Cuando dice sentirse cómodo en un proyecto, no se está refiriendo a la facilidad, sino a las correspondencias.
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Repite los pasos previos al hechizo porque dolorosamente recuerda lo que el hechizo traía consigo, pero sólo encuentra lo que ya tenía: las huellas que llevan a una puerta que no se abre.
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Camino de la estación le viene a la cabeza aquella chica que una noche le preguntó a P: ¿Tú a qué altura de la calle Uría vives? Entendía la vecindad como una estirpe, ¿acaso no lo hacemos todos?
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Esas cosas pasan. Título.
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El azar es un broche. No vayas en su busca. Ni lo rechaces por sistema.
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¿Escucháis esto ahora los taxistas?
Yo sí. No puedo con los libros normales, me duele el cuello en cuanto bajo la cabeza y ya tengo bastante con el dolor de espalda por estar todo el día sentado.
¿Y cómo es eso, leer así?
Distinto. Menos que leer pero más que no leer.
Como estar a dieta.
¿?
Sí, como comer pavo.A
h, ya, sí, tal cual.
Los hijos.
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Yo no quiero otra mitad / cuánta inmovilidad. Banda sonora.
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Crees que va a doler y duele, ¿convierte eso la creencia en una certeza? De ser así, ¿por qué en cada ocasión el descubrimiento, la perplejidad, la contorsión?, ¿se debe esto al cuerpo y su asombro ante lo que no sea su propia perfección, su funcionamiento razonable?
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¿Te apetece algo?, ¿quieres algo más?, le preguntó Marta en el mercado. No, dijo él, bueno sí, manzanas fuji, para las noches inhóspitas. Cómo se rio la frutera al oírle, cómo sólo entonces fue él consciente de dónde estaba, de los otros, de la ya olvidada separación.
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La desproporcionada expectativa que acompaña a la primavera.
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Dolor: dolor. Inventario.
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Algo debía de ir mal en el alumbrado pues la única luz en toda la zona provenía del interior de las viviendas frente a la fábrica también a oscuras, de todas aquellas ventanas idénticas: un solo foco repartido en partes iguales, un código involuntario. La deuda.
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“Me preguntaba por qué vivía.” Madame de… Max Ophüls.
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Creímos que era rabia y era sólo dolor, algo y la expresión de ese algo.
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“¿Puede que dentro de quinientos años empiecen a aparecer fantasmas vestidos de sudaderas?” Ángel Martín. Misterios cotidianos.
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El pintor notó cómo se endurecía su cuerpo, cómo su sangre parecía detenerse al oír por el interfono aquella voz, conocida y al mismo tiempo inesperada, preguntando por él. La mujer repitió su nombre, el pintor le dijo que subiera. Dejó la puerta entreabierta, recorrió con la mirada su apartamento y pensó en poner un poco de orden pero inmediatamente después se preguntó por qué iba a hacer algo así. Tumbado en el sofá, cerró los ojos y se limitó a escuchar los pasos en la escalera.
Te sorprenderá verme aquí, dijo ella.
La verdad es que sí, dijo él, y sonrió.
Ella le preguntó si podía sentarse.
Claro, dijo él, sin levantarse del sofá.
Ella asintió y cogió la silla que había bajo la mesa del escritorio y se sentó frente a él. Se bajó la cremallera de su plumas y, pese a que en un principio había tenido el impulso de quitárselo, finalmente no se lo quitó.
El pintor le preguntó si quería beber algo y ella dijo que no y le dio las gracias.
Pasaban los minutos y ellos así, mirándose en silencio, preguntándose algo que sólo el otro podría responderles.
¿Quiénes son?, dijo ella señalando con su índice hacia lo alto.
Low. Si quieres, pongo otra cosa. O los quito.
No, me gustan, lo llenan todo.
Él asintió y sonrió. ¿Cómo sabes dónde vivo?, preguntó a continuación.
Me lo dijo él, fue él quien me dio tu dirección.
¿Él?
Sí, ¿también eso te sorprende?
Pues sí: di por supuesto que te la habría dado tu hermana.
No, mi hermana, no, dijo ella y abarcó de un solo vistazo el salón, la cocina y la puerta del baño. A la derecha, tras unos biombos, se adivinaba otro espacio. Giró su cabeza en esa dirección y le preguntó si esa era su habitación.
No, dijo él, es mi taller, trabajo ahí, y luego se quedó callado, divertido al comprender que aquella mujer cuya visita nunca hubiese esperado en realidad no estaba tan equivocada al confundir su taller con su habitación, el espacio universal donde todos buscan el descanso, donde todos pasan durante unas horas al otro lado, ese otro lado que él, día tras día, se esforzaba inútilmente en arrastrar hasta su lienzo. Enciende la luz o ven conmigo, dijo él mientras se levantaba del sofá.
?Cómo?
Puedo estar sin problema en el salón a oscuras pero no soporto estar en el salón mientras está oscureciendo.
Creía que la noche en Berlín sería otra cosa, dijo ella y, con el plumas todavía puesto, se levantó hasta la nevera y sacó del congelador la botella de vodka que horas antes el pintor le había ofrecido a voces desde el baño, mientras se peinaba.
Imagino, dijo él, sonriendo.
¿Seguro que no quieres?, dijo ella después de servirse un trago en una taza negra apilada junto al fregadero y tender hacia él la botella.
Es más fácil decir siempre que no que tener que decidirlo cada vez que se presenta la ocasión.
¿Y entonces por qué tienes una botella en casa?
Porque saber que está ahí me ayuda, así es como puedes desprenderte de las cosas, teniéndolas a mano.
Extraños métodos los tuyos, dijo ella.
No tanto, si te paras a pensarlo.
No quiero pararme. Y mucho menos pensar. No vine aquí para eso, vine aquí para hacer todo lo contrario.
Él asintió.
No sé cómo puedes vivir en una casa sin ventanas. Espera, no me lo digas, vives en una casa sin ventanas porque eres pintor, precisamente por eso.
No, dijo él, no tiene nada que ver una cosa con la otra.
¿Ah, no? Creía que eras un artista.
Creías muchas cosas tú me parece a mí, pero sí, te entiendo, yo también lo creía.
¿Por qué dices eso?, ¿ya no pintas, has dejado de pintar?
No, qué va, trabajo todos los días, desde que me despierto hasta la hora de comer. Durante ese tiempo continuo donde lo dejé la noche anterior. Y esa misma noche dejo preparado lo que deberé continuar por la mañana, como quien quita la nieve de delante de su puerta antes de irse a dormir.
Pero puede volver a nevar durante la noche.
Sí, eso pasa a menudo, demasiado a menudo, pero hay que pensar que no va a pasar.
¿Es una cuestión de fe entonces?
De alternativas, es una cuestión de alternativas, de falta de alternativas para ser exactos.
Berlín.
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Vas a tener que escribir como terapia, le dijo su madre, no porque te vaya a salir mejor o peor, sino por lo bien que te sienta hacerlo. Marta se mostró de acuerdo con ella.
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Ahora puedo pensar en orden, se dijo esta mañana, después de haber dormido por fin ocho horas. Y pensar en orden significaba: pensar en una cosa y luego en otra, no necesariamente en la siguiente.
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Ha de haber conflicto, por supuesto, pero sólo cuando los personajes implicados sepan, conscientemente o no, que en el fondo el conflicto es irresoluble.
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Chus Fernández es escritor