Fotograma de “Better Call Saul” de Vince Gilligan

A ver qué pasa. Título.
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El tedio es la pérdida del entusiasmo, de la capacidad de sentirte ligado a ti mismo a través de algo. Pero no se está gestando en el escritor la demanda de otra cosa, sino de lo mismo construido a partir de una cosa diferente, una razón distinta. Ha de encontrar un objetivo que se ajuste a su cansancio.
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La chica que bebía agua en la plaza del Ayuntamiento mientras el sol de la tarde reverberaba en el interior de su botella.
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“Harry, se puede saber qué haces con el paracaídas de repuesto?, ¿has cargado con él desde el salto?
Se lo mandaré a Kitty de Inglaterra. Es seda. Saldrá un buen vestido de novia. Con lo del racionamiento…
Jamás lo habría imaginado.
¿Qué?, ¿qué fuera tan sentimental?
No, que creas que vamos a volver a Inglaterra.
Hermanos de sangre.
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Quisiera ser como aquel que otro ha sido una vez, repetía sin cesar el Gaspar de Handke, inolvidable personaje construido a partir de Kaspar Hauser, el aparecido, el desdichado ser que hubo de aprender a reconocer la relación entre los nombres y las cosas y también a habitar la diferencia entre lo uno y lo otro, el imposible espacio que separa el interior del exterior. En algún momento de la obra uno de los apuntadores le decía a Gaspar que él mismo estaría en orden cuando no necesitara contar su historia. Quizá eso signifique que el escritor está en orden ahora. O que necesita estarlo como nunca antes lo había necesitado. Aspira a un silencio que no existe. La memoria es un testamento que reescribimos continuamente, una herencia sin destinatarios. Pasa junto a la hierba que acaban de cortar y vuelve a un tiempo en el que todavía no había perdido nada.
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Testigo de lo que él mismo provoca a través de su atención, no, de su confianza.
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“Luchar otra vez por el juego.” Maria Arnal i Marcel Bagés.
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Sólo es lo que ya es. Y muy pocos pasos llevan a algo más importante que el paso que se está dando.
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La anciana que en El agente topo durante la fiesta celebrada en la residencia juega con uno de esos palos con un cordel en cuyo extremo hay una bola que debe lanzarse hacia lo alto y encajarse luego en el palo. Cómo lo intenta sin éxito y, avergonzada, parece sugerirnos que por mucho que vivamos nunca nos permitiremos fallar.
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Te lo tengo dicho, Virginia: No es humo, es vapor de agua, preocúpate cuando veas un hilo amarillo, y, si el hilo parece una cuerda que se retuerce sobre sí misma, en vez de preocuparte piensa en nuestro primer verano, cuando a la vuelta nos perdimos y pasamos la noche en aquella pensión frente a la feria, cómo nos quedamos en silencio los dos en cuanto se dejó de balancear el vaivén al otro lado de la ventana, aún guardo esa imagen. Que nadie me vuelva a decir que te encontraron al amanecer caminando por la carretera con una almohada bajo el brazo, Virginia, no dejes que hablen de ti, no dejes que lo hagan. Y todavía me preguntabas por qué voy a todas partes con mochila. Porque necesito sentir un peso, que algo tira de mí hacia abajo, que soy fijado. Querías también saber por qué me paso la vida dando vueltas. Porque sí, Virginia, ¿por qué iba a hacerlo si no? Me alegré tanto cuando me encargaron ese texto, llevaba mucho sin escribir, ya lo sabes, pero la palabra “ensayo” siempre me pareció una palabra redentora, además, yo, cada vez que una nueva relación o un nuevo libro da comienzo, nunca dejo de esperar que realmente sea una relación nueva o un libro nuevo, olvidando que todo libro es escrito sobre un libro anterior, que todo cuerpo es recorrido en busca de ángulos y declives que los dedos reproducen. Por eso me instalé en el bosque, en la casa de los padres de Pedro, a cinco minutos de la cafetería de esta área de servicio donde me acabo de acordar de ti al ver las luces de las máquinas, para eso, mejor dicho, para escribir ese ensayo, espero tenerlo acabado lo antes posible, en noviembre estaría bien, en el puente de los Difuntos, en fin, ya se verá. Tres días seguidos de sol son las tres cerezas, me dijiste un día, si no soy capaz de olvidar esas palabras, ¿cómo voy a olvidar a quien