Hace ya demasiado mucho, como solemos decir por aquí, que la bailarina Iratxe Ansa (Guipúzcoa, 1976) no es aquella chiquitilla labrada para el contemporáneo de aire neoclásico que bailaba en la Compañía Nacional de Danza (CND), dirigida entonces por Nacho Duato; aquella chiquitilla que incurrió, como ninguna otra de aquel gran grupo de bailarines lo hacía entonces, en la plástica por excelencia para el cielo musical de Bach, en una de las coreografías del valenciano menos citada y, hasta cierto punto, menos exhibida, pero no por ello menos importante. “Cello”, aquel clásico contemporáneo, fue de las primeras cosas que puso nombre público a la entonces desconocida Iratxe Ansa, la que hoy ostenta un Nacional de Danza y el Max de este año a la mejor coreografía por CreAcción (2021) junto a Igor Bacovich (Turín, Italia, 1982), un ser bailado en aquel entonces temblante y sensible que fue delicioso, delicado y enormemente tierno de ver. Era como un papel hecho para ella.
Pero de eso hasta hoy ha pasado ya un tiempo, un “ya llovió”, que se diría a la española. Desde entonces acá, la bailarina guipuzcoana ha evolucionado mucho, ha ganado muchos enteros para su causa creadora, y desde que se unió artísticamente a Igor Bacovich en 2013, ha ganado mucho más para la causa de la danza; potencia germinal en muchas de sus obras, de éxtasis interpretativo, su gran baza y clara seña de identidad. Y ahora marca reconocible de una compañía de nombre propio.
Ansa y Bacovich versátiles, incansables trabajadores, les ha venido el Max como anillo al dedo, dicho sea esto en el mejor sentido de la palabra, porque Ansa, valorada como creadora individual (y también como coautora junto a Bacovich), está viviendo su momento, su gran momento (ya era hora, por otra parte), impulsado desde el Nacional de Danza en 2020, que, de algún modo, señaló formalmente un punto y aparte en su trayectoria y en el devenir posterior. Ahora está entre lo más destacado del panorama dancístico español y su proyección, si la medimos en actividad, giras y bolos, no ha hecho sino crecer. Ahí es nada.
Pero el aporte de Ansa no se circunscribe solo a lo puramente coreográfico y dancístico; el acompañamiento a lo bailado, concebido para ser visto como algo contado, ciñe su polaridad a la dimensión interpretativa y al trabajo interior (hecho quieto y en seco) que destila en escena todo su discurso. Es ahí, no solo donde se ve el trabajo, sino, lo que es más importante, la nobleza de su trabajo. Un trabajo en el que se plasma lo aprendido en otros tiempos, el proceder riguroso y preciso que le enseñaron sus maestros (imprescindible), al lado de las terribles ganas de innovar “narrando desde lo que soy y lo que tengo”. Es decir, como bailarina, como coreógrafa, pero, sobre todo, como trabajadora para la danza, Ansa es una persona que hace, produce y construye desde la seriedad; y esto de la seriedad, en el ámbito actual de la danza, no se antoja poca cosa. Qué va.
Así que, con el marchamo del trabajo que da rango, la compañía Methamorphosis Dance Iratxe Ansa & Igor Bacovich se llegó al teatro Jovellanos de Gijón para dar el pistoletazo de salida a la XXII Muestra de danza contemporánea y artes del movimiento Danza Xixón, que inicia cambio de ciclo de la mano de Idoia Ruiz de Lara; relevo que afronta el reto, por un lado, de seguir manteniendo la continuidad consolidada y, de otro, programar danza con riesgo y espíritu de prescripción (importante esto último), desde la encomienda de atraer nuevos públicos y, ojalá, también nuevas ideas que vayan empujando a DX, siempre a más, fuera de nuestro terruño como un certamen también de intelectualidad. No sería mala cosa, siendo el que viene año electoral en un municipio lleno de espacios para la danza…
CreAcción
El caso es que ciñéndonos a lo visto en el Jovellanos el pasado día 8, diríamos que nos encontramos ante un estado escénico de cosas imponente en su traslación, indiscutible en su pauta coreográfica y súper lumínico en su acontecer. Porque la luz, la luz led, es protagonista de excepción en un sinfín de trayectos bailados, que, no poco poderosos en su abstracción, no dejan de expresar, clamorosamente incluso, el devenir de un cuerpo de luz tan lleno de sonido como pleno de ritmo; un ritmo que bastantea el espacio desde la celeridad, la temperatura o la atenuación; en definitiva, se ve algo así como la medida de la velocidad de la luz en caja escénica donde la danza se convierte en atmósfera dentro de un embalaje, a veces geométrico, otras matemático, otras fluido, otras más lírico…
Y es aquí donde debe hablarse de Igor Bacovich, de lo que hace pero, sobre todo, de cómo lo hace. Es difícil concretar en palabras las sensaciones que este bailarín y coreógrafo italiano desprende en su quehacer. Si bien es cierto que su perfil físico y la impenetrabilidad de su rostro hacen mucho en escena, no es menos importante señalar la cuidadosísima y estudiadísima amplitud de sus ondulaciones, modulación de pies a cabeza y, más concretamente, desde la pelvis hasta el cuello. Sus efectos en el espectador, es decir, la visión de la amplitud de la onda que alcanza su tronco cimbreante hasta la exageración, hablan del mando y el poder del ejercicio que supone la repetición de un movimiento con el que no solo se hace lo que se quiere, sino que pasa a poseer al bailarín de forma casi automática cada vez que lo ejecuta, mientras que a los demás nos lo dan. A todo ello hay que añadir la capacidad de giro, las buenas extensiones y la elasticidad, de naturaleza inagotable, o el espasmo visual que produce verlo simplemente pasear, posar. Es un bailarín enorme. Algo que sabe bien Ansa.
