Fotograma de “Despertar en el infierno” de Ted Kotcheff

La ilusoria energía de año nuevo interpretada siempre como una oportunidad para la renovación.
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Como una herencia la imagen altera nuestra relación con el pasado.
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Muéstrale al mundo, y de paso a ti, la diferencia entre lo que se gasta y lo que se estropea. Haz que esa brecha se agrande. Sólo así llegará a ser tu intervalo.
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Está desprendiéndose de algo. O tal vez sienta que todo él debe acompañar al declive silencioso de cuanto le rodea.
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“No pensé. Vi, vi mi pensamiento.” Cuento de invierno. Éric Rohmer.
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Pese a todo, ha de reconocer que las series, cuando constan de varias temporadas y le permiten entrelazarse emocionalmente con ellas, le ofrecen un resguardo que no encuentra en otra clase de ficciones.
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Saco el teléfono del bolsillo de mi pantalón y busco la última llamada que hice. Vuelvo a llamar.
Soy yo.
(…)
Yo.
(…)
Aquí.
(…)
No lo sé. No sé dónde es aquí.
(…)
No. No hay nada.
(…)
No. No todo está cerca de algo.
Diálogos.
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Tenía que haberme levantado primero, voy a levantarme. Primer lunes del año.
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Para acomodarse en el insomnio, escucha el primero de los podcasts que tiene descargados. Se ve al borde del llanto cuando oye a un colega reflexionar con lucidez sobre su oficio, es duro sentir fuera de tu alcance la plenitud que te unía a la idea cuando todavía la estabas ejecutando. Busca en Spotify el Black Star y comprende que en este caso su admiración se ha transformado en tristeza porque no refleja el tamaño del anhelo sino el de la pérdida. Como si fuéramos dioses.
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La belleza de cualquier cosa en el desierto, su luz circunstancial, responde tanto a la improbabilidad de esa cosa como a nuestra urgencia, a nuestra necesidad insoportable de algo.
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(…) el vídeo, los paseos por el pasillo mientras montaban las luces y yo, solo, caminaba arriba y abajo, mi manera de seguir siendo raro, decías, pero no, Ruth, yo sencillamente no podía estar allí, con todos, mientras tanto, mientras os repartíais tareas y esperanzas, y no podía porque siempre necesité algo que se interpusiera entre los demás y yo, la barra, la guitarra, el vaso de tubo contra mi pecho entre trago y trago, La casa Rohmer. Carlos.
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Todo esto no exige ninguna justificación pero sí tu insistencia en seguir aquí, soportándolo, un minuto tras otro.
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Metes tus cosas en la casa de alguien
poco a poco
pero te las llevas de una sola vez.
Algo muy parecido a esto es la vida.
Aunque también es verdad que en todo
encuentra la vida su equivalencia.
Cosas más leves.
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Quizá el goce incomparable del apunte responda a su capacidad para aunar en un mismo acto cumplimiento y promesa.
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En una escena de Nunca, casi nunca, a veces, siempre la cámara nos va mostrando a la protagonista en la camilla, durante el aborto. Vemos que está aferrada a la mano de alguien, de quien sólo se nos muestra eso, parte de su brazo, su mano cogida a la de la protagonista. Aunque podemos intuirlo, no se nos muestra a quién pertenece la mano a la que se aferra la de la protagonista. No se nos dice si esa mano es la de la mujer de la clínica, quien le aseguró que estaría allí durante la intervención, o la de su prima, que ha ido con ella hasta Nueva York para acompañarla y apoyarla en el proceso. Al no mostrarnos a la persona, al no distinguirla de entre todas las personas posibles concediéndole un rostro o una voz, se nos está sugiriendo que no importan los vínculos en una situación como esa, que los nombres son reducidos a su función, a la tarea humana que están llevando a cabo. Pero también lo contrario: que en una situación tan dolorosa, en una necesidad tan grande del otro, la protagonista puede establecer un vínculo con cualquiera que esté ahí, mientras tanto.
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Que pueda haber algo más no quiere decir que ese algo vaya a ser lo que nos falta.
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Su otro significado, más inaccesible pero más sencillo, redundante con la tradición.
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Porque no podemos cambiar el final añadimos cada cierto tiempo un nuevo principio.
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Como una expresión más de lo vivo la oscuridad se estrechaba a tu alrededor en busca de una concentración perfecta. Tus bolsillos se habían roto, así de cansado te sentías. Quédate ahí. Piensa en palabras sólo en el canto irreconciliables. A no ser que en realidad el entusiasmo sea una dependencia cruel, el riesgo constante de ser abandonado. Piensa en esa clase de palabras y retén el olor de la miel en el pan. Porque también se consumirá tu alma, pero no no cuando se desintegre la carne, sino cuando llegue a su fin el pensamiento.
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Chus Fernández es escritor