Ante la inminencia de un nuevo ciclo, pregúntate: ¿Quieres contar o quieres decir?
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Otra casa en el horizonte, cúmulo de cartón y fatiga. El calor en torno a él permanece.
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El escritor y su padre buscan las esquinas del plástico y con cada doblez están más cerca el uno del otro. Marta le explica desde un continente distinto cómo llevar la ropa en bolsas de basura para que no haga falta descolgarlas de las perchas. Se siente bien, como siempre que algo le trae la imagen de alguien que saca la cabeza, aunque ese alguien no exista o no sea más que un objeto. Es grande, pero no pesa mucho, dice a propósito de una de las cajas. Podría estar refiriéndose a sí mismo, ¿pero acaso no lo está haciendo siempre quien toma la palabra? Hoy ha despertado en una nueva casa, otra más. Piensa en algo en lo que reparó ayer de repente: hacía mucho, mucho tiempo, que no estábamos todos juntos haciendo lo mismo. Bajo el fuego avanza con los dos juegos de llaves en los bolsillos de sus bermudas mientras arrastra pequeñas porciones de una vida en común. Entre viaje y viaje bebe un trago de agua, rellena otra vez la botella y la vuelve a poner en la nevera. Anota algo, siempre distinto a lo que maceraba en su cabeza durante el tránsito. A veces mejor, pero no muchas veces. Desde la calle oye a su perro ladrar, no es ya su casa la casa donde les espera. Quizá por eso se sienta más solo que nunca cada vez que se van.
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Me mantengo en forma / en cada momento tengo / la forma que tengo.
Banda sonora.
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Sin poner nada de su parte únicamente avanzan quienes van cuesta abajo. Está de suerte, él, que ya sólo sueña con una superficie lisa por la que rodar.
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La carencia, cuando se escribe de verdad, es siempre positiva porque exige de principio a fin una fuerza extrema que compense, una potencia fugaz que pueda ir equilibrándola.
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A su alcance todo lo que tuvo que ver con él. También lo otro, y es lo otro lo que pesa.
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¿Causa? No: origen.
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En el televisor al fondo de la sala de espera y en silencio comenzaba una película. La pantalla se volvió azul y yo pensé qué bien, el mar, ojalá salga un submarino. Me encantan las películas de submarinos, pensar que basta con hundirse para ir a otro mundo, a otra parte de este, donde puedes ir hacia delante, hacia atrás, y también hacia arriba y hacia abajo. Que el ojo llegue al otro lado, y te haga saber.
Urgencias. Carlos.
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La naturaleza es la equivalencia, en sus muchas y cambiantes formas, de parcelas en nuestro interior para las que no disponemos de un nombre.
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Se disuelve el límite en la música. Puede romper ese hilo el escritor. O quedarse quieto y dejar que le envuelva. Traduce a su vez el tacto lo oscurecido por el roce y una fuerza cruel como un motor o cualquier empuje que no aspire a moverse a sí mismo le ofrece un sonido que él, igual que el viento, prefiere confundir con una forma.
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¿Que por qué es tan importante el punto de vista? Porque no tenemos otra cosa que nos permita hacerles frente a los hechos.
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Se fue separando su carne y el dolor no es más que la constancia de ese desplazamiento, de un corazón rebajado a periferia. Arde en la premura de volver al tiempo del cuidado pero ayer es siempre demasiado tarde, un lastre, algo de más para quien ante sí mismo resulta ser menos de lo esperado, o cuando la fuerza propia, el porvenir, pasa a ser igual de innegable que una piedra o una estantería.
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Asume la derrota quien renuncia a los símbolos. Batallas comunes.
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La belleza no tiene que ver con las formas sino con su efecto en ti. La belleza es lo que te rompe por dentro. Por eso no hay unanimidad respecto a ella. Porque es por dentro y no por fuera donde nos diferenciamos los unos de los otros.
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Para acabar, ¿qué les dirías a tus seguidores?
Gracias por estar ahí.
Ahí, ¿dónde?
Eso quisiera saber.
