“Sólo peleo para dejar de pelear”
Silver Surfer:Black. Donny Cates
Nos convierten en fantasmas quienes piensan en nosotros. Quienes nos reclaman. Somos ausencias en las vidas de los demás. Apariciones inútiles. Ya no nos asombra el mundo. Ahora nos asombra nuestro propio reflejo. Fantasmas, sí, porque ¿qué otro nombre se le puede dar al parecido cuando es uno mismo el modelo? Lo fantasmal se fundamenta en la no correspondencia. En la imposibilidad de ofrecer o encontrar reciprocidad. En la sensación de no acceso, de cosas entrevistas, que vibran, que están siempre desvaneciéndose, pero nunca del todo. Imagen es aquello condenado a lo que obliga: una separación o distancia. ¿La imagen es lo material o lo inmaterial?, ¿es el fantasma una imagen sin soporte?, ¿qué poder tiene sobre mí lo que veo?, ¿actúo yo realmente en lo visto? Mirar es un anhelo. El de estar por un instante ausente, atento sólo al cambio que, durante la contemplación, se produce en ti. Un fantasma es un eco. La consciencia de todo lo que dejamos atrás, de todo lo que no tendrá ya lugar, de todo lo que perdemos con cada paso que damos en busca de un final. Esa consciencia es la imagen. Llamamos fantasma al pasado que se tiene delante. Un fantasma es un balbuceo interminable, una sensibilidad pura, una herida sin carne en torno a ella, humo, algo superior a la ceniza, inferior a los rescoldos, cada vez más alejado del fuego. Ser ese ahí que ahora mismo estoy señalando, no es otro el sueño del fantasma. Qué triste, la voz ya sólo permite la descripción. Y la descripción tolera únicamente lo cuantificable. Pero quizá no pueda ser de otra manera. En lo imaginado todos nos parecemos. Cualquier casa sería una buena casa si fuera una piel más fuerte.
Lo fantasmal.
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Es tan poco lo que pide que, si no se le concede, siente que es todo, absolutamente todo, lo que se le niega.
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“¿Alguna vez has pensado, Anna, que, cuanto peor están las personas, menos se quejan? Se vuelven muy calladas.” The Passion of Anna. Ingmar Bergman.
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¿Qué cosa no es en todo momento lo que recordamos de ella?, ¿por qué iba a pasar algo distinto con nosotros?
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Evitar cualquier movimiento que le haga apretar los dientes.
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Cuando te dicen: Tómate dos días para pensarlo, normalmente están diciéndote: Tienes dos días para asimilarlo. Viendo An Elephant Still Sitting de Hu Bo.
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Describir el fuego es la manera que algunos tenemos de arder
pero qué pasa con el pensamiento y sus llagas transparentes.
Hay sonidos en la casa que son también una grieta,
y yo en mi constancia intento arrancar de cada pecho sus metales
para que la reunión derive en espesura
mientras recorre el polvo un circo vacío.
Otros tiempos.
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No escribe para desaparecer. Escribe porque está desapareciendo.
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Cómo no íbamos a hablar solos si nadie va ya a contestarnos.
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Es tan fácil rendirse. Y tan difícil que nuestra rendición conlleve algún cambio. No quiere sufrir más pero sigue sufriendo. Por suerte, podemos dormir cuando necesitamos llorar y no lloramos.
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Cada vez es más tarde a la misma hora.
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Lo que le mueve a decirse: Esto me gustaría haberlo hecho a mí no son los méritos de la obra sino la conexión que siente con ella.
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Sin conclusiones, ¿cómo puede uno sentir que el grano cae? Mientras espero al chaval que ha de hacerme una entrevista con el objetivo de escribir un perfil mío para un libro que pretende mostrar cómo nos ven los autores de ahora a los autores de antes, pienso, y bueno, ya se sabe. Qué raro me parece todo, en general, desde que el otro día, recién terminado el verano, me instalé aquí; qué raro, de verdad, me parece todo últimamente, cualquier clase de hecho: el hecho de coger un vaso, el hecho de abrir una ventana, el hecho de encender el ordenador, el hecho de meterme las manos en los bolsillos y, por encima de eso, el hecho de sacarme las manos de los bolsillos. Pero sólo es raro en relación conmigo, con esta improbabilidad que de repente me gobierna. Digo tú y no pasa nada, me ha sido revelada la soledad. Hay algo que acompaña a la revelación y es esto: la luz súbita, que sin más se vuelve su contrario. Echo en falta una línea recta. Sin extremos. Estoy cansado ya de la tristeza, como todos, pero también lo estoy de la alegría. Para mí tristeza y alegría son las dos mitades de un mismo cepo. Estoy cansado, sí, de esas dos cosas, pero todavía me cansa más que sea yo, o esto, mi vida, quien separa una mitad de otra, es decir, que sea yo aquello sobre lo que esas dos mitades, una sola cosa en el fin que comparten, se cierran.
Lo fantasmal.
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Nuestro destino está en el rastro que dejamos y no en las huellas que seguimos.
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Si no pudiera cambiar continuamente de opinión, para qué iba a seguir hablando.
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Volver nunca es el problema. El problema es querer volver.
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No pretende darle a su narración una apariencia de verdad ni edificarla sobre cimientos que le permitan al lector acercarse a ella como se acercaría a una historia. Quiere decir. Ir diciendo.
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A través de su belleza nos ofrece el mar una compensación.
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Pantallas en las pantallas que dan paso a otro sentido. Pantallas a la que tal vez por eso deberíamos llamar portales. Carretera perdida: el telón arde durante la transfiguración y a partir de ese momento no habrá nada ya entre una y otra dimensión. Ambas coexisten en la mente del protagonista porque para él son ya una sola. Malditos bastardos: la sábana blanca tendida por cuyo margen izquierdo vemos acercarse a los soldados alemanes, lo que sucedió, la Historia. La sábana blanca ocupa toda la pantalla y pasa a ser la pantalla. A continuación, en el plano nuevamente general, los soldados dejan atrás la sábana y, transformados por la pantalla, son ahora personajes de una historia en particular, la que nos cuenta el director, la que para él debería haber sucedido y no sólo una de las que podría haber sucedido: esa es la llamada magia del cine, un arte capaz de cambiar el pasado. El cine como corrector de la humanidad. El cine como sanador de la Historia. ¿Puede haber mayor demostración de amor que esperar de algo o de alguien lo imposible?
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Es agotador sobrevivir a base de intuiciones.
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Chus Fernández es escritor