Fotograma de "La delgada línea roja" de Terrence Malick

Deben ser discretas las despedidas para que puedan hacerse oír los regresos. Si este acaba siendo su último día aquí, se habrá llevado con él más de un recordatorio: prende mejor lo que ya arde, a la trascendencia se llega a través de la combinación de elementos concretos, sigue siendo insalvable la distancia entre la fórmula y su ejecución.
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Como el músculo, que ante la falta de combustible, se alimenta de sí mismo, así la escritura cuando carece de lo que a falta de un nombre mejor llamaremos historia, algo que vincule el contenido a la existencia.
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La estructura supone, por encima de todo, confianza. Y también motivación.
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Lee porque necesita que le den razones para creer algo distinto de lo que cree, para pensar de otra manera o verse obligado a justificar la manera en la que piensa.
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Sólo si una madre grita el dolor es real. Pero eso que sólo es real ahora se vuelve además lo único cuando la madre le pide a su hijo que rece.
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Acude al lenguaje como otros se suben el cuello de su abrigo. Se ha convertido en el ruido de la excavadora que nada más necesita para ya, pura levedad, seguir existiendo un poco en cada uno que pasa. Es la tardanza, la onda, el agua y la piedra. Para él la distancia siempre será algo raro que se interponga entre su voz y las palabras y hay cierta lentitud de la que nunca dejará de recelar: quien paladea no tiene hambre.
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La quietud macera en la quietud, el puente se parte cuando alguien se pregunta si merece la pena cruzarlo.
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“Lo más rebelde que puedes hacer con tu carrera es que sea extensa y digna.” Robert Forster.
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Tu amor es un remolino / una fuerza en movimiento / que no lleva a ningún sitio / más que al centro de sí mismo. Banda sonora.
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¿Por qué sabía que esta vez sí había llegado un nuevo ciclo? Porque lo que necesitaba hacer excedía sus recursos y lo que sus recursos sí le permitían llevar a cabo no le motivaba en absoluto, le quitaba las ganas.
*Cada ci
udad es una vista distinta desde otra ventana, un entorno que abarcar en la distancia mientras el escritor sigue a la espera de algún hecho que enfrentar a sus teorías porque nada agradece más el pensamiento que la oportunidad de verse invalidado, pero los hechos son recuerdos que no aceptan ningún cambio, diccionarios abiertos al azar en los que se entrelazan la exactitud y la insuficiencia. No te rompes. Te separas. Y él habla en nombre de una sed que no comprende para beber de un agua que sólo corre cuando la nombra. Cada cosa está vacía a su manera y el escritor las envidia a todas ellas porque es mejor añorar al mundo entero que a una sola persona.
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Porque la intuición es sólo deseo, una excusa para tratar de llegar a algún sitio o traer algo hacia nosotros, eres tú quien se arroja a las señales, a las huellas dejadas con otro ánimo. Cada hallazgo, cada cosa que descubres, estaba ya ahí pero no la necesitabas. Nos fue dado el éxtasis para que en la plenitud desaparezcamos, pero el ensanche que se recuerda invita siempre al regreso. Un ciego baila, a eso me estoy refiriendo. Alguien, sin saberlo, vencerá a la muerte mediante el cuidado con el que cubra tu rostro con una sábana.
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Sin árbol no puede haber frutos. Recuérdalo cuando te preguntes por qué estás una vez más construyendo una trama.
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Dirá que le gusta caminar descalza por casa, que nunca sabe qué habrá hecho con sus zapatillas, a dónde habrán ido a parar. O tal vez no. Tal vez el escritor no haga ninguna broma ya y cuando vea los pies desnudos de Marta en la cocina, tal vez se limite a hacerle llegar las suyas con un movimiento de su tobillo inmediatamente seguido de un susurro, un silbido, el sonido de algo que se desplaza por encima de algo, del roce que sabiéndose breve se prolonga.
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Sólo en relación con algo puede uno decir yo.
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Ve en la ropa apilada en la cesta un cuerpo que rodea y del que se desentiende. La cabeza se le va como una bolsa vacía. En el pensamiento es siempre anterior la existencia. En el corazón, no. Pero nunca fue el corazón una palanca sino más bien lo que debía ser movido.
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Isaac: ¿Ahora estás con audiolibros?
Ruth: Sí. No puedo con los libros normales, me duelen el cuello y la cabeza. Si me tumbo, tampoco puedo sujetarlos porque me abrasan los hombros y los codos.
¿Y cómo es eso, leer así?
Distinto. Menos que leer pero más que no leer.
Como estar a dieta.
¿?Sí, co
mo comer pavo.
Ah, ya. Sí, algo así, supongo.
Luna roja.
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Quizá el suspense no sea qué va a pasar sino cuándo. Pensando en Hitchcock y su bomba bajo la mesa.
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Nada pasa ya a medianoche, el tiempo es un hueco y el escritor lo va llenando como puede. Si el muro deja de ser un muro cuando algo lo atraviesa, ¿es un muro el aire, el pensamiento, el dolor, todo lo que se interpone entre el mundo y él? Por qué si cada cosa tiene un nombre, se empeñará él en llamarla de otra manera, ¿quiere acaso que cambie o es el escritor quien sólo con eso espera ser distinto? Como la indiferencia del león, tal vez la tranquilidad que él desconoce consista en saberse más fuerte. Busca al final de cada borde un camino de vuelta, quien mira por la ventana pierde cuánto ve.
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El amor es un redondeo y tú, igual que la madurez prescinde del sentimentalismo, tal vez deberías dejar ya de esperar que el agotamiento conduzca algún día a la purificación. No nos fascinaría el vacío si no sintiéramos a través de él nuestra ausencia.
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Si lo hace bien, tal vez pueda convertir la solución en estilo.
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Quizá sólo aspiren justificadamente al aplauso los proyectos que, de no convertirse en logros, merezcan la mayor de las burlas.
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Hay algo detrás de todo. Es de ahí de donde has de volver.
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Es más fácil decir una sola vez nunca que muchas veces no.
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“Ojalá este frío se fuera.” El hotel a orillas del río. Hong Sang-soo.
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Quizá lo sublime sea el resultado de la combinación exacta de ligereza y profundidad. Viendo El hotel a orillas del río.
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Alégrate de haber encontrado un sonido donde buscabas una canción.
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Que nuevas paradojas le alcen o al menos le sostengan otras contradicciones. Para que no se reagrupe la tierra tras de él y nunca asiente el frío en la casa. Pasó de la palabra a la imagen pero no encontró compañía en el tránsito. Sí un sonido, un balbuceo, lejanías que le volvieron un eco indescifrable. Hoy sabe por fin cómo escapar pero aún no sabe de qué está huyendo. Tú, narrador inexistente, habla por él. Diles que más allá no hay nada, que amen como el escritor el laberinto, ese círculo vivo, cuyas paredes conducen en vez de limitar, que admiren la astucia de la memoria, capaz de hacernos creer que estamos trayendo algo de vuelta mientras nos arrastra con ella, que aprendan a vivir con los ojos cerrados como si estuvieran siempre en la silla del dentista, que ya sólo pide un continuo y leve desplazamiento.
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Chus Fernández es escritor