«I need my memories, they are my documents»
Louise Bourgeois

Entre la inquietud y la ternura, entre lo protector y lo amenazante, entre la fuerza y la vulnerabilidad. Entre todas estas dualidades viaja la pintura de Breza Cecchini. Su obra es huida y es rescate. Es coser y descoser. A veces, el pincel también es aguja.

En sus Memorias dejó Balthus escrito que “pintar es una necesidad interior” y sentenció: “Algunos de mis cuadros, por sí solos, son una autobiografía, y justificarían que suspendiera la redacción de estas memorias, pues estoy seguro de que nunca he dicho tanto de mí mismo como en mi pintura”. La vida del artista y su obra son, de este modo, dos caras de la misma moneda. La obra deviene en una construcción proyectiva del yo.

Breza, breza. Breza, acuna. Breza mece sus pinturas que, como un espejo, le devuelven su reflejo. Todos los caminos que ha tomado y todas las vidas que ha vivido están en cada trazo, en cada color, en cada dibujo. “El artista se encarna en lo que hace, infunde su espíritu en una materia inanimada”. Son palabras de Jean Frémon, galerista y amigo personal de Louise Bourgeois, la artista que encumbró el “yo soy mi obra”. Breza también es su obra. Tanto en la figuración como en los paisajes. Porque sus paisajes también son autorretratos. Porque su arte, al igual que el de Bourgeois, también es un arte confesional. Es un arte que modela miedos, obsesiones, emociones, libertades, sueños, recuerdos, deseos.

Breza convierte su pulsión creadora en expiación. Las imágenes resultantes, en ocasiones ambiguas y contradictorias, fluctúan entre el dolor y la reparación. La artista las aborda no como una huida del pasado (o del presente) sino como una recreación catárquica consciente y consecuente. Un tête à tête con sus vivencias más personales e íntimas a través de una iconografía propia de casas oníricas, bosques, niños y caballos, maternidades, caperucitas y lobos. Su particular bestiario, como extraído del imaginario de Lewis Carroll, está conformado por animales casi parlantes que gozan de la misma entidad que las figuras. Un universo intransferible, intuitivo y onírico. Una fábula pintada y, como tal, no exenta de su moraleja.

 

La reelaboración constante de ciertos temas permite entrar en su mundo. Un mundo de psicodramas, de lobos totémicos y de caperucitas que subvierten la fragilidad estereotipada asignada a la mujer por el patriarcado. Un mundo donde lo doméstico está muy presente a través del hilo y de la aguja, de una acción de coser alejada de toda función convencional y transformada en una actitud de desbloqueo de emociones. Penélope se ha revelado y borda palabras con poder sanador.

Lo doméstico también es acometido a través del hogar que, como refugio, es protagonista en muchos de sus paisajes. La casa de Breza es la casa de Bachelard, es cuerpo y alma, es enclave de los sueños, de los recuerdos y de la memoria. Es lugar para ejercer la resistencia íntima sobre la que ha reflexionado Josep María Esquirol porque “la casa, como centro, hace que el mundo no sea ni caos ni dispersión total; es condición de que haya mundo”. Y todo su mundo está ahí, gestado en el interior de esas casas (que son su psique) y brota en la pintura de manera indirecta pero indisimulada.

Las atmósferas de Breza son mágicas y tensas a un mismo tiempo. Encierran mucho más de lo que, como espectadores, alcanzamos a ver. La repetición de motivos en su obra clarifica, pero hasta un punto. Más allá, todo es niebla densa que sólo ella atraviesa. ¿Estamos ante sueños o ante recuerdos? ¿Son ficciones o son recreaciones con arraigo en la realidad de la artista? ¿O hay un poco de ambas? El mundo del sueño es irreal pero la memoria de la que se extraen los recuerdos, la mayor parte de las veces, es infiel. Con el paso del tiempo puede ser difícil distinguir entre un sueño y un recuerdo. “Eso quiere decir que, al fin y al cabo, no estaba soñando – se dijo para sí misma – a menos… a menos que todos fuésemos parte del mismo sueño. Es ese caso, espero que se trate de mi sueño, y no el sueño del Rey Rojo. No me gustaría pertenecer al sueño de otra persona”. Es Alicia en Al otro lado del espejo. Eso no le ocurre a Cecchini porque ella es protagonista de sus propios sueños y guardiana de sus propios recuerdos.

Breza, breza. Breza, sueña. Breza, recuerda, luego existe.

«Breza, Breza», Breza Cecchini
Sala Municipal de Exposiciones de La Caridad
Hasta el 1 de septiembre de 2019


Natalia Alonso Arduengo
 es gestora cultural