Fotograma de “Reprise” de Joachim Trier

Tanto esfuerzo y con romperse bastaba.
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La palabra explica el dolor. La imagen hiere. En la imagen se es. En la palabra se pretende ser. ¿Cómo distingo el impulso de lo que no es más que una consecuencia de la voluntad? Porque sólo el impulso me mueve. No hace mucho me llamaron desde un número que parecía el de una centralita. Lo dejé sonar. Al momento, no sé por qué, devolví la llamada y una voz sin nada, neutra, dijo que aquel número no existía. ¿Era ese número un paso? Lo fantasmal: lo que pese a ser un hecho no puede afirmarse, esa ondulación: lo que está ahí cuando empezamos a perder algo que aún no echamos de menos porque no sabemos que lo estamos perdiendo, el fulgor de lo que vive sin lo que vive. Miro, hago que dure. La luz decide.
Lo fantasmal.
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El tren se detuvo tras pasar por el apeadero. El escritor alzó la mirada y vio un pájaro en el centro del tendido, alineado con él, igual de quieto. Leyó algunos titulares en su móvil. Cuando volvió a mirar en dirección al tendido, el pájaro ya no estaba y no se movían los cables.
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Llegar a algún sitio y quitarte la gorra; volver de allí con ella puesta sintiendo que hiciste bien lo que debías hacer, con eso basta. Y, si no basta, nada puede comparársele. La casa Rohmer. Sergio.
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Jarmusch y los espacios, una calle, por ejemplo: la contempla antes de que haya aparecido ningún personaje. Y la continúa contemplando una vez que el personaje ha desaparecido. Así redobla la ausencia. Y uno, el espectador, de algún modo siente que ese espacio está más vivo que la persona que lo acaba de abandonar, que esa calle a la que le faltaba algo al principio ha perdido algo todavía más importante. Recordarlo. La forma en que Jarmusch contempla un espacio, tan parecida a la forma en que primero lo hizo Bresson. Conseguir además tal apariencia de autenticidad que lo visto no parezca real (piensa el escritor ahora mismo en Cassavetes, en cómo en sus trabajos la verdad de su tejido provoca una sensación de irrealidad, de desajuste decisivo, no en cuanto a la historia ni a una posible inverosimilitud, sino en lo que se refiere a la experiencia del que mira, a lo lejos que está lo que ve de aquello que acostumbraba a identificar como imagen cinematográfica). Aspirar a eso.
Lo fantasmal.
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Como se atraviesa un cristal, culmina el razonamiento.
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Empezó a sonar el último disco de Teenage Fan Club y el escritor sonrió. Más tarde, mientras apuntaba esto, comprendió que ya todo era reencuentro, o despedida.
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Las series se aprovechan del cine para ofrecer un versión más ligera y accesible de la literatura. Le parece imperdonable utilizar un lenguaje para devaluar otro haciendo que ambos se corrompan al mismo tiempo. Por este motivo cree más necesarias que nunca las películas, al menos cierta clase de películas, las que son fieles a sus razones originales, por ejemplo: Martin Eden, de Pietro Marcello, la última que le hizo pensar algo así. ¿Pensar? No: organizar mediante las palabras sus sentimientos.
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El cómico: ¿Queda mucho?
El taxista: No.
¿Ese tatuaje es nuevo?
¿Este? Sí.
¿Te lo hiciste tú?
Los hijos.
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Los equipos pequeños juegan con la historia a su favor, hasta que tienen en sus manos la posibilidad de cambiarla. Entonces la historia se pone en su contra.
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Es viernes y vuelvo a pensar en un bosque.
Comienzo.
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“Juré que había oído cantar a los ángeles.” Carrie Fisher.
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Una presencia en un lugar o tiempo que no le corresponde, ¿se vuelve inevitablemente una ausencia?, y una ausencia que pese a todo se percibe ¿no es forzosamente un fantasma, un hallazgo sin contexto? El hallazgo sin contexto es menos hallazgo, poco más que efecto, porque no relaciona. La luz necesita paredes.
Lo fantasmal.
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Se hunde en el punto donde se unen lo olvidado y lo ya nunca por él conocido. Habrá de entregarse entonces a la violencia de lo próximo y desandar el recorrido de la estela.
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Como caen los pájaros cuando no caen.
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Su único paso en firme fue un paso atrás.
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“No importa lo que se está vendiendo / es lo que estás comprando.”
Fugazi. Blueprint.
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Sigue creyendo que es el perro de sus amigos el que de vez en cuando sube las escaleras del parque al otro lado de la ventana del salón. Cree ver también al suyo en todos los labradores blancos con los que se cruza. Tenemos memoria porque en vida nadie pudo estar lo suficientemente cerca del otro. El recuerdo no nos devuelve algo, lo prolonga.
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No había relacionado hasta hoy la tienda esotérica junto al centro de salud con el centro de salud.
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Nos abruma en la camilla la indefensión porque la experimentamos por partida doble y al mismo tiempo.
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Convirtió el dolor la cobardía en proeza,tod
o lo bello soy yo devolviendo mi regalo.
Sé de los vértigos del desconocimiento,
pero he rezado en el fervor de mis fibras enloquecidas.
Sé de los vértigos del desconocimiento,
pero ocuparon los perros el lugar de los pájaros
y dudo que estos ladridos sean su manera de cantar.
Epílogo.
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Chus Fernández es escritor