En CreAcción el efecto que la danza cobra, no solo individualmente, sino como grupo humano dentro de una pauta rítmica determinada (no tiene por qué ser un fraseo), se convierte en metadanza, en eso que estando más allá viene más acá y muestra al espectador, en un amplio abanico de sensible oportunidad, la reproducción de un efecto (un paso, pose, ondulación, contorsión, relevé, giro, distorsión, plié) que dirime diálogo en lo bello para lo bello: lo que se instala dentro sube porque nos llena, y queda.
Entonces sabemos que es así como aparece la danza contemporánea, moderna, cuya atenuación es inherente tanto a la luz, omnipresente led, como a las bases rítmicas en las que se sujeta. Maridan. No en vano, el ensamblaje musical, la densidad, corte y distorsión de las pistas, pero, sobremanera, la elección de la candencia para la edición de sonido es tan particular como perfecta para la pieza. El montaje musical coge parte de lo que algunos dj’s (el comercial Darius, por ejemplo) usan como base de su experimentación, el efecto atenuado del sonido producido, algo perfectamente trasladable tanto a la pieza como a los cuerpos que interpretan la pieza. Y esto tiene su importancia tratándose de creación española; nos da modernidad. Mucha, además. Y es creíble.
La reiteración de algo, es decir, el parecer una máquina y decir siempre lo mismo, pero siendo siempre distinto, tiene mucho de run run, de oración, de monólogo interior, algo que saben muy bien las compañías asiáticas, entre ellas L-E-V Sharon Eyal / Gai Behar. Esa especialidad, la de la reiteración, ha caído también en lo que se ve hacia el final de CreAcción, donde al irse de escena un centro de luz, pasa a ocupar tiempo y espacio la reunión en el centro de un grupo humano que dirime su interpelación, en relevé no relevé sine die.
Pero atenuar la luz, mandar sobre ella pero con ella, no es algo que se pueda concebir sin tener en cuenta a la vez tanto el cuerpo que baila como el para qué baila y con quién. En CreAcción está claro: la carne baila con la luz, y la luz baila con la carne; es indistinto; tanto, que si se va el led, el espectador lo echa (mucho) de menos. Ese es el logro de la pieza, que, unido al aura atenuada de cuerpo y sonido, convierte la escena, toda la escena, en una textura propia de carácter móvil que califica, porque adjetiva, un espacio. En este caso fue el lecho escénico del Jovellanos.
La acción lumínica, súper lumínica más bien, se consolida a base de tramoyas móviles que balancean el azul_blanco hacia formas y figuras que acompañan, que no distraen, que iluminan a la vez que bailan, hacen escenografía o simplemente hablan. La pieza también ha obtenido el Max 2022 al mejor diseño de iluminación, una concepción en la que también ha participado Igor Bacovich, pero cuyo diseño firma Nicolás Fischtel, reconocido profesional que trabaja ya desde hace mucho para montajes de danza. Con el mismo Duato, por ejemplo.
CreAcción es una producción de Metamorphosis Dance y el Museo de la Universidad de Navarra enmarcada en un proceso participativo con personas no procedentes del mundo de la danza.
Ficha artística
CreAcción, 2020 / 2021
Idea original y coreografía: Iratxe Ansa e Igor Bacovich
Dramaturgia, escenografía y vestuario: Iratxe Ansa e Igor Bacovich
Música original: Juan Belda
Diseño de iluminación: Nicolas Fischtel
Diseño escenografía lumínica: Igor Bacovich
Bailarines: Igor Bacovich, Katie Courier, Kate Arber, Sephora Ferrillo y David Serrano
Dirección técnica: La Cía de la Luz
Producción ejecutiva: La Cía de la Luz
Distribución: Claudia Morgana – Danzas del Mundo
Una coproducción de Metamorphosis Dance y el Museo de la Universidad de Navarra con el apoyo del Gobierno Vasco.
Duración: 66 minutos.
Url: https://es.metamorphosiswebpage.com/
Teatro Jovellanos. Gijón, sábado, 8 de octubre de 2022
Yolanda Vázquez es periodista especializada en danza
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