. Es una creadora que trabaja directamente del natural, transfiriendo desde el paisaje su propia actitud vital, desprendiéndose de lo anecdótico hacia un paisaje de tintes universales. Desde su poética y espiritualidad, la artista recurre, en su texto de presentación de aquella exposición, a una reflexión de Annie Le Brun: “Hasta hace poco, los seres humanos podían darse la vuelta, volver a sí mismos, reflexionar. El arte nacía, en cierta manera, de estos momentos de reflexión”. Ante las circunstancias tan dramáticas que estamos viviendo, se presenta la posibilidad de recuperar aspectos esenciales de la vida que hemos ido olvidando y que nos dignifican, contribuyendo el arte a hacer que los seres humanos se replanteen constantemente el orden establecido.

Y en este sentido resulta interesante la reflexión que hay tras la obra de la escultora Carmen Martínez Samper que, desde Albarracín, Teruel, trabaja incansablemente en proyectos que unen antropología y arte. Su investigación La ventana, referente en el arte contemporáneo ha tomado forma en una serie escultórica que tiene como protagonistas las ventanas (imagen 4), piezas que, sin perder el sentido de hueco comunicador, de fuente de energía y lugar para la contemplación, refuerzan, a través de su descontextualización del espacio arquitectónico, su poética connotación de lugares para la espera, donde la ventana es, en sí misma, objeto contemplado. Los ingredientes que la conforman no son otros que los propios de la naturaleza, elementos que la alquimia del arte ha transformado. Son formas de aparente dureza, realizadas con chapas de hierro oxidado, recortado y soldado que transmiten calidez gracias a su pátina terrosa, de múltiples matices ocres, que alude a su entorno natural. La superficie envejecida nos recuerda una arquitectura que continúa lidiando con los golpes del tiempo, protegiéndonos tras los cristales de una fragilidad de la que ya todos somos conscientes.

La pintura y el oro es el título de la serie a la que pertenece un esmalte sobre cartulina (imagen 5) de Gonzalo Tena, un trabajo fruto del retiro del artista turolense en Albarracín con objeto de profundizar en la figura del pintor Pieter Bruegel y que culminaría en el documental Bruegel Oculto. En distintos momentos de la Historia, este artista del siglo XVI ha despertado interés entre investigadores, desvelando alguno de los misterios que guarda su pintura. En obras como El Triunfo de la muerte advertimos una pintura inquietantemente actual, aplicable a nuestra dura situación en estos días, Bruegel recurre a una iconografía moralizante que habla de la frágil naturaleza humana, evidenciando el carácter efímero y cíclico de la existencia. Hay en estas obras de Gonzalo Tena algo de ese aspecto cíclico y regenerador, desde el sarcasmo que le caracteriza, es capaz de sintetizar lecturas divergentes en dos palabras: pintura y oro; desde la interpretación más espiritual y esperanzadora del triunfo de la luz sobre las tinieblas, hasta la más prosaica, en torno al mercado del arte y el eterno pulso -no sólo económico, también ético- entre el vil metal y el artista. Pero hay, sobre todo, un planteamiento metapictórico en el que, desde las mismas entrañas de la materia prima, su pintura habla sobre sí misma, sobre sus misterios y alquimia y que culminará en Magnes, uno de sus proyectos más complejos. Estamos ante una obra capaz de sintetizar la carga conceptual y reflexión que todo arte debe poseer, con la inmediatez de un artista volcado sobre su obra ofreciendo una energía necesaria para el fluir de la vida. La generosidad matérica es ese magma primigenio que sobrevive, a duras penas, en el arte. La pintura y el oro es un manifiesto de plena actualidad, una revisión sobre lo que es auténtico y verdadero, sobre el absurdo de un arte oficializado y normalizado, que ha olvidado que uno de los principios de la creación plástica es la necesidad de manifestarse en libertad.


Santiago Martínez
 es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es