Fotograma de “El hotel a orilla del río” de Hong Sang-soo

Una luz indirecta y el rumor de la nevera, el insomnio es el tiempo apropiado que nos rebasa, un nudo siempre ya por deshacer.
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Esta habitación no tiene nada de especial y eso hace que mi estancia aquí sea perturbadora pues sólo el pensamiento la llena, como un alarido, que arroja o reclama, para volver después otra vez hacia uno, violento en su recién descubierta incompetencia. El contraste es siempre una compensación. Donde todo está en su sitio estamos fuera de lugar. Vivimos necesitados de algo que se oponga. Fui más o menos consciente de esto, ayer, cuando, de pie frente a la cama, con un extremo del edredón todavía en mi mano, me quedé quieto, y me pregunté: ¿Pisé hoy la calle?, ¿hubo un encuentro entre el mundo y yo?, ¿supimos algo el uno del otro?, y me dije no, y luego sí, con una rotundidad menor. Me puse después en movimiento, aunque el movimiento no fuese más que dejar el edredón en su sitio, sentarme en el borde de la cama, cruzar las manos. Eso es un fantasma, me dije, alguien arrancado de su costumbre. Porque tenemos piel estamos solos.
Lo fantasmal.
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Olvídate definitivamente del “es que nadie habla así” a la hora de trabajar en los diálogos: no pretendes dotar a estos de una apariencia factible sino construir un sentido único y cambiante, alcanzar la forma exacta de un sentimiento.
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La diferencia inimaginable entre nada y muy poco.
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“Series discontinuas”. Piglia.
Se da por contento: perdió antes los dientes que la voz, le faltaron primero las palabras y luego el impulso de seguir hablando.
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“¿Pero por qué no contestan? ¡Ya deben vernos!
Quizá … no lo sé. Tal vez tengan miedo.
¿Miedo? Sí tienen miedo, entonces podrían ser similares a los humanos.”
IKARIE XB 1 – Jindrich Polák.
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De esto solo te salva / una apuesta más alta.
Banda sonora.
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Se repliega el día en torno a los cuidados.
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La diferencia entre estar vivo y no estarlo es la misma que separa la voluntad de la determinación. Viendo Train to Busan.
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Es otro ahora el ritmo pero sigue siendo el mismo el apremio.
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Doble: el de ahora suplantando al de antes, conviviendo ambos en el recuerdo y en la acción, anulándose el uno al otro alternativamente.
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Sufrimos ante lo perdido. Enloquecemos ante lo irrecuperable.
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Te preguntarás por qué lo hice.
Eso es mucho suponer.
Diálogos.
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El letargo, como un encantamiento, te da lo que necesitas a cambio de lo que eres.
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Me vienen a la cabeza mis padres mientras me preparo un café. La tarde que mi madre volvió a hablarme de algo de lo que ya me había hablado en varias ocasiones a lo largo de estos años, de la vez que tuvieron que sacar de la tumba los restos de su padre para meterlos en una urna y llevarlos a un nicho. Cómo las hijas se negaron a hacerlo. Cómo mi padre y dos de mis tíos se ofrecieron. Cómo mi padre llamó a la puerta, con los pelos así y pálido, en palabras de mi madre. Cómo, cuando ella le preguntó qué le pasaba, él dijo: Tuve en mi mano la calavera de tu padre. Cómo al oír esto mi interés se reveló en una atención renovada. Cómo tiraba y tiraba del hilo. Cómo mis padres hacían todo lo posible porque ese hilo no se acabase. Cómo mi madre le dijo que tanto ella como mi abuela durante un tiempo evitaron tener el más mínimo contacto con mi padre. Ni siquiera podían rozarse con él. Sonreí. Iba a decirles que en cuanto llegase a casa me pondría a escribir lo que me acababan de contar, pero, antes de que lo pudiese hacer, mi padre se adelantó y dijo: Eso apúntalo en el libro. Para mi padre todo lo que le parece que me puede interesar forma potencialmente parte de algún posible trabajo. Para mi padre, me doy cuenta ahora, estoy siempre escribiendo un único libro. Tiene razón.
Lo fantasmal.
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Vuelves y tu sombra es otra.
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El aire frío en el rostro y en las manos el calor del alféizar recalentado por el sol. Sonríe. Cierra la ventana. Si hay un exilio es el dolor, donde el ritmo transforma la extenuación en indiferencia. Nombrada ya la inquietud, viva y puntual bajo la piedra que alzó, acepta recorrer una vez más este camino aunque eso conlleve el final de su canto: cualquier precio a pagar es bueno cuando no tienes nada.
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Mañana lo verás de otra manera. Título.
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La estrategia es sencilla: / encaja un golpe, encaja otro, / y cuando puedas, respira. Banda sonora.
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Frente a la dignidad de las ruinas, la desolación de las construcciones abandonadas.
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Una epifanía es un desdoblamiento, un movimiento mediante el cual lo explícito (funcional) y lo sugerido (sagrado) conviven en el odre que somos y los contiene, ampliándolo.
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Frente a la ventana, el mundo es muy pequeño
y se agranda poco a poco la habitación.
¿Me sobrevoló el pájaro
para colocarse a mi espalda
o simplemente se acercó por detrás
y aguardó ahí
suspendido
a que en algún momento me girase y le viera?
Como si no las mereciese,
no hay para mí canciones
cuando no puede colmarme la belleza.
Cayó la última luz sobre el cordero alzado,
déjame ir donde no hay nadie,
donde tendrías que estar tú esperándonos.
Más lejos cada vez de la fuente
soporto como todos el peso propio tirante,
mi canto a dos manos es ya un murmullo
pero no contaba con esta danza,
con la música de las cápsulas contra la encimera.
Porque sólo a través de él seremos llamados,
enamorémonos
del temblor
y bordeemos por última vez el universo,
esa clase de inminencia.
Epílogo.
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Llama.
Nadie acude, ni siquiera los fieles.
Vuelve a llamar.
Y esa nueva llamada, el segundo gesto, es la escritura.
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Chus Fernández es escritor