Iceberg. El documental.
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“En el arte las cosas se ponen interesantes cuando sientes miedo. Es el primer paso para cualquier conversación filosófica y para que te sientas identificado con lo que haces.” Kristen Stewart.
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Amor, se dijo, qué palabra más curiosa: capaz de traducir el resto de palabras de un idioma, pero no a sus significados originales sino al de ella misma, que así acaba por incluirlos a todos.
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En un sentido último en nada se diferencia el desierto del océano. La contradictoria promesa de posibilidad y guillotina que entrañan sus horizontes contribuye a esta semejanza. La casa Rohmer. Isaac.
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Nos han arrebatado el pasado. El futuro también, pero el futuro nunca llegó a pertenecernos.
¿Y el pasado sí?
¿Hay alguna otra cosa que estés más seguro de tener?
En realidad lo que siento es que es él quien me tiene a mí.
Ya, eso también.
Batallas comunes.
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«Alguien muy sabio me dijo: si no sabes qué hacer, no hagas nada.» Jake Gyllenhaal.
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La distorsión del trabajo o la tarea como infierno vivido, recordado y anticipado: que una y otra vez ejerzan el poder sobre ti quienes para ti no son la autoridad. Le trataron como a un perro y se fue, cuando por todos es sabido que un perro nunca se va. Carlos y el bar.
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A menudo la gente que nos parece auténtica no es gente que no quiso cambiar sino que no pudo.
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Mejor que un rasgo, un gesto; mejor que un gesto, un acto. El “dramatiza, dramatiza” de Henry James.
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La tensión es para quien sobrevuela la sima, para quien le exige a la mandíbula lo que ningún coloso logró con su espalda. Por qué si no iba a retorcerse únicamente el lenguaje durante la urgencia como integra el organismo un veneno, por qué si no iba a aislarse alguien para hablar o abandonarse por completo a lo que se interpone entre él y quienes deberían oírle, por qué si no íbamos a llamar comunión a lo que es una intensificación de la levedad. Si el calor no llega, junta las manos, no creas diferente tu carne: esa trama sujeta tu historia y cobija tu voz, aliento que bulle, un aire siempre en movimiento y nunca renovado.
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Sin la honra del hueso, que prefiere romperse a doblarse, te retuerces como una rama al encuentro de la luz, como el humo que asciende porque sí, como una plegaria por segunda vez entonada, como una verdad que no basta te retuerces, así te retuerces ante quien ejerce el poder porque no tiene autoridad. El patrón no se debe a sus clientes, que son su obligación sino a sus empleados, que son su responsabilidad. Sólo en el bar llegaste a comprender que la libertad tiene en sí misma su precio, que el trabajo nos convierte en la tarea que llevamos a cabo. Y, sin embargo, agradeces esto: la bendita serenidad de las máquinas, aunque la jornada siguiente sea una sombra que se estira hacia aquello que la proyecta. Suma. Resta. Cuenta otra vez. Vuelve a contar. Pero antes dime que no es otro ahora el precio de tu sangre, el sabor del pan ganado a tu costa.
Carlos y el bar.
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La belleza inhóspita de las rocas.
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Se dirigían al hospital cuando lo vieron. Mira, un pájaro muerto, le dijo su madre. Muerto, no, muriendo, dijo él, y fue sacudido por segunda vez en ese mismo día mientras el pequeño animal abría y cerraba su pico. La primera sacudida había tenido lugar por la mañana cuando al mear sangre espesa como un océano e igual de oscura salpicó la taza y el suelo igual que se partirían los muchos trozos de algo. Ya había hablado antes de un pájaro al que vio agonizar y ya había arrojado lejos de él lo que le recorre, pero hoy, lo uno y lo otro sucedieron en una zona común del tiempo, como si entre las dos situaciones compusieran una sola señal. Sentado junto a su madre espera a que le llamen, a que alguien diga su nombre mientras sigue ardiendo la carne, boqueando el pájaro, avanzando la vida hacia dentro.
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Chus Fernández es escritor