Oviedo tenía un festival de Jazz. Y era un buen festival de Jazz. Desde mediados de los años 80 pasaron por la capital asturiana nombres como Miles Davis, John Scofield, Pedro Iturralde, Manu Dibango, Art Blackey, Branford Marshalis, Johnny Copeland o Bill Evans, hasta que en el año 2007 el alcalde del momento (y de tantos otros momentos) decidió suspenderlo “por ruidoso”, incluso cuando la mayor parte de las actuaciones se realizaban en espacios cerrados como el Auditorio Príncipe Felipe o el Teatro Campoamor. Desde entonces, en la ciudad no ha habido apenas programación dedicada a jazz más allá del algún concierto esporádico (me viene a la cabeza el de Paquito d’Rivera en el Auditorio Príncipe Felipe hace un par de años).
Esperemos que lo que ocurrió en el Teatro Campoamor el pasado sábado 7 de marzo sea un punto de inflexión (o más bien de partida) para que Oviedo pueda disfrutar de nuevo de los grandes nombres de la escena jazzística mundial.
Y lo que ocurrió el sábado 7 de marzo en el Teatro Campoamor es que tres señores se marcaron uno de esos conciertos que dejan huella. Chick Corea (piano), Christian McBride (contrabajo) y Brian Blade (batería) presentaron su «Trilogy Tour» en el coliseo ovetense, facturando un recital de más de dos horas (incluido intermedio) en el que jugaron a su antojo con un repertorio que transitó entre el jazz más clásico, lo latino, lo experimental, sonatas barrocas reinterpretadas e incluso toques de flamenco, en un Campoamor abarrotado con unas entradas que no eran precisamente baratas.
El de Massachusetts (78 años a sus espaldas, no nos olvidemos de esto), actuó como líder de la banda (que lo es), pero mostrando en todo momento una compenetración absoluta con sus dos compañeros de escenario. Se nota que hay feeling entre ellos, que llevan tiempo tocando juntos y que se entienden sin ni siquiera mirarse. En varios momentos del recital, Chick Corea les cedió el testigo permitiendo que presentaran algunos de los bloques del concierto y que demostrasen su virtuosismo con algunos solos (sobre todo de contrabajo) memorables.
No podemos olvidarnos que gran parte de lo que hacen estos tres monstruos sobre el escenario es pura improvisación (esa es precisamente la base del jazz), por esto es tan importante la compenetración de la que hablábamos anteriormente. Sin ella, todo se desmoronaría irremediablemente. Sus primeras palabras sobre el escenario fueron precisamente esas: Hola Oviedo, vamos a intentar experimentar.
Ya en lo musical, el espectáculo arrancó con «Armando’s Rumba», composición propia de Chick Corea dedicada a su padre, y continuó con algunos estándars del género como «Alice in wonderland», «In a sentimental mood», «Crepuscule with Nellie» y «Trinkle Tinkle». Durante esta primera hora se sucedieron momentos de compenetración absoluta con algunos solos de altísimo nivel, como el de contrabajo que cerró la primera hora de concierto.
Después, veinte minutos de descanso y vuelta a las tablas. El segundo bloque del concierto lo abrieron con un tema inédito “que habían estado ensayado un poco esa misma mañana” y que presentaba por primera vez sobre un escenario. A continuación, homenajearon al compositor barroco italiano Domenico Scarlatti, con lo que podríamos denominar una deconstrucción de una de sus sonatas, tras la cual volvieron a los sonidos más latinos e incluso con un toque flamenco, con la también inédita “Spanish Song”. Como cierre sonó “Fingerprints” del álbum “Past, Present and Futures”, editado en el año 2001, composición con la que dieron por finalizado el concierto.
Ante la insistencia del público volvieron a subirse al escenario para saludar, y, ya puestos, se quedaron para ofrecer el único bis de la noche: un “Blue Monk” (uno de los temas más míticos de Thelonius Monk) en el que Chick Corea invitó al público a participar. Y el público, claro, participó y disfrutó de lo lindo.
A la salida, caras risueñas y comentarios, todos positivos, entre el público. Supongo que a un concierto no se le puede pedir mucho más. Quizás la experiencia se extienda y podamos ver una programación regular de jazz en la ciudad, porque estoy seguro de que sería todo un éxito.
José Castellano es editor de LaEscena