Confirma cada despertar lo que pese a todo nunca fue puesto en duda. Misterio no hay más que el del mundo regresado tras el sueño, tras el dolor, tras el tiempo nuestro, sólo el nuestro, consumido.
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«Te pasas el día observando, ¿eh?
Mi cerebro salta y se inquieta a menudo, debo tranquilizarlo.»
El joven Lincoln. John Ford.
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Hablaba de las obras que más le gustaban como si le pertenecieran, con un orgullo muy superior al que podría sentir de haberlas hecho él.
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A la hora de comer, intentó dormir. Se había extendido la noche pero no el sueño. Con los ojos cerrados comprendió que el ruido de la lavadora no le desvelaba sino todo lo contrario. Y eso le sorprendió. Pero sólo en un primer momento.
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Si para ti pasa todo por escribir bien, dime entonces qué significa escribir bien, qué significa todo, por qué mejor nunca es suficiente.
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Cuando alguien entra en el bar dando palmadas el camarero sabe que la noche va a ser complicada. Y aquella lo había sido para Carlos, vaya que si lo había sido. Volvía a casa avanzada ya la madrugada, cansado, con los auriculares en el bolsillo de la parka. Ya frente a su portal, unas voces y risas hicieron que se volviera. Vio al guarda de seguridad que la asociación de vecinos había contratado para los fines de semana y vísperas de festivos apoyado contra la pared y a sus pies, sentados a la entrada de un portal, dos basureros, sus carros con sus escobas vueltas hacia el cielo negro unos metros más allá. Permaneció inmóvil durante unos instantes con las llaves en la mano. Se volvió de nuevo y caminó hacia ellos, hacia el guardia y los basureros que, en cuanto Carlos estuvo ya lo bastante cerca para ser una presencia, dejaron de hablar, de reír. Les saludó. Le saludaron, aunque no inmediatamente. Abrió su mochila y sacó un bote de patatas. Se lo tendió, los tres aceptaron su ofrecimiento, le dieron las gracias. Asintió. Dio un paso hacia delante y en cuanto lo hizo los basureros se desplazaron a la vez, en la misma dirección, ofreciéndole un sitio. Asintió. Se sentó junto a ellos. Les tendió nuevamente el bote. Luego lo tendió hacia arriba, hacia el guarda. Carlos y el bar.
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¿Qué es la fe?, el éxtasis de la necesidad, aquello a lo que apelamos cuando nos conduce a un resultado amargo el cálculo, cuando la previsión es irremediablemente condicionada por el recuerdo y nos resulta imposible encontrar en ella algo parecido a la fatalidad, lo que ocupa el lugar del entusiasmo, eso también, sobre todo eso.
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Confunde el animal
la orden
con el permiso.
Menos.
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Hay que detenerse entre libro y libro. Para volver a escribir por la misma razón y de otra manera.
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Quien se despierta una mañana decidido a no reservar ya nada se sabe viejo, sí, pero ¿se siente viejo?
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Con la fuerza austera de una columna, con la rotundidad vana de una afirmación hecha sin pensar, así se enfrenta el escritor al paso de la tarde, al ritual diario de la luz. La soledad es un cuestionamiento encarnado en quemadura, el más lento de los desgarros, el primer y último asalto de un combate que durante el juego nadie creyó estar librando.
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Espero no llegar en mal momento.
Ningún momento es bueno para una mala noticia.
¿Eso es lo que soy ahora?, ¿una mala noticia?
Eres el que la trae.
¿Y cómo sabes que es mala?
Si fuera buena no vendrías a dármela en mitad de la noche. Me llamarías por teléfono, mañana.
Diálogos.
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Atravesarlo todo sin entrar en contacto con nada.
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Esa es la belleza de la ficción, de cualquier apariencia: cuanto más exacta, menos verdadera.
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Cuando escribe se siente bienvenido.
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“La aventura marca el cambio total hacia el éxito. Su realización tuvo las máximas dificultades, porque la empresa productora quiebra, y Antonioni se queda varado en las islas donde filma; la producción se interrumpe hasta que Del Duc se hace cargo de ella.”
Grandes clásicos del cine. Manuel Villegas López. Relato: crónica de esos días en las islas escrita por alguno de los miembros del equipo.
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El viernes, justo antes de recoger los libros y el ordenador para poner la mesa y comer con Marta, una evidencia: lo que sucedía en él durante la lectura en ningún otro momento tenía lugar y sin embargo, eso, único en su expansivo darse, tan grande y exclusivo, no era lo que más necesitaba. ¿Y por qué lo sabía? Porque su inmersión en la lectura, en las voces ajenas y cómplices, venía siempre acompañada de un vacío vivo, una especie de succión mediante la cual algo reclamaba algo desde lo que entonces, al pensar en ello, sólo pudo llamar el fondo de sí mismo, el origen de todo cuanto no era él y en lo que se reconocía.
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Precede a la culminación del anhelo un sentimiento de perplejidad que dicta el valor de lo anhelado y también, desgraciadamente, el nuestro.
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No sé dónde estoy pero estoy aquí. Yo soy yo y estoy aquí. Es todo lo que necesito saber a estas alturas. El centro y la llanura.
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Al pensamiento lo que es del pensamiento; a la acción lo que es de la acción. Un método, es decir, una premisa.
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O dejamos de dar pena / o vamos a dar vergüenza. Banda sonora.
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Es tentador ver la vida como una fuente de simetrías pero no es así, en realidad somos nosotros, la mitad de una semejanza, quienes a través de la reiteración o la reincidencia o la incapacidad para dar cabida a algo nuevo en lo que no estemos, creamos sin pretenderlo un significado, pasajero.
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El escritor: Siempre dice que lo deje todo y escriba el libro que él cree que tengo que escribir.
Marta: Más o menos todo ya lo dejaste, nunca empezaste otra cosa.
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Handke: Y el estar narrando paso a ser material para la narración. No el material ni tampoco otro material. ¿Contenido? Tal vez. Pero no argumento. Ni mucho menos tema.
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Le gustan cada vez más las historias que hablan de cosas que están muy alejadas de su experiencia cotidiana porque le obligan a llenar el vacío que les separa con lo que, olvidado o no, aún guarda en su interior, con lo único de lo que dispone realmente y que más próximo puede estar a él.
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Es tan poderoso lo que nos lleva a regresar que muy pocas veces reparamos en que al volver a un sitio nos estamos yendo de otra parte.
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Chus Fernández es escritor