Ethernal mirror II (Still video)

«Si no le pones caras entonces es un paisaje»
—Brian Chippendale, artista y percusionista

Perséfone, hija de Démeter, fue una diosa de la fertilidad adorada sobre todo en los Misterios de la antigua ciudad griega de Eleusis. Cuando Hades, dios de los muertos, la secuestró y la desposó a la fuerza, Démeter salió a buscarla por el mundo y su tristeza dejó los campos baldíos y helados. Zeus ordenó a Hades que la liberase porque la humanidad no podía sobrevivir sin los frutos de la tierra, pero Perséfone había comido unos granos de granada durante su cautiverio y tomar alimentos de la tierra de los muertos obligaba a permanecer allí para siempre. Las partes tuvieron que alcanzar un acuerdo por el que Perséfone pasaría cuatro meses al año como reina consorte en el Hades y el resto en la superficie junto a Démeter, la Madre Tierra. Desde entonces, su ausencia trae el invierno al mundo de los mortales y el reencuentro de ambas diosas marca el inicio de la primavera.

El arte de Cristina Ferrández (Alicante, 1974) está orientado a la fundación de nuevos misterios en un mundo sobresaturado de explicaciones. Convencida de que la intuición va un paso por delante de la ciencia, a lo largo de su carrera ha construido un sistema de mitos alrededor de conceptos como el nido, la gestación o la frontera, cuestionando en proyectos como Territorios desheredados o Framed Landscapes la relación del ser humano con el territorio. Coincidiendo con la llegada de la primavera, Ferrández y la comisaria Natalia Alonso Arduengo inauguran La fuga de Perséfone en la Sala 1 del Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón, una selección de once fotografías de pequeño formato y tres proyecciones de vídeo que muestran una serie de intervenciones en la naturaleza. Planicies brumosas y bosques en decadencia sirven de escenario para que un contingente de figuras femeninas, los distintos aspectos de la diosa, lleven a cabo sus rituales silenciosos alrededor del suelo y el agua. Su objetivo, se adivina, es sanar a la Madre Tierra y devolverle sus atribuciones. Aunque hay una magia palpable en la presencia de estas perséfones y en los colores del paisaje —dorados otoñales y escalas de grises invernales, rotos puntualmente por algún rojo alienígena—, el discurso de Ferrández trasciende su poética visual.

Las deidades femeninas tuvieron gran importancia en el mundo antiguo, pero sus poderes han sido usurpados por la idea de progreso lineal y por un racionalismo que se ha vuelto dañino a base de proscribir cualquier alternativa. La fuga de Perséfone imagina el regreso de la diosa de la primavera a un mundo devastado por un materialismo caníbal y la incertidumbre de un planeta en deterioro —lo que puede entenderse como una masculinidad radical, empeñada en negar su contrapartida— y contempla la posibilidad de un nuevo modelo circular, sostenible y capaz de reconciliarse con el lado femenino de la humanidad a través de una “inteligencia colectiva necesaria”. Cristina Ferrández insiste en que la oposición femenino/masculino es una noción cultural, simbólica y no biológica, y señala la imposibilidad de un equilibrio entre dos elementos enfrentados si se prescinde por completo de uno de ellos. Su trabajo cuestiona el sentido de la palabra progreso en estos tiempos en que el conflicto entre lo técnicamente posible y lo moralmente pertinente es más sangrante que nunca.

Conversaciones secretas, 2010-16 (Impresión giclée en papel Canson. Rag Photographique. 100% algodón)

 

Por supuesto, el proyecto no es un tratado filosófico ni un programa electoral; tampoco pretende sugerir que el paganismo practicante sea la solución a los problemas del mundo, aunque sí defiende el papel de lo no estrictamente lógico en la ordenación de las sociedades. La cuestión es que un artista tiene la responsabilidad de poner al espectador frente a los problemas fundamentales de su tiempo y Ferrández lo hace por medio de su propio sistema de símbolos. Personajes alados, tocados de hojarasca y cunas abandonadas aparecen en distintos escenarios como avatares de una feminidad convaleciente que lucha por restituir su integridad. La pieza titulada Conversaciones secretas muestra una figura en un hábito rojo de dimensiones absurdas dialogando con un lobo ante un bosque nevado: no sabemos qué se dicen o qué espíritu los anima, pero la escena invita a adivinar un preludio y un desenlace a partir de nuestras propias referencias. La vocación narrativa, como de leyenda in medias res, es uno de los nexos que hay entre los grandes chamanes del arte de las últimas décadas: Beuys, Abramović, Barney, exponentes supremos de un ritualismo y una mitografía que refuerzan el parentesco entre el arte y la religión. Ferrández ha asimilado los fundamentos de los maestros para destilar un lenguaje indiscutiblemente propio.

Según la boutade que encabeza este texto, cualquier obra de arte que no incluya un rostro reconocible puede ser leída como un paisaje. Dicho de otra forma: el arte es paisajismo siempre que no es retrato, y no sólo en un sentido pictórico. Las perséfones de Ferrández son discretas hasta el punto en que cabe dudar si es una anatomía humana lo que hay debajo de algunos hábitos. Las veces que hay uno o varios rostros a la vista su perfil es irrelevante o queda demasiado lejos para distinguirlo, y esta falta de caracterización desvía el protagonismo hacia un paisaje cargado de lecturas políticas y sentimentales. En su caso, y creo que el ejemplo es muy necesario en el panorama confuso por definición del arte contemporáneo, la relación entre fondo y forma está pensada con rigor y resuelta con elegancia. La puesta en escena, además, es de una claridad geométrica preciosa. Cristina Ferrández toma el testigo de una de las derivas más importantes del arte de la segunda mitad del siglo XX: la reformulación de la escultura como invasión teórica y práctica del espacio, y sobre todo canaliza el espíritu de las grandes obras del Land Art.

No quiero disimular que los trabajos de la artista alicantina me entusiasman desde hace años. La fuga de Perséfone es una pequeña gran exposición que entra rápidamente por los ojos, tan sencilla o tan compleja como le convenga a cada visitante, y creo que ofrece una experiencia valiosa para aficionados y profanos. El acondicionamiento de la sala y el texto de presentación a cargo de la crítica y curadora Natalia Alonso Arduengo sirven en bandeja los ingredientes de una visita íntima e intrigante, una excelente oportunidad de disfrutar del buen arte contemporáneo en pleno centro de Gijón. Me permito hacer una sugerencia de presentación, como las cajas de cereales: visítese la muestra con un libro de temática afín bajo el brazo, por ejemplo El rodaballo de Günter Grass. Meriéndese a continuación en algún local gijonés con vistas al Cantábrico mientras se echa un vistazo a las primeras páginas de la novela. Imagínese, como escribe Grass, “un hombre sin rastro de privilegios ni poderes, flamantemente nuevo”. Y contémplese la posibilidad del círculo, porque Perséfone anda suelta y esta vez no le han abierto la puerta: ha escapado por sus propios medios.

“La fuga de Perséfone”. Cristina Ferrández
Centro de Cultura Antiguo Instituto, Gijón. Sala I
Del 23 de marzo al 20 de abril de 2017

Pluralidades del ser, 2010-16 (Impresión giclée en papel Canson. Rag Photographique. 100% algodón)

 

Alejandro Basteiro es escritor y dibujante
alejandrobasteiro.es / @lapiedradezo