Una crónica de sus pensamientos y no de sus actos.
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Las dos viejas que dieron la curva a la vez, de un solo movimiento, sus abrigos oscuros alimentando aquella impresión de consonancia, y, de repente, la bufanda roja alrededor del cuello de la más joven, una presencia: algo que hace que todo desaparezca a su alrededor.
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Al abordar la ficción tiende uno a apoyarse en lo que cambia, sin embargo, la vida, el espejo en el que la ficción debería mirarse, se sostiene gracias a lo que se repite, lo que permanece.
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Se exige lo máximo que uno se puede exigir: la naturalidad.
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Lo de abajo irá para arriba: lo que oyó en cuanto pisó la calle, llegado de alguna ventana.
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En la novela, una adaptación mutua que no experimenta en el relato.
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Sustituir los nexos por dos puntos; los dos puntos por espacios en blanco.
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Poca cosa. Título.
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La dignidad se compone de gestos que lo significan todo y no representan nada, dirigidos a uno mismo.
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Nadie le da la vuelta a un reloj de arena sin sentir que está haciendo algo trascendental.
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Como los perros que, cuando se dan cuenta de que los han dejado solos, recorren la casa entera, alarmados, y manifiestan su desolación, su angustia creciente, ladrando y gimiendo, sin dejar de ir de una habitación a otra, hasta que, resignados, se tumban frente a la puerta y siguen sufriendo, en silencio.
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Desconfía de los himnos y las banderas porque son sentimientos sin vínculo.
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En la novela no vale todo. En la novela todo puede ser validado.
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La juventud, la propia, ya solo puede volverse en nuestra contra.
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Un final debería ser una mano que se cierra y, mediante ese movimiento de los dedos que recuerda a un abanico o escenifica pícaramente el hurto, en cierta manera recoge.
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¿Cuándo se acaba de pensar en algo? Cuando se obtiene, no ya una respuesta, sino la respuesta deseada, la que invalida la pregunta. ¿Es, por tanto, el pensamiento una pregunta que no termina?
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No desandamos los pasos. Los andamos de nuevo con la esperanza de que nos lleven a otro sitio. Pero ya no hay pasos ni camino ni sitio.
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Ya solo le pide a la voz que por un momento adopte la forma de una curva, se parezca a un zigzag como el suyo.
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De repente: solo cuando dé pie a algo que más pronto o más tarde lo deje todo como estaba.
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“Lo único que quiero son un par de metros cuadrados para ser yo mismo. Un espacio para profesar mi credo: coger la pelota, dársela a un compañero y que el compañero marque. Se llama asistencia de gol y es mi manera de propagar la felicidad”. Andrea Pirlo.
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Al entrar en casa le gusta encender la luz antes de haber cerrado la puerta.
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Todo es dado para el relato pero no para la narración. Y son precisamente las demandas del relato lo que debe ignorar.
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Siempre hay alguien que en medio de una conversación se levanta y se acerca hasta la ventana. La historia de ese alguien. La historia de los que de repente callan y le miran. Pero, sobre todo, la historia del que le mira y sigue hablando.
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Añadir un adjetivo es ponerse de puntillas.
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Los coches que circulan con lentitud parecen volver de algún destino triste, decepcionante.
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La impaciencia: todo, antes de llegar a ser, acaba revelándose como algo menos importante que yo.
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Antes, durante el arrebato, durante la concentración que amplía, sentía que era fácil. Ahora siente que tal vez sea posible.
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El entusiasmo impulsa y justifica al que mira. El estremecimiento purifica al que ve.
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El tiempo es el pensamiento sin objetivo.
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La perra, ciega, con cataratas, que seguía mirando hacia arriba cada vez que alguien la llamaba.
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Quédate con eso. Título.
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La palabra, en su inocencia soberbia, aspira a convertirse en la luz que lo aclare todo, ya sea en la epifanía o en la comprensión, de fuera adentro; mientras que en la imagen la luz brota, de dentro afuera: mostrando lo real cuestiona lo que se creía real.
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Siempre es domingo.
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Por primera vez sintió que debía hacer más, no mejor.
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“Te extrañan muchas cosas, eso me gusta de ti. Creo que si no fuera así no podrías escribir. Lo que no me gusta es que siempre seas tú el único extrañado. Todo el mundo puede sentir eso.” Falso movimiento. Wim Wenders.
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Destierra de su cabeza la palabra “historia”, y de pronto comprende que esa palabra es la más importante de todas, la única que debe tener en cuenta, la que debe esforzarse en merecer, siempre y cuando haya desterrado primero la palabra “acción”. Deshecha el drama, se dice, abraza el conflicto.
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¿Cómo entra un hombre en la que sabe será su última casa? No por qué. Ni cuándo. Sino cómo.
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Ahora los veo, se dijo, y sintió que al fin podría contar la historia.
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Chus Fernández es escritor