Fotograma de “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” de Andrew Dominik

La madre que en zigzag empujaba calle abajo el carricoche.
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Cantar como Chris Bell, por ejemplo, que parecía decirle a todo el mundo lo que a solas no dejaba de decirse a sí mismo, logrando así que fuese una solución lo que el resto del tiempo era un problema. Hay dos clases de músicos: los que colocan su mejor canción al principio del disco y los que la colocan al final, los que cantan en nombre del reencuentro y los que lo hacen en nombre de la despedida. Chris Bell parecía estar deshaciéndose de todo lo que le retenía aquí al cantar, como si se lo arrancara pero en el fondo no quisiera soltarlo.
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“Se hacen gestas” leyó en la pizarra a la entrada de la frutería y al momento comprendió que no era eso lo que habían escrito allí.
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Te veo leyendo tumbada en el sofá y esta imagen trae a mi memoria la manta verde que me pasaste un día al comienzo del invierno mientras yo ensayaba con dos sillas y unos palillos del chino y tú te acostabas en el sofá dispuesta a dormir una siesta con la otra manta en la mano, la amarilla, la de siempre, la que nos había abrigado hasta entonces, tantos domingos por la tarde, tantas noches frente a la tele, agarrados, más que abrazados, como si supiéramos que a la mínima podríamos caernos, sobre todo tú, que estabas siempre en el borde del sofá. Recuerdo lo que me dijiste acerca de aquella manta, que la habíais tejido entre tu madre, tus hermanos y tú un verano, en vacaciones, que la tratase con cuidado, que tu madre se levantaba por las noches para arreglar vuestras trampas, que es lo que siempre os decía: Me levanto por la noche para arreglar vuestras trampas. Dejé de tocar en cuanto dejaste de hablar. Puse fin a mi música para que pudieras descansar y después, en silencio, me acerqué hasta el sofá y coloqué con cuidado esa manta, la verde, sobre la otra, la de siempre, la amarilla con la que te habías tapado y que subía y bajaba con un ritmo que me hizo sentir que, mientras se mantuviese, todo estaría bien, como tenía que estar. Sé lo que hay, sé que te dijiste hasta aquí el día que Ruth te contó cuánto le había decepcionado Carlos con el tema de la americana, se que si te quedaste callada y retrocediste con violencia entonces fue porque te diste cuenta de algo en lo que no habías caído hasta ese momento: que yo no te iba a decepcionar jamás pero sólo porque no esperabas nada de mí, que tú necesitabas estar al lado de alguien a quien admirases, aun a riesgo de que te pudiese defraudar, y yo no era ese alguien. Sí, lo sé, me lo contó Ruth, para que espabilara, para que intentase reconducir las cosas antes de que fuese demasiado tarde, si no lo era ya. Lo sabía. Lo sabía y no hice nada. Dejé que todo siguiera su curso y aquí estás ahora, tumbada en el sofá, sola, frente a la ventana y con los pies en alto, leyendo. La casa Rohmer. Sergio.
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En el collage, al contrario que en el puzzle, los elementos determinan el conjunto. Parafraseando a Georges Perec.
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Todo lo di por hecho / todo excepto esto. Banda sonora.
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No hay pena como la que siente al ver a alguien a quien se le acaba de caer la barra de pan mientras camina ni ternura como la que despierta en él una joven turista guardando unos plátanos en la mochila que su novio lleva en la espalda. Ambas imágenes pueden sucederse. Así ha sido hoy. El pan. Los plátanos. La pena. La ternura.
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Carlos, durante los postres y señalando el trozo de piña que quedaba en el plato: ¿Por qué lo dejas?, ¿no te gusta o ya no puedes más?
Ruth: Es el corazón, y está duro y amargo.
Carlos y Ruth.
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Tras la ventana del salón, en el tendal, la sábana de alguien ondeaba con el viento y él amó al fin una bandera.
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Error: que la decepción no te impida ver el horizonte inesperado y nuevo. Inventario.
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Ser joven consiste en estar siempre esforzándote en demostrarles a los demás que tu vida no depende en absoluto de ellos cuando deberías estar haciendo todo lo posible para que tu vida dependa solamente de ti. No fue difícil ser joven, al menos para mí: bastó con reaccionar intensamente a todo sin implicarme realmente en nada. La casa Rohmer. Isaac.
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El tiempo es una camisa en busca de otros cuerpos y nadie merece la imagen de un paraguas abierto en la bañera.
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Llegaron los resultados y con ellos la interpretación desquiciada de lo real. Por el contrario, desde aquel mismo día, el azar fue desprovisto de su anterior trascendencia al carecer desde entonces el escritor de un fin que lo resaltara.
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Todos tenemos nuestros momentos, por supuesto, pero al final son esos momentos, cuando los recordamos, los que nos tienen a nosotros.
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No se forja el carácter, se pone a prueba.
Hizo falta el mundo para intuir el trazo,l
a exactitud del miedo
para dar cabida a la premonición.Que los
valientes bendigan la memoria que eligieron,
la suerte de ignorar que al dolor se debe la economía
y al delirio la textura
por sí misma asombrada de la música.Cu
anto carece de relieve desprecia mis manos.
El asedio.
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Nos hicimos mayores, ahora los deberes nos los ponemos nosotros.
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La descripción, cuando no logramos que actúe como espejo emocional, es sólo un reflejo de la exterioridad, algo capaz de convertir una situación en una escena donde un personaje pasa de ser alguien que es a ser alguien que hace.
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“Si quieres sobrevivir, no termines tu historia.” La noche de los reyes. Philippe Lacôte.
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Una obra de ficción compuesta sólo con elementos reales (situaciones, conversaciones, recuerdos, anhelos), unidades cerradas que en conjunto conformen la idea de algo, la impresión de una vida (¡no la sucesión de unas cuantas vivencias!).
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¿Me puedo ir ya? Título.
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La tierra nos devolvió a nuestros muertos como si hubiera decidido apiadarse de nosotros. O ya no los quisiera con ella. Comienzo.
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“Y sabes que hay algo más / Pero no puedes darle un nombre.” Luna. Lost in Space.
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La comodidad es la nueva autoestima.
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Frente a la luz y su curso nada pueden las canciones. Aborda el sol su mengua y el escritor asiente, semejante al fin a lo que alumbra.
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Chus Fernández es escritor