me las dijo?; ¿cómo no voy a querer volver a verla? Hemos dormido juntos durante algo más de cinco años. Dos personas cruzando la noche, en el momento en el que más indefensas se encuentran, así amar fue lo que es: contigo puedo bajar la guardia. Recuerdo a menudo el tiempo que pasé trabajando en la gasolinera. No soporto estos avances de ahora. Si te fijas, todo lo que supuestamente te hace la vida más cómoda, te separa, o te detiene, o te reemplaza, le cede la palabra al tiempo. Al menos antes atendía uno directamente a los clientes, se encargaba de su depósito, los acogía por un momento y era merecedor de su gratitud. Porque lo sabían, todos los conductores lo sabían, aunque no fueran conscientes de ello, que a veces hay que detenerse, que no se puede estar siempre pendiente del próximo metro; sabían que, si podían continuar su viaje, era gracias a mí, al empleado, quien no sólo les evitaba una tarea que ahora tienen que hacer ellos con esa mezcla de miedo e indignación que se traduce en torpeza, en esa prisa que siempre los lleva a mirarse los zapatos primero y a volver la vista atrás después, camino del coche; sino que además les ofrecía el consuelo de la voz, del gesto que por sí solo se dirige, la oportunidad de ser percibidos. No hay un halo alrededor de este sitio. Nada de colores vivos, por dentro; nada de formas que permitan la fantasía de otra época, del encanto aprendido. No. No lo hay. Esto sólo es una orilla más amplia. Por suerte, me quedan las preguntas. Quién. Qué. Por qué. Para qué. No. Para qué, no. Para qué no es una pregunta. Para qué es una respuesta. Me quedan las preguntas, sí, mi manera de decirme. Todavía hay algunos que llegan y aparcan y nada más. No echan gasolina ni siguen su camino. Simplemente se detienen. Se hacen a un lado. Piden calma. Yo sé bien lo que es eso. La necesidad de detenerse. De hacerse a un lado. De pedir calma. ¿Hay alguien que no lo sepa? Mira ese reloj, el que está encima del espejo, el sonido del segundero es la voz de nuestros muertos, que nos llaman. Y este que le dice a la rubia que tiene que coger al toro por los cuernos, tócate los huevos, que algún trabajo va a encontrar pero que tiene que ir a buscarlo, que no se lo van a ir a ofrecer a casa, listos, somos todos tan listos, solucionamos en un momento la vida de los demás pero no estaríamos aquí si la nuestra no fuese para nosotros un problema, le dice que el hijo, sí, el hijo, arreglado el tema del trabajo ahora es el momento del hijo, le dice que puede ir a verla a Barcelona, mandarle un whatsapp, te lo juro, Virginia, es lo que le dice, que le puede mandar un whatsapp desde cualquier sitio, pobre mujer, qué va a hacer cuando se le acaben los cacahuetes, o la cerveza con limón que está tomando, a dónde va a mirar entonces cuando este tío le hable, cómo va a ser capaz de recordarse después así, mirándole mientras le escucha, sin decir nada. El chaval de la entrevista no apareció, si llega, que espere. Esta juventud no sabe lo que es el tiempo, le tienen miedo, pero no lo respetan. Si he de serte sincero, no volvería ni loco a la gasolinera. Pero daría algo por tener un sitio al que ir cada día. Arenas movedizas. El aburrimiento no es más que eso. Arenas movedizas. No quiero volver a casa. Y ya no sé qué pedir.
Lo fantasmal.
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No voy a poder.
Qué no vas a poder.
Aguantar.Todo e
l mundo puede.
Me refiero a aguantar para seguir aguantando.
Diálogos.
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Finalmente se antepuso en el fútbol la idea de conjunto por encima de la individualidad. Pero se hizo por el camino contrario al esperado por el escritor. Qué decepcionante le parece que el nivel de los equipos se haya igualado tanto y a la baja porque unos y otros hayan optado por apelar a la colaboración y no a la elaboración.
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Ni siquiera la nostalgia le fue concedida, algún pilar que pudiera cambiar de forma, pero no de ubicación.
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Lleva un tiempo comprender que estás indefenso. En cuanto lo haces el miedo y la tristeza desaparecen pero no el dolor ni el cansancio. Admiremos la inercia de lo físico, su desconocimiento primitivo, el olvido milagroso de los bailarines. Es como si a medida que vamos adquiriendo conciencia de nuestra indefensión, el espíritu, el yo, lo que seamos por dentro, fuera perdiendo la voz y en su lugar hablara ya sólo el cuerpo.
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Chus Fernández es escritor