Fotograma de "El muelle de las brumas" de Marcel Carné

No hay diferencia para el fantasma entre el día y la noche. Desconocedor del ansia y del reposo, del ciclo general, depende de la luz para tener una noción aproximada del tiempo. El día o la noche es para él aquello a lo que en el corazón de los demás se ve reducido: un presentimiento en el primer caso; un poso, un sabor de boca, en el segundo. A la luz le debemos la separación, la distancia entre las cosas. Las sombras son el mayor enemigo de los fantasmas. Por eso se estiran. Para rebelarse. Para separarse. Para deshacerse de ellos. Están así, en tensión, siempre al límite, al borde de sí mismas: en guardia, pues ven en los fantasmas algo capaz de negarlas. ¿Qué es la existencia de un fantasma, su permanencia, este regreso suyo? La mezcla de todo eso, existencia, permanencia y regreso, y también el dedo en el grifo ya cerrado. Ese dedo que pasas con firmeza por la boca del grifo que aún gotea. Voluntad de ser el silencio que falta.
Lo fantasmal.
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Ya no tendrás que preocuparte
del silencio que traen consigo las mañanas
ni del continuo desprecio de las matemáticas:
como una mancha de aceite el dolor
se extendió y lo oscureció todo
para luego permanecer.
Cosas más leves.
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El contexto de lo escrito es el lector. Para ampliar la visión hay que cerrarla en torno a uno.
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Alguien recibe en su casa un libro que tenía pensado pedir. La dirección es correcta. El nombre, no. Tampoco los apellidos. Un relato con eso.
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¿Eres tú?
Quién iba a ser si no.
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“Puede que me haya hecho viejo en esta lucha. Puede que esta lucha se haya hecho vieja para mí.” Show ma hero.
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Y entonces la claridad súbita que todo lo ralentiza: viviré ya siempre así. En el mejor de los casos, añadió más tarde en manos aún de los mismos dolores.
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Pagar más a cambio de menos, en eso consistía envejecer.
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Si para escribir has de esperar a que el dolor desaparezca, no escribirás.
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He aquí una razón para seguir hablando: Aquello en cuanto creo depende de mí.
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“¿No sería bonito fusionar tus planes y mis problemas en una perfecta alianza?”
Con la muerte en los talones. Alfred Hitchcock.
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Qué miedo, la gente junta.
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Por qué me pondré tan contento en cuanto llega el otoño, el primer frío. Me entra con el encogimiento una alegría que me lleva a mirar al frente y dar un paso. Sentado frente a la ventana sostengo la página de la revista antes de pasarla y, por casualidad, la imagen que ilustraba la otra cara (unas cuantas personas sentadas en lo alto de un muro) aparece superpuesta sobre la imagen de esa página que sostengo (una ciudad, prácticamente difuminada en la bruma que la envuelve) y así la superposición de esas dos imágenes se convierte directamente en un signo. Paso páginas y páginas sin detenerme en ninguna, quiero leer pero necesito mirar. Dejo la revista encima del sofá, cojo un rotulador amarillo y uno de los guiones de Sam Shepard que me traje de cara al proyecto del que me habló Pedro, para ir familiarizándome con ese lenguaje nuevo, con sus razones, sus constantes. Leemos porque necesitamos sentir que estamos de camino, no acogemos a Dios en el acto de crear, sino en la sensación de estar siendo creados. Acabo de recordar la tarde que Virginia llevó a casa una planta que le había regalado una amiga, una planta de aire, que, por lo visto, no necesitaba agua. A saber dónde estará. La última vez que hablé con ella fue a través del Facebook y me dijo: Se ve que no hay un ser humano ahí, que estás agarrotado, no interactúas con otros perfiles, sólo informas, lo sueltas, como si te pesara. Tienes que volver al mundo. Pero, ojo, puedes seguir así, dando vueltas, escribiendo, y nada más. Es una forma de vida, es lícita, pero tienes que ser consecuente. A mí me da rabia, y pena, me duele, que estés desapareciendo, incapaz de relacionarte con otras personas. Por qué me habré acordado de esto ahora. Lo no cerrado se abre siempre por vez primera. Ya sólo creo en la constatación de cada cosa.
Lo fantasmal.
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Kim: Si vuelves a llamarme, no vendré.
Jimmy: Eso es. Golpea al hombre caído.
Kim: Jimmy, tú siempre estás caído.
