Fotograma de “Lúa vermella” de Lois Patiño

El impulso de introducir su mano en su cabeza y detener el flujo de su mente. No lo que piensa, sino el ritmo de su pensamiento, la continuidad extenuante.
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La enfermera tuvo que ir a buscar al escritor porque no estaba en la sala que le correspondía. Me extrañaba, le dijo ella mientras caminaban juntos por el pasillo camino a la consulta. Ya, dijo él, y mira que me había quitado los cascos por si me llamabais y no me enteraba. Cada vez tenéis que ir a buscarme más lejos, quiso decir a continuación, pero en lugar de eso dijo algo que no supo enfocar desde el principio, con lo que no sólo dijo otra cosa, sino que finalmente terminó sin decir nada que tuviera sentido por sí solo, nada que no necesitase la colaboración de su interlocutora. Pensamiento, ¿qué vamos a hacer ahora que, dañados como estamos, somos el uno para el otro, además de insuficientes, perjudiciales? Más tarde, ya en la camilla, el escritor le describió la proliferación y el avance de sus dolencias a la enfermera y la enfermera le dijo: ¿Cómo vives así?
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Lo automático es lo contrario de lo espontáneo.
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No se me olvidará la mirada de Carlos al bajar del escenario del Primavera, sus ojos eran los del jugador que corre con los puños apretados tras marcar un gol y, en medio de su celebración, en la soledad de su rito y ante la falta de consonancia entre su alegría y la quietud de sus compañeros, comprende que ese gol, el suyo, acaba de ser anulado.
La casa Rohmer. Isaac.
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“Era un poco la premisa del programa, ¿no?, estamos representando a la gente que todavía no se da cuenta de que la fiesta ha terminado.”
Nacho Vigalondo. Los felices 20.
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Desesperación: Avanzas por el cable sobre el fuego y de pronto es el cable lo que arde.
Inventario.
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El salto puede suplir al vuelo de vez en cuando pero hace falta para ello un punto sólido desde el que impulsarse. Y el escritor ya no lo tiene, incluso de eso carece.
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Para ti sólo fui una de esas cosas que intentas que te gusten más de lo que te gustan, como las olimpiadas, ya sabes, algo así; para ti no fui más que eso y no pasa nada, Ruth, me parece bien.
La casa Rohmer. Isaac.
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¿Una película cuyo protagonista fuera pasando de un género cinematográfico a otro sería inevitablemente una película sobre viajes en el tiempo?
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“No hagas nada. Y te sorprenderá lo mucho que haces. No hagas nada. Sólo habla.” Robin Williams.
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En esencia es lo mismo de siempre, pensó (tal vez durante los créditos finales), ¿pero hay algo que no lo sea?
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No habría pedido una tregua
de haber sabido
que después
de la tregua se reanudaría el combate:
yo de la guerra
acepté siempre la derrota,
no la batalla.
El insomnio es el sueño de Dios,
su respiro irrenunciable.
Y nosotros, los que no dormimos,
los que serenamente
registramos los cambios en lo alto,
del pájaro no envidiamos el vuelo,sino
el vacío a su alrededor.Si p
or cualquier parte se puede entrar en el bosque,
¿por qué no puedo salir de él por ninguna parte?
Frente al límite desconocido extraje de mí la inexistencia.
Puse fin a las empresas inútiles
y reconocí la autoridad de mi cuerpo,
¿qué otra devoción se me exige esta noche?,
¿acaso no lo perdí todo en la ceguera?,
¿acaso no soy ya sólo un espacio donde algo sucede?,
¿es un juego lo que no se rige por ninguna regla pero sí por una ley?,
¿qué puedo hacer para aplacar este rencor de mis huesos?,
¿quién soy cuando veo el agua correr?
En el destiempo de las señales
yo maldigo el precio de los significados.
No temo
que esto acabe mal.
Temo que nunca se acabe.
Epílogo.
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El tiempo que pasas con las manos extendidas bajo el secador de manos del bar o del centro comercial hasta que comprendes que en realidad es un dispensador de toallitas de papel, la cara que pones al reparar en ello, eso es haber envejecido, ese repentino darte cuenta de algo que lo cambia todo.
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Aún no sabe cómo hacer lo que hace, esa es su esperanza.
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Tanto el frío como el dolor desmienten la idea de provisionalidad.
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Con mil remedios tratamos / de acabar con el veneno / y era el veneno el remedio.
Banda Sonora.
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Lee en el periódico una definición de la figura del líbero que le hace pensar en Sergio, el capitán de su primer equipo, quien ocupaba ese puesto con una inteligencia y una autoridad maravillosamente discretas. Recuerda al momento cuánto le impresionó la noticia, leída no hace mucho, de la desaparición de un taxista, a quien durante un tiempo dieron por muerto, y que no era otro que Sergio, su capitán, el número 4. ¿Por qué, temporada tras temporada, lo eligieron como capitán, en el vestuario, en aquellas votaciones en las que no estaba presente el entrenador?, ¿fue debido únicamente a sus condiciones o tuvo que ver su temperamento, sencillo, que no ensombrecía?, ¿era su compostura una virtud o una herramienta?, ¿por qué el impacto de su desaparición?, ¿sólo nos afecta aquello en lo que reconocemos nuestra huella, lo que nos devuelve, por tenue que sea, el reflejo de la propia existencia, lo que nos sube, por decirlo de alguna manera, al escenario? Cuando más tarde se supo que no le había pasado nada, que simplemente se había ido sin dar explicaciones, ¿qué fue lo que sintió el escritor?, ¿alivio por la vida intacta de su capitán o decepción por la realidad que había demostrado no estar a la altura de la ficción que él no había cuestionado y ahora exigía?
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Cuando escribía necesitaba llevar ropas muy amplias, que nada me recordase mi presencia en la tierra, que nada me privase de la fantasía de ser alguien que fluye. Sin zoom debo imponerme al deseo de aproximación, renunciar al detalle, obligarme a ver todo lo que no soy yo fatalmente alejado. El ojo no podrá ser una mano. Y me parece bien, porque no lo es. Como mucho lograré llevar el ojo hasta el límite de la mano, de mí mismo. Más allá no podré llegar. En el mejor de los casos la mano y el ojo guardarán una misma distancia respecto a lo visto. Es una ley. Y es una ley justa: no interpreta, no hace distinciones. Pero no sólo es justa por eso. También lo es porque hay en sus términos una coherencia, una serie de correspondencias. A veces un límite también propone. ¿Dormir? Qué más quisiera. El sueño es el espíritu, que alza los brazos.
Lo fantasmal.
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Chus Fernández es escritor