Quizá en un futuro se recuerde así: tomando aire mientras se frota las manos, diciéndose: Vamos allá. Una misma representación para cada nuevo comienzo, o su anhelo.
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El músculo, al igual que el pensamiento, agradece la exigencia que lo confirma.
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El precio a pagar por hacer lo que quieres es la certeza de que jamás podrás hacer ninguna otra cosa.
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Y de repente alguien te lleva a valorar las posibles consecuencias de cada uno de tus actos. El amor.
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Si la voz es verdadera puedes prestarle atención a la estructura porque ya no hace falta que todo sea compensado por ella.
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Sintió en el centro médico que la música que se desprendía de la manera en que el paciente llamaba a la puerta de la enfermera y la que emanaba del modo en que preguntaba si podía pasar eran en realidad la misma, un continuo, algo superior a una consonancia o correspondencia: la melodía, la forma que aparece cuando alguien pone su vida en manos de otro.
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Percepción: las relaciones que el tiempo dicta; la resultante como apariencia del cambio.
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La expectativa solo es una condena para aquel que desea ser condenado y verse así liberado de dicha expectativa.
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Cuando acabes me llamas y te digo dónde estoy. Título.
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Se acepta ya que el trabajo de hoy no hará más fácil la tarea de mañana. Pero la posibilitará. Y eso es lo que importa.
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La única cola que no le abruma, que no le desanima de pronto, es la que se forma delante del puesto de los helados.
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«Porque el cine es tiempo que pasa. Si empleáramos los medios del cine -que está hecho para eso-, obtendríamos un pensamiento que permitiría ver las cosas.» Jean-Luc Godard.
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¿Cómo incluir el silencio en la narración? Mediante la descripción literal de lo que rodea al personaje, sonidos incluso.
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Escuchamos una y otra vez la misma canción porque de alguna manera sabemos que solo ella puede hacer algo por nosotros. Y porque no lo hace.
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Los nombres lo vuelven todo ajeno.
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Es curioso el efecto que la consciencia de lo provisional tiene sobre uno, pues, aunque en un principio puedan parecer obvias las causas del alivio fruto de dicha consciencia (esta sensación de clemencia experimentada como una revelación: de entre todas la posibles ninguna más evidente que el reposo que tras un largo día de deambular se experimenta de manera inmediata, esa descarga: la gratitud discreta de la carne) hay algo más, que inquieta: una razón: y es que allí sentado, en ese muro de piedra que no le llegaba más arriba de las rodillas, sentía de alguna manera la absoluta improbabilidad de que alguien conocido irrumpiera, reclamándole, lo que de estar sucediendo en su lugar fijo de residencia le provocaría lo contrario: una angustia que se volvería infelicidad: todo lo tuyo sabiéndose incapaz de influir en tu propia vida.
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El ritmo de su cabeza le desborda, lo que nace engendra lo que nace mientras está naciendo y él ya solo quiere parar, detenerse. Pero ¿qué es una quietud sin escritura?
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La constancia alumbra siempre una carencia.
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Habla. Limítate a ser la emanación de aquello que te empuja a hablar.
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Aunque en un principio trató de espantarlo, finalmente optó por quedarse quieto y contemplar a aquel insecto posado en la pantalla de su ordenador, aquella compañía, que con su cuerpo tapaba una mínima parte de lo escrito, la más pequeña porción de sí mismo.
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Nadie quiere verse convertido en aquel a quien se le desea lo mejor.
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Las manos tiemblan porque ansían soltar lo que no pueden agarrar. Son el reflejo de un movimiento que no conoce continuidad ni cierre.
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La paloma que llevaba un rato dentro de la tienda y que él, incluso cuando la estaba mirando, no lograba sentir como presencia. Cómo se estrelló unas cuantas veces contra el cristal de la ventana. Cómo, cuando él se acercó para ayudarla, asustada, trazó un círculo perfecto y salió por la puerta. Cómo el miedo, una vez más, fue el mejor aliado de la precisión.
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El sustantivo argumenta; el adjetivo exige ser justificado.
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Una narración cuyas partes no vinculen, no permitan ser relacionadas con nada, ni tampoco entre ellas. Una narración cuyas partes actúen unas sobre otras sin llegar nunca a tocarse.
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El milagro de lo visto: de repente, durante el paseo, algo, la sensación de haber sido acogido. La imagen como experiencia de lo familiar.
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Un libro que sea una continua puesta en escena. ¿No es eso la vida?
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Se encuentran en lo otro sus respiraciones, la del perro y la suya. ¿Y qué es lo otro? El mundo, ignorado por ellos. Roncamos por eso: para que nosotros, desprovistos de los significados, podamos entablar un diálogo con todo lo que vive y desconoce la palabra, el aliento que exhala una máquina cualquiera, más que reducida a su función esencial, glorificada al ser eximida de ninguna otra función. Durante el sueño, cada uno de sus movimientos es acompañado por aquello que forma parte de su causa: alguna clase de ruido, variaciones de la estridencia: expresiones del miedo. Evidencia así la consciencia de su vulnerabilidad el que duerme, la más alta.
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Nada recuerda más a la muerte que un sombrero en el camino.
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Chus Fernández es escritor