“Sólo pensaba en no caerme.” Daniil Medvédev
*
Trabajar en algo que aspire a la condensación del poema y a la continuidad de la narración, se dijo y al momento comprendió que eran una misma cosa el propósito y la plegaria.
*
Se hizo presente el cristal al romperse y dejó a la vista, junto a los distintos niveles de una misma imagen, una grieta, una cicatriz fracasada por la que ahora, además del frío, entraba el ruido de la calle, no ya más alto, sino insoportablemente más próximo. En resumen, había envejecido.
*
El futuro es una promesa que te haces a ti mismo. Una promesa que, a diferencia de cualquier otra que pudieras hacerte, no estás obligado a cumplir.
La deuda.
*
“Bueno, ¿y qué planes tienes para esta noche?
Esperar a que acabe el día“
Rubicon.
*
Mira atrás. Insiste. La memoria es un ciego que ante el dolor estira la mano. Baja el volumen de la música. Del todo. Vuelve a subirlo. Nos debemos al habla. Solamente. Al habla. Decir es una necesidad que el otro nos impone. Ahí está lo escrito. Desplegado. Todos esos folios en el suelo de la cocina. No una alfombra. No un mosaico. Ventanas. ¿Qué marco puede haber más apropiado para el pensamiento que el compuesto por márgenes blancos? Un folio es una ventana, comparte con ella forma y finalidad. Una historia es un edificio. La obra en conjunto de un autor, la única ciudad en la que puede vivir. También las aves en sus migraciones escriben en el cielo algo similar a la música: la armonía o la figuración de un solo movimiento, la razón de una vida. Y pese a todo en ningún sitio mejor que aquí. Es lo que siente. Hay quien se aparta y rumia su tristeza igual que otros aplican la máxima presión sobre la piedra más oscura. Frena con el dorso de su mano el descenso de la persiana y guarda así lo que queda de luz. Qué es la voz si no otra piel.
Lo fantasmal.
*
“Restos de invierno en el interior”, leyó en el cartel de un escaparate.
*
Le queda grande la tarde.
*
Pese a la poda inaplazable y a la pérdida definitiva del foco, todo el mundo es feliz en la ciudad nevada, como si hubiese más de un dios para cada uno y el juego evidenciara nuestra necesidad del otro, pero no ya como cómplice, sino como público.
*
Es la pesadez. La pesadez de todo esto. No puedo ya con ella.
Comienzo.
*
El momento en el que Brando, mientras recoge el Oscar, tiende la mano, con ansia, y cómo, cuando se lo ofrecen, tarda en recogerlo, como si lo rechazase o estuviera a punto de hacerlo, como si en ese instante se reconociera ya casi atrapado, y se despreciase a sí mismo, al menos a ese gesto, esa ansia, que ante sus ojos y los ojos del mundo acababa de convertirlo en uno más, uno cualquiera; cómo finalmente lo coge con la otra mano, con la que no había tendido; cómo hace luego un chiste, para distanciarse y protegerse, situarse por encima; cómo con el fin de recomponer, conservar o recuperar su dignidad, se pasa la mano por el pelo. Frente a lo fantasmal, lo todavía humano, es decir, lo común: Louie apretando el puño después de conseguir una cita. El ídolo da por buena la falta de reflejo, sólo el ídolo soporta la existencia fantasmal: el ídolo no necesita el diálogo porque sin pretenderlo excluye. La mirada se impone al tiempo en su reflejo porque no puede ser el tiempo. Insoportable ya el deseo de ser la imagen, de desaparecer en ella, de ser reemplazado, gradualmente, por la que me va ocupando, lo visto.
Lo fantasmal.
*
A falta de un plan, abrazó un objetivo.
*
En ningún momento vio el límite que separaba un lado del otro pero está claro que ya no está en el lado que estaba.
*
El hombre al retroceder se convierte en el primer animal.
*
“Por qué tu voz suena diferente cuando cantas?”
Los Simpson.
*
Mediante la cita se prolonga la impresión, se intenta convertir el efecto experimentado en causa para el otro.
*
Por qué detestará las casualidades en la ficción cuando en la vida le fascinan. Darle vueltas a esto (si no lo ha hecho ya).
*
Resultó ser el dolor un malentendido entre el director y sus músicos,
por eso la canción es siempre la misma aunque el ánimo varíe.
Yo trabajo en la resignación y vuelvo a determinados pasajes
en los que intento permanecer pese a todo:
soy el que nunca responde pero llama cada mañana
para dejar constancia de mi sueño desordenado.
¿Estaban al tanto a los ángeles?, ¿sabían que habría de regresar
al frío del quirófano y al imaginado idioma de los cirujanos?,
¿me abandonaron los pájaros, decepcionados ante mi canto, o acaso fue el silencio
ya próximo y sólo por mí desconocido lo que los mantuvo lejos de mi ventana?
Somos tan poco a lomos de alguien
y sin embargo únicamente entonces cobra todo sentido,
igual que la sábana cambia y es profunda ante el empuje del viento
para recuperar al momento su forma
como si hubiera estado siempre intacta esa tela.
Epílogo.
*
Algo va mal, muy mal, cuando puede escribir pero no puede leer.
*
La satisfacción incomparable de reparar algo con las manos.
*
Acabar aquí, pensó a la entrada del hospital.
*
En la imprecisión habla la vanidad.
*
Si no nos basta lo real, ¿por qué le exigimos a la ficción que replique esa realidad que al final del día nos parece insuficiente?
*
Ahora esta es tu casa. También yo puedo decir esto frente al espejo. La mirada constata. Y aplaza. O da por cerrado. Qué diferente el efecto de esas palabras cuando son traídas por la voz propia del efecto que producen cuando son traídas por una voz ajena. Y qué extraña esta morada, visitada tantas veces en el pasado, luego recordada para poder ser imaginada y ahora ocupada sin que yo sea capaz de evitar que en ella se den las reverberaciones de mis estancias anteriores. Me muevo de un rincón a otro como se busca el regazo de una madre. Duele la sucesión de días y noches sin que nadie se dirija a mí. La mano tendida en que se convierte entonces mi voz. Piensa en “casa”, escribe Sam Shepard. Es la forma de superar esto. Fija una imagen en la cabeza. El jardín de casa. Una cabaña entre los árboles. Tiempos mejores.
Lo fantasmal.
*
Chus Fernández es escritor