Fotograma de "Friday Night Lights", la serie de Peter Berg

Ha de ser él quien habite las voces, no al revés. Pero no escribe y en él se alejan entre sí las orillas. Le bastaría ser testigo, contemplar la blancura encima de los objetos, la sustancia ajena a su escasez, algo que le hiciera creer que también para seguir puede haber un método. La mano aspira a la unión pero también a la danza, a una canción que nadie más pueda oír, a la memoria y su carga imperceptible. Un hombre para escribir debe inclinarse, y ninguna enseñanza importará si la comparamos con esta. Septiembre.
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Al caer vuelas en el corazón del otro. Pueden hacer eso el amor y la falta de esperanza.
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Describe, tan sólo, no, mejor: enumera.
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Apoyado en la estantería el escritor pensaba. Algo, quizá el más puro él, dijo: Sácame de aquí. Y aquí era el pensamiento.
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Ampliar la mirada sin dejar por ello de verse.
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Es propicio el verano para las mudanzas pero entre afanes y suspiros también hay sitio para la tristeza de una maleta mojada por la lluvia.
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“Siempre está el otro en la risa aunque nos riamos solos”. Darío Adanti.
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Un parking al aire libre en el que sólo hay un coche, negro, cuyo conductor está sentado, pero no al volante, sino vuelto hacia fuera, con la puerta abierta. Relato.
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¿No tienes coraje? Sin rosa ni abismo se puede seguir, siempre y cuando se conserve de cada casa el ritual, es bello el páramo en cuyo límite cada hombre inventa el vacío. Acude a la historia sólo cuando tengas un propósito y deja que el canto se abra en ti cuando carezcas de él. Columnas negras sostienen el mundo, pasas tú entre ellas. Un estallido en la frente y un hilo, que debería ser de acero no impiden que ames todavía esta ciudad, sus árboles tenaces, su cielo ya nombrado y el rostro intraducible de cada uno. Canta, escritor, canta; muy pronto alguien volverá a hablarte de usted. Apura el poso o, cuando te quieras dar cuenta, te habrán retirado ya la taza. Puedes también no cantar ni apurar el poso: cualquier día es bueno para la retirada, para decir basta, para entregarte al dolor como el mundo en el principio se entregó a ti. Se extiende la noche como se extingue una especie y bandea tres veces la flecha antes de quedar atrapada en su destino. Que el río se lleve cuanto se pueda contar con los dedos.
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“Empecé haciendo películas que querían capturar la realidad, pero en un momento dado me di cuenta de que nunca serían suficientemente auténticas ni reales. Y me volqué en la irrealidad, lo cual no quiere decir que lo que cuente no sea relevante. Cuando la gente dice que en mis películas el estilo está por encima del contenido, no lo entiendo. El contenido sigue estando ahí, sólo que se ve mejor». Nicolas WindingRefn.
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¿Sabes por qué se te olvidan las cosas? Porque no vuelves a pensar en ellas, porque, antes de establecer un vínculo entre esas cosas y tú permitiendo así que se filtren en ti, ya las has reemplazado por otras.
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Alcanzada al fin la sombra piensa en el gorrión que voló tan bajo como para que él lo confundiera con una rata o algún extraño animal. Sentado en las rocas, recuerda los chalets y viviendas valladas cuya visión, en el momento en que comprendió que no había un pueblo al que llegar caminando y sería por tanto inútil su empeño, le llevó a decir: ¿Me dejáis estar ahí? Quizá no hubiera nadie allí a quien dirigirle esa pregunta. Sólo es segura en su memoria la valla y tal vez eso y no la casa y sus distintas comodidades fuera lo que le hiciese dar por supuesta la presencia de alguien a quien pedirle permiso.
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Haz cuanto esté en tu mano por cumplir la premisa constitutiva del proyecto que abordes. No porque sea esa y no otra tu responsabilidad sino porque es su única posibilidad de ser lo que es, la única manera a tu alcance de respetarlo.
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Ya no contabas con esta clase de alegría, la del dolor que remite, la de la carne sorprendida ante la tregua inconcebible. Sin más confía, por qué no. Quizá la distancia derive en perspectiva.
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El miedo al rechazo no es miedo a descubrir que no valemos sino miedo a que nos lo confirmen.
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El influjo, el camino voluntario hacia la telaraña, se debe en parte a la inversión de nuestra relación con el entretenimiento: antes debíamos nosotros adaptarnos a su ritmo, ahora es él quien debe adaptarse al nuestro.
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Le dio el tiempo una rigidez desconocida por el trigo y la seda y ahora prefiere ampliar el hueco a llenarlo. Escribe. Ya no se pregunta por qué. También hay algo en nosotros en cuya busca salimos cada día, es lo que viene a ser el espíritu: un balanceo tentativa de otro ritmo, de un fulgor que permanezca. Reescribe su oración hasta que su voz pasa a ser una llama entre las llamas suspendidas del recuerdo, la opone a la cercanía de las hélices igual que el hueso de algunas frutas con su dureza se opone al derrumbe inaplazable de cuanto lo rodea y es. ¿Logrará algún día extirpar de su furor la mecánica o será ese un anhelo que vaya siempre con él como es inseparable de la carta el sueño de ser un valor al margen del mensaje que lleva? Sólo intenta abrirse paso el pensamiento; el corazón, girar en torno a algo. Laberintos, inventad a quien os habrá de recorrer. El cielo se derrama con el mismo propósito.
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La llamó porque se había perdido: subía y bajaba una y otra vez las mismas escaleras mientras sus músculos podridos ardían. Está ahí, le dijo Marta, es que le cambiaron el nombre.
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Hasta que haya algo seguirá un día tras otro hacia la más pura hospitalidad. Porque el frío del andén no es frío cuando no entra en tus planes la vuelta, porque el perro aguanta y también el hombre, pero el hombre llama a eso esperar y los dos, el perro y el hombre, mueren mientras lo hacen.
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Porque una ausencia inesperada se vuelve en su manifestación insoportable coges algo de tu zona más profunda y lo pones en la canción y luego sigues cantando como si no te faltara eso que acabas de coger. Ni lo que te llevó a cogerlo.
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Sólo en la ausencia intuyó la pureza, pero no le basta ya la nieve ni el ritmo cambiante de la víscera. En qué lugar del cielo situará su objetivo, cuál será el punto concreto que guíe su último empeño. Ahora quiere hacer otra cosa, que nunca signifique eso ahora quiero un resultado distinto.
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No se rinde ante nosotros la naturaleza al replegarse, simplemente nos muestra lo que seríamos sin ella, lo solos que podríamos estar. Todo hombre es un esclavo ante sí mismo, es el precio a pagar a cambio de parecer un rey ante los demás. Dile adiós al tigre, haz de la pizarra un espejo, siéntete colmado en tu experiencia de la totalidad, de tu enamoramiento del mundo, y extiende tus brazos. Ninguna raíz nació para permanecer en su sitio.
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Chus Fernández es escritor