El cine de superhéroes vive una auténtica edad de oro. En los últimos quince años, las películas centradas en las andanzas de mutantes, alienígenas con poderes, sobrehumanos o millonarios con inclinaciones justicieras han dominado las taquillas de todo el mundo con mano de hierro e incluso, en sus más distinguidas representaciones, han alcanzado cierto reconocimiento crítico.
El volumen de las producciones superheroicas, además, ha crecido exponencialmente en estos años. La evolución de los efectos digitales, especialmente con el desarrollo del CGI, ha permitido plasmar, cada vez de manera más verista, los efectos de esos poderes que distinguen a estos “héroes” del común de los humanos. Sólo en las últimas semanas se han estrenado Deadpool y Batman v Superman: El amanecer de la justicia, y en fechas próximas se espera el desembarco de las nuevas entregas de las aventuras del Capitán América y los X-Men, y la presentación del Escuadrón Suicida y del Doctor Strange, entre otras. Una auténtica marea que, de momento, no parece tener fin y que está cambiando la lógica empresarial de los estudios de Hollywood, que han evolucionado el concepto de “franquicia” hacia el de “universo cinematográfico”. Una mutación que culmina con la competencia, que se adivina feroz, entre Marvel/Disney y DC/Warner.
Los dos colosos del cómic siempre han estado ahí, aunque sólo han reclamado protagonismo en la última década. En el caso de DC, la compañía fue absorbida en 1976 por la Warner, entonces una compañía en plena expansión. En los años ochenta y noventa del pasado siglo, Warner Bros. hizo el agosto con dos lucrativas sagas sobre los personajes más icónicos de DC (Batman y Superman, obviamente) que, tras sendos impactantes comienzos, irían progresivamente a menos. En paralelo, Marvel entraba en crisis, y sólo lograba mantenerse a flote merced a la venta de los derechos cinematográficos de sus personajes más relevantes.
En 1998, New Line Cinema (curiosamente una filial de Time Warner) ya anticipó el despegue del cine de superhéroes con una película sobre un personaje de Marvel que, en puridad, estaría fuera de los cánones superheroicos: Blade. Dos años después, sin embargo, se produjo el despegue definitivo del subgénero con X-Men, una producción de 20th Century Fox dirigida por Bryan Singer. La película sobre el grupo mutante, que costó 75 millones de dólares, recaudó 300 en todo el mundo, dando inicio a una lucrativa saga y despertando el interés de todas las grandes productoras sobre los superhéroes.
En 2002, Sony (a través de su filial Columbia) y Sam Raimi apuntalaron el interés con Spider-Man, que profundizaba en el uso del CGI para plasmar en pantalla las cabriolas del hombre araña. Su éxito fue arrollador: presupuestada en 139 millones de dólares, recaudó 400 millones sólo en Estados Unidos y más de 820 en todo el mundo. El interés de los productores se había convertido en ansia, y los derechos de adaptación de los héroes del cómic en una pieza codiciada por la industria del cine.
Tanto X-Men como Spider-Man se convirtieron en sendas franquicias de éