No Bautizados. Lo invisible / FOTO: JESÚS VALLINAS

El Certamen Coreográfico de Madrid, plataforma señera para el lanzamiento y exhibición de propuestas de danza de mediano y pequeño a mínimo formato, inundó de sangre nueva una de las citas importantes del invierno con la creación dancística más joven, hecha por bailarines y creadores procedentes de latitudes tan distantes entre sí como México, Costa Rica o Taiwán. Durante quince días, las dos primeras semanas de diciembre pasado, se juntaron en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid las energías y potencialidades de quienes intentan hacer de su cuerpo una fiesta en el esplendor de su gracia.

Talleres sobre identidad y cuerpo, sobre procesos de creación o sobre comunicación especializada en danza ocuparon buena parte del programa de un certamen que se ciñó a lo que mejor saben hacer sus organizadores: trabajar con seriedad y dar oportunidad artística a quien la merece, regla de oro de la casa que ha constituido durante más de tres décadas un modo de hacer las cosas; así se ha proporcionado un hueco de referencia a muchos principiantes, con lo que, pese al aluvión de ofertas artísticas y culturales que conviven a la vez –sobredimensión, según las épocas–, se consigue seguir centrando la jugada sin temor.

Y desde estas líneas, lo que se nos antoja como fortaleza importante, aciertos y errores mediante –los consustanciales a cualquier organización humana, por otra parte-–, es el espíritu de persistencia, y de resistencia, por qué no decirlo. Porque no es nada fácil combinar, y más en un país como el nuestro, una intendencia interna alojada en la cercanía y la amabilidad con el marchamo y la exigencia del espíritu de la profesionalidad. Y esta cita lo logra.

El despliegue organizativo, obra de un pequeño equipo humano bien avenido, pasa por la plataforma artística de Paso a 2 bajo la dirección de Laura Kumin, una profesional que se afana en certificar que el certamen nació certamen precisamente para diferenciarse de un festival o una muestra, y cuya actividad no solo se centra anualmente en el mes de diciembre, sino que el resto del año abarca más cosas. Desde la realización de proyectos dirigidos a institutos de enseñanza secundaria y bachillerato, a interacciones con otros colectivos, tanto españoles como extranjeros, que permiten fomentar intercambios, residencias, investigaciones, etcétera. “Tenemos la sensación de poder influir de forma positiva en la trayectoria de los creadores participantes y, de manera indirecta, en los públicos. Somos conscientes de que la cultura deja huella y cambia vidas”, dice Kumin en la web institucional del certamen.

El encuentro tuvo la primera de sus dos jornadas de cierre el pasado 14 de diciembre, cuando se desarrollaron dos actividades abiertas al público: de un lado, una muestra de solos en estado de germen denominada Me, Myself & I; y, del otro, la exhibición de la selección de coreografías premiadas, más la actuación de una compañía invitada, la de Arnau Pérez de la Fuente, que puso sobre el tapete “Young blood: matter of time”. Y a tenor de lo visto en el certamen, donde se dieron cita el contemporáneo, algo de flamenco (poco) y la performance, hay que decir que si bien se incide en léxicos y apoyos creativos conocidos, el encuentro dio paso a pautas coreográficas mejor acabadas, donde los excesos de improvisación caen (por fin) en un segundo plano muy segundo plano. Y es que es momento ya para otra cosa, para la recuperación del producto bailado como algo más entero, más pensado, y donde el trabajo de, digamos, preproducción creativa, eso que antes se pensaba hasta en papel, a modo de racional creativo, es decir, como una especie de libro de estilo, adopte forma y pauta de trabajo reglado.

Es necesario decir que el mal uso del lenguaje de la improvisación en espacios convencionales y no convencionales, que incluía a veces desnudos un tanto gratuitos (la época en la que había que desnudarse bailando en museos y galerías de arte fue tremenda), rayaba ya en el absurdo facilón más absoluto; se llegó incluso a desproveer el asunto de sentido estético. Habrá que pensar que era cuestión de tendencias y modas, algo demasiado habitual en esto del acontecer artístico; un asunto este, en fin, que mejor acicalamos otro día.

Manbhusa / FOTO: JESÚS VALLINAS

 

La intimidad bailada desde los sentidos.

Para definir la pieza Manbuhsa, de la compañía Pablo Girolami & Giacomo Todeschi, podríamos acudir al cine, en concreto a aquella vieja película de Woody Allen El Dormilón (1974), en la que aparecía un aparato cilíndrico de incalculable energía que se llamaba orgasmatrón. Y es que sobre la tarima del teatro Conde Duque, y con unas condiciones físicas envidiables, los bailarines Pablo Girolami y Giacomo Todeschi despliegan a raudales movimientos que tienen mucho que ver con el bloqueo y desbloqueo de cadera, señalamiento importante en su creación e influencia de la danza moderna y el free-jazz, y que llena de enorme sensualidad la pieza pero no llevándola, como cabría suponer, al terreno sexual, sino a un espacio de infinita posibilidad y fantasía de buen erotismo. Limpio y magnífico.

Es un todo implícito que no molesta nunca, que se hace tan digno y corpóreo como lo es la pieza, que a calzón quitado (es la indumentaria que llevaban, sea dicho de paso: un acierto) nos habla de bloqueo y desbloqueo; y eso, se mire por donde se mire, es algo muy de estos tiempos políticos y digitales. El juego lúdico para la diversión como algo sano, infantil y genuinamente humano. Un gran dúo masculino para una buena idea.

Muy distinta fue la segunda pieza de la velada: Lingua, de la coreógrafa Natalia Fernandes e interpretada por Isabela Rossi y Fran Martínez, con música de Ligeti y Sinatra, ahí es nada. La obra obtiene su esencia de lo mejor de la danza-teatro y (desde aquí nos atrevemos a decir) de lo mejor que define algunos de los entramados estilísticos de la danza contemporánea de hoy: la adaptación a lenguaje coreografiado (regla con pauta y sin ella) de la fragilidad de los sentimientos entre un hombre y una mujer, de sus fortalezas y debilidades en el estrambote de su doméstica. En el fondo es hablar de forma cuca y honesta, en pequeño y como a sorbos, desde el soplo de la intimidad al mar de los hechos; y el espectador, desde la butaca, parece que se introduce por una rendija para espiar un montón de poesías y verbos. Es como la visualización del interior de un estado de confesión; algo parecido. La habitación (escenario) que reúne el frío y el calor.

La pieza arranca como una mera propuesta de cuerpos en el espacio; la danza no se manifiesta. La pareja está para inducir un estado de ánimo, para ir dando poco a poco eso que nos quieren contar, y mientras lo cuentan, impresionar. Y es la lengua de la bailarina la que, en un alarde de estiramiento fuera de la boca, ausculta el espacio exterior, e inicia lentamente el pormenor de la danza. Se podría pensar hasta en agujetas por lo que duran estos instantes, pero que capturan y retienen. Debe decirse que los dos lo hacen realmente bien. Su buen grado de concentración y entendimiento es más que evidente, y hacen avanzar la pieza desde ese importante grado de diálogo interior, que ellos en todo momento sacan fuera. Se ve buen trabajo de fondo y ensayo. Muy de alabar.

Vestidos de calle, y siempre de la mano de la pauta coreográfica, van construyendo, en algunos momentos más que en otros, la abstracción de una nomenclatura bailada, que a veces torna teatro, otras expresión corporal y otras pura danza. Es lindo verlo. Mucho. En realidad es como si viéramos una obra de teatro bailada y los diálogos se construyeran a base de bien aquilatados fraseos, de hermosos paseos, más rápidos, más lentos –hay unos cuantos–, de los que conviene destacar el engarce con el que están conexos; no en vano son los que de alguna manera dan paso a las diferentes áreas de la pieza. El momento para el estruendo se corona con un gran enfado, riña y sexo en el suelo; pero en ningún momento se pierde la ligazón de la danza; muy al contrario, se hace más densa, más intensa. La energía y su potencia se expande con rapidez hasta que, obviamente, llega la calma; el preludio de todas las palabras de nuevo.

Bien es cierto que la fórmula empleada para la novedad, la habilísima combinación de la danza y la teatralidad, puede producir dos impresiones contrapuestas en el aficionado. Por un lado, que al volver al teatro bailado no nos estén diciendo nada nuevo –a veces vemos este nicho con algo de prejuicio y ligado siempre al siglo XX–; pero es una cuestión que quizá habría que redescubrir más y mejor. Y, por el otro, que los códigos de movimientos empleados para el gesto nos resulten un tanto abstractos y repetidos, como aburridos. Pero no. Pareciendo que pudiera concurrir todo ello, lo que sucede es lo contrario; el mérito está en la mezcla, en haber conseguido una mixtura tan fina y delicada que la sutileza de su propio parámetro engorda al punto de sal la dramatización de la narrativa; y casi, casi sin que el espectador se dé cuenta. Es especialísima. La mezcla no desfallece en ningún tramo; consolida lo sólido, valga la redundancia, y nos lleva hasta el final armónicamente, pese a lo aruduo y que medien en una parte graves problemas, en esa irreductible combinatoria de dos en uno: la múltiple y amorosa unicidad de la célula que hacen dos, lo que verdaderamente se cuenta: un proceso (camino) metido en un estilo (comportamiento). Ámbito y desambiguación.

La tercera de las piezas, Moi-je, a cargo de Fabián Thomé de la Compañía Full Time, fue como un subidón lleno de la poderosa estética de los hermosísimos cuerpos de dos hombres. Los bailarines, Benoit Couchot y el propio Thomé, nos invitan a un muy bello y fuerte merodeo en torno a la idea del hombre elástico; una idea que intenta buscar en la planimetría de la piel del compañero un signo, un número, una letra, o el hallazgo de un asidero para seguir escalando, subiendo, bajando; en suma, viviendo. Qué bonita se hace la elegancia cuando lo que se dirime es el ronroneo de un cuerpo sobre otro. Gato que cela tacto.

Y aunque hay mucho enredo corporal, como cuando los niños chiquitillos juegan en el suelo, en el fondo todo ese rebozo se alza como algo muy geométrico, y es una geometría para el abrazo entre varones, no entre amantes. No hay homosexualidad, más bien lo opuesto; son las proteínas en acción del aura viril, la dilatación muscular emulando ensayo desde el aprendizaje para recuperar un espacio más animal, más libre y ambiental; el azúcar de todo buen entrenamiento, el juego de los adolescentes y los cachorros, por ejemplo. O sea, lo que nos enseñaron, lo que nos bailaron, fue el diagrama físico de un desarrollo. Perfecto.

Lingua. Natalia Fernandes / FOTO: JESÚS VALLINAS

 

33 Certamen Coreográfico de Madrid
Plataforma Paso a 2
Dirección: Laura Kumin
Fechas de realización: Del 2 al 15 de diciembre. Centro Cultural Conde Duque. 2019, Madrid.

Ficha técnica. Relación de premios y premiados

Fabián Thomé (Moi-Je), Primer Premio, Premio del Jurado Joven, premio del CSDMA y programación en Descalzinhadanza.

Natalia Fernandes (Lingua), Premio de la Crítica, asistencia a la Semana de Investigación Coreográfica en Bassano del Grappa, Premio UC3M (Residencia 9 meses), Residencia en Chaiyi PAC, Taiwan, Residencia en Carme Teatre con 3 funciones.

Pablo Girolami (Manbuhsa), Premio del Público, residencia en Centro Coreográfico La Gomera y residencia en L’Estruch.

Isabela Rossi (intérprete en Lingua y coreógrafa e intérprete en Me, Myself & I), Premio Fundación AISGE con participación en el International Choreographers Residency, American Dance Festival, residencia en C. C. Consejería de Cultura, Embajada de Cultura en Washington D.C. y Beca en Movement Research (NYC).

Manuel Rodríguez (Venue), residencia en Tanzhaus Zurich y membresía anual de Emprendo Danza.

Julia Godino y Alexa Moya (Picnic on the Moon), premio para cursos intensivos del Institut de Teatre, residencia en Losdedae y membresía anual de Emprendo Danza, programación en Cuerpo Romo 2020.

Lucía Montes (intérprete en Valle de los 90), beca en Descalzinhadanza.

Richard Mascherin (Valle de los 90), beca de asistencia a DanceWeb (Viena).

Compañía No Bautizados (Katia Humenyuk y Rolando Salamé) con el dúo Lo invisible, beca de asistencia al BIDE y residencia Centro Danza Canal, programación ¡Ahora! Danza 2020, organizado por Eléctrica Cultura en el CICUS, Univ. de Sevilla.

Helena Lizari y Laida Aldaz (Kirolak), premio PAD.

Guillem Jiménez (The Uncanny Valley), residencia en La Caldera.

Roser Tutusaus y Tom Weksler (Rise), proyecto tutoría y residencia en La Nave del Duende.

Los 5 seleccionados de este año de “Me, Myself & I” que actuaron durante los días del 33º Certamen Coreográfico de Madrid fueron:

  • Isabela Rossi  Sin título – cuerpo sobre espacio
  • Tania Garrido Pupa
  • Raúl Pulido Haz pipí, Caballito
  • Álvaro Murillo Flamenco futuro
  • Inka Romani Outdated. Ganadora

Yolanda Vázquez es periodista especializada en danza
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