Reflexionar sobre cualquier cosa, excepto sobre el lenguaje.
E.M. Cioran.
Volvíamos de la playa
cuando un pájaro apareció delante de nuestro coche
daba saltos por la carretera
creo
no podría asegurar si aquello era caminar o correr
tu conocías su especie
y parecías feliz
porque se hubiera cruzado en nuestro camino
yo que ni siquiera recordaba ya cómo era aquel animal
sólo podía pensar en lo cerca que habíamos estado de atropellarle
volví mi cabeza hacia mi costado
y vi a través de la ventanilla
una hilera de pájaros negros elevándose
en orden ascendente de izquierda a derecha en una fachada
un atardecer en el que el azul y el naranja se repartían el lienzo
vi eso aquella tarde
un pájaro en la carretera que no volaba
al que siguieron unos cuantos más de mentira volando en un cielo de mentira
y me alegré de haberlo visto
igual que te alegraste tú
cuando el primer pájaro salió a nuestro encuentro
me sentí bien
no porque hubiera vuelto a salvarme la belleza
sino porque algo importante acababa de suceder
y sólo yo había sido testigo.
Menos.
*
«Porque esta ciudad te mata si no eres lo suficientemente fuerte.
No, la cuidad no discrimina. Va a por todo el mundo.»
Al límite. Martin Scorsese.
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Le llamábamos el dientes porque no tenía dientes. En realidad se llamaba Daniel pero sólo en su casa seguían dirigiéndose a él por ese nombre, y no siempre. En el barrio era una leyenda, aunque no se le recordase ninguna acción legendaria ni logro alguno.
Los jóvenes quieren vivir en la ciudad.
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“Voy a arrancar estas páginas. Este diario no me trae paz. Es autocompasión. Nada más.”
The first reformed. Paul Schrader.
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Una tristeza rara últimamente, distinta, como de pies fríos, una clase de dolor sólo en apariencia ligero.
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Paul Schrader: “Es la cinta que me hizo darme cuenta que había un sitio para mí en el cine: que había un tipo de filme que yo podría hacer. Es acerca de un hombre, su pieza y el transplazamiento de su alma”. En otras declaraciones Schrader ha minimalizado los elementos: “un film de dos personajes: un hombre y una pieza”
Alberto Fuguet. Un hombre y una habitación. Título y argumento.
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Somos una pareja,
Ya lo sé.
Sí, ya lo sabes, pero ¿sabes qué significa eso?, ¿sabes qué significa ser una pareja? Que si uno mira atrás, el otro no puede ir hacia delante.
Carlos y Ruth.
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Adora el mercado y su liturgia, los nombres de los peces, la asombrada canción de lo que todavía conserva la tierra a la que pertenece, bajar la vista camino de casa y ver una red de naranjas al final de su brazo.
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Cuando el autocar en el que viajas lleva ya un rato circulando y de repente descubres que todavía estás en la cuidad.
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Qué supone un problema mayor, que el escritor necesite que esta mesa, esta botella o cualquier otro objeto sea algo más de lo que es o que esas cosas, siendo tan sólo lo que son, puedan hacerle tanto bien o tanto mal como le hacen.
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Menos mal que lo dejamos ahí, cómo habría sido nuestro disco de haber seguido juntos, no quiero ni pensarlo, su sonido te habría hecho pensar en algo viejo pero no de antes, como un móvil con una funda de cuero, de esas con tapa, algo en ese plan.
La casa Rohmer. Sergio.
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El padre se había llevado a Carlos por la mañana y a las ocho tenía que traerlo. La madre le esperaba en el sofá, sentada, muy recta. A veces estiraba la mano y soplaba. Llamaron al timbre. Contestó, abrió con cuidado la puerta del portal y luego la otra. La arrimó.
Carlos, antes de sentarse en el sofá junto a su madre, dijo: Hola.
Hola, ¿qué tal lo pasaste?
Bien, ¿alguna vez tuviste una rana con la barriga blanca?
No. Déjame oír.
¿Por qué cuando estás viendo la tele o hablando con alguien me mandas callar?
Porque me quiero enterar de lo que me están contando.
No te están contando nada. Hablan entre ellos. Pero no a ti.
Que me dejes oír.
Carlos pegó la espalda al sofá, sus pies se elevaron; los cordones de su playero izquierdo, desatados, se balancearon en el aire. Su madre se volvió y, tirándole de la manga, le dijo: Venga, ven, vamos a hacer abrazos.
Carlos se echó hacia atrás y, después de fijarse en las manos de su madre, le dijo: ¿Vas a salir?
No. Tenemos que hacer la compra.
Estoy cansado.
Ya descansas cuando volvamos. Así duermes mejor.
En el Carrefour, Carlos le quitó la moneda de la mano y le dijo: Yo, yo. Luego, la metió en la ranura, hizo fuerza y sacó el carro.
No te agarres. Lo llevas tú o lo llevo yo.
Papá me dijo que en esta época los pájaros se caen de sus nidos.
¿Y ella qué te dijo? Porque algo te diría. No se habrá pasado todo el día callada.
Nada, no sé, no me acuerdo. Papá dice que sólo son amigos, pero ella le metió un Sugus en la boca.
Bueno, ¿y qué te parece tener una madrastra?
Calla. No digas eso.
Pues tendré que echarme un novio yo también.
No, tú no.
¿Cómo que yo no? Un novio con el que pasarlo bien.
A lo mejor no es su novia, a lo mejor sólo son amigos, dijo Carlos y se alejó hasta el final de la sección. Cogió dos botes de guisantes, se los enseñó a su madre y preguntó: ¿Cuántos llevamos?
Ninguno. Ven, mira qué te digo.
Carlos, ya junto a ella, se detuvo, esperando.
¿Tomaste helado?
Sí, del que tiene Lacasitos.
¿Y a que no comiste carne?
Sí, con patatas.
¿Y fruta? Fruta seguro que no comiste.
No. De postre pedí helado.
¿El de Lacasitos?
No. Otro. De chocolate.
La madre empujó el carro hacia él y le dijo: Agárrate. Vamos a coger manzanas.
Carlos y sus padres.
*
Se siente como un personaje de una película animada en la que las cosas hablan y sufren y se alegran cuando alguien vuelve de muy lejos. En su película el escritor es una de esas aspiradoras pequeñas, no más grandes que un disco, una de esas que van dando vueltas de un lado para otro, rebotando; un robot diminuto con su buen par de ojos que cada vez que da contra algo que le impide ir más allá, una pared, el sofá o la lavadora, vuelve por donde vino, diciéndose: Bueno, por lo menos sigo en movimiento.
*
¿Qué es lo que peor se le da?, ¿qué es lo que menos le aporta? El drama. Escribir por tanto una historia sin drama, si eso es posible. O bien una historia en la que el drama no sea lo esencial. O bien escribir, algo, lo que sea, se trate o no de una historia, que no dependa del drama, y que tampoco lo excluya. Simplemente eso. Escribir así, vivir así, sin depender de nadie e incluyendo a todo el mundo.
El experimento.
*
¿Sabes qué echo de menos?
(…)
Sentirme perdido. Nadie está más lleno de esperanza que aquel que se siente perdido. Antes creía que estaba a punto de encontrar algo fundamental, que iba a cambiar mi vida, para bien.
Pero ya lo encontraste.
No.
Pero sabes que ya no lo vas a encontrar
Tampoco.
¿Entonces?
Ya no lo quiero. Lo que siento es eso, que lo que tanto busqué ya no lo quiero, y que no hay otra cosa que buscar.
La luna roja. Isaac y Cristina.
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¿Qué ha pasado? Título.