Better Call Saul.
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Quien acepta su situación sin haberse preguntado por qué ha llegado hasta ella no acepta, acata. Así el escritor y su dolor. Aunque es verdad que, desde el momento en que el sufrimiento se volvió algo inseparable de la consciencia, se dedicó exclusivamente a describirlo, y ¿no es el acto de describir la manera que tienen de preguntar quienes ya conocen la respuesta o saben que nadie se la va a dar?, ¿no es el acto de describir lo que hacemos para que en algún momento sea otra cosa lo descrito, para conjurarlo?
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¿Malinterpretamos el mensaje o nunca fuimos sus destinatarios?
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Ni alivio ni miedo siente ya ante un reloj detenido.
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“Nunca rompas las reglas. Sobre todo si no las comprendes.” Las reglas del verano. Shaun Tan.
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Todo lo que bajo la nieve conserva su forma es trágico.
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Minimizar el dolor cuanto sea posible.
Distraerse.
Escribir.
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Estoy aquí para hablar, para darme a una realidad aún no revelada. Indecible ha de ser el destino de los que a sí mismos se responden sin haberse hecho siquiera una pregunta, de los que se recuerdan sus porqués, y luego los olvidan, y después vuelven a recordárselos, distintos. Me gustaba abrir la ventana en mitad de la noche y contemplar las calles desiertas, esa luz para nada de todas las ciudades. El frío, la clase de frío que llegaba hasta mí a través de la ventana abierta, asociado a la imagen del exterior iluminado y carente de promesas, era un recordatorio que purificaba. A veces pasaba alguien, y miraba hacia arriba, hacia aquella claridad que emanaba de mi habitación, la única en toda la zona a aquellas horas, atraído por una verdad desconocida, y entonces se encontraban las dos miradas y avivaban mutuamente el asombro de cada uno, pero normalmente no pasaba nadie, y me gustaba incluso más que así fuera. Durante el día, mientras hago algún recado, miro a mi alrededor y veo a muchos así, reducidos a esto: una masa ya casi deshecha, tratando eternamente de completar el puzle, la imagen inalcanzable de sí mismos, seres que en su interior se reparten y pese a todo siguen, implorando una señal que saben que nunca llegará. Ignoran, como yo mismo ignoraba, que eso, que la señal no llegue, es la señal. La soledad es el sentimiento de las cosas. Detengámonos una vez más en el recuerdo y veamos cómo esa luz, la ya aparecida, sigue su curso, en línea recta, en el vacío. Desde el baño me llega el parpadeo regular y azul del ambientador y no sé si la elevación interior que experimento al verlo se debe a la voluntad de compañía que aprecio en la insistencia con que esa luz regresa, es decir, a la realidad de su llamada, o a lo identificado que me siento con ella cada vez que desaparece, o sea, a lo unido que estoy por un instante al mundo entero, a la oscuridad. Qué suerte, qué delicia, si el pensamiento, esas ramas que en mi cabeza se abren una por una lentamente, se cerrasen en busca de un objetivo común. Pero no es así. Y todo brote desconoce.
Lo fantasmal.
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“A Henry Fonda su forma de actuar le salía del alma. Su fuerza radicaba en su interior, no en gestos exteriores.” Anthony Quinn.
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Es tan decepcionante encontrar el resumen de una obra donde buscaba uno su análisis.
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Durante la lectura el descubrimiento se trasciende a sí mismo al convertir algo nuevo en algo único.
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Las constantes que atraviesan la historia hilvanan las partes que la conforman. El ritmo también puede estar hecho de anticipos de algo; roces que nos permiten comprender sin apropiarnos, intuiciones de unos personajes que no necesitan más para ser alguien ante nosotros pero no para nosotros. Lo hipnótico a veces no está relacionado con la cadencia o la textura, sino con la información que la fragmentación alimenta y al mismo tiempo aplaza. Los fragmentos no flotan suspendidos a la espera de un espectador que los una, estos fragmentos avanzan en todo momento porque forman parte de algo más grande que está sucediendo pese a que no se muestre. ¿Elipsis? No, minúsculas porciones de nuestro alrededor que incorporamos al girar y girar. Viendo Nashville de Robert Altman.
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Estímulo y alivio, eso debe encontrar en cada nuevo proyecto.
Hasta que se quede el dolor donde se queden sus huesos.
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Habrá que volver al suelo. Título.
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Chus Fernández es escritor