*
Aparcaron al borde del acantilado. Antes de bajarse del coche, el escritor imaginó que no se habían detenido, que pasaban de la hierba al aire, y del aire al agua. Cerró los ojos. Y al momento se preguntó qué significaba eso que acababa de hacer, por qué los había cerrado, por qué se había negado la imagen de aquello a lo que voluntariamente se dirigía, si había influido el terror en su último gesto, o si había sido toda su vida anterior, junta, la que le había reclamado, o a la que él había decidido volver en el último momento, purificado. Marta, al volante ya del coche y después de que se hubieran sacudido la arena y cambiado las chanclas, antes de arrancar, dijo: Y ahora, mi peor pesadilla: salir hacia adelante. Madre mía, qué miedo me da todo esto.
*
Cómo no me iba a fijar en Sandra, si en Gran Vía se subió al metro con un salvavidas bajo el brazo, uno de esos rojos y blancos que hay en las piscinas.
Los jóvenes quieren vivir en la ciudad. Comienzo.
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Frente a los tornos, tanto en una estación como en otra, sacó, en lugar del bono, las llaves, sin darse cuenta. Apenas se extrañó. ¿Acaso para él había diferencia alguna entre el hecho de entrar y el de pasar?
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Tú eres el agua / que pese a todo avanza / yo soy la mano / que ni frena ni guarda. Banda sonora.
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¿Cómo era el chico?
¿Tú de dónde eres?
De Perú.
Pues preguntó por una colombiana.
Las profesiones. Dependientas.
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Frente a la otra vez alzada y leve rama del naranjo, el escritor prefiere no lamentar el transcurrir sólo ahora común y suponer en cada olvido un encuentro, en cada agotamiento una fuerza, en la demolición interminable un último y definitivo cimiento.
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¿Si me quitase ahora un zapato, sería más alta o más baja?
La luna roja. Ruth.
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“Cuando ruedo mis películas, la tensión entre la historia y la abstracción es esencial.”
Gus Van Sant.
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El camarero que en la terraza lleva en alto la cuenta de las moscas que derriba o aplasta.
Las profesiones. Camareros.
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Por teléfono y tumbado en la cama sin abrir de su nueva casa, el escritor le dijo a Marta que en Malasaña había dado la vuelta, que sentía que algo se había cerrado definitivamente y que algo por fin empezaba a abrirse; que cuando se cruzaba con alguien como él le parecía que ese alguien estaba fuera de lugar en aquel barrio, entre toda aquella gente; que llevaba veinte años haciendo lo mismo; que ya no le interesaba todo aquello; que ya no necesitaba formar parte de algo; que lo importante de aquel estilo de vida era lo que hacía en su casa, sentado, y lo que no importaba se había convertido en su trabajo; que ya no era como antes, cuando al pisar aquellas calles se sentía en su elemento; que su elemento no existía; que su elemento eran las cosas que hacía y lo que le hacían sentir; que ya no tenía prisa, en general; que había disfrutado muchísimo de la exposición de Gus Van Sant; que ya volvería cuando no estuviera tan cansado; que en aquel desierto de calles inmensas llenas de desconocidos experimentaba lo peor de ser un fantasma: no existir para nadie más que para sí mismo a través de una percepción insoportablemente intensificada que jamás podría llegar a ser una compensación, pero también lo mejor; que no interactuar era lo más duro, tanto aquí como en la ciudad de la que venía, pero que además allí, en la de siempre, tenía que soportar a los que se dirigían a él, que nunca, bajo ninguna circunstancia cotidiana, se habría dirigido a nadie; que allí, en su ciudad de origen, era un hámster en una rueda, un animal muy pequeño que sólo podía estarse quieto o seguir corriendo para terminar reventado y en el mismo sitio en el que se encontraba cuando se había puesto a correr; que era duro, muy duro, empezar de nuevo, pero también bueno. Algo así fue lo que le dijo, no exactamente, pero sí en esencia. Había envejecido. Eso es lo que le debería haber dicho. Con eso habría bastado.
*
Chus Fernández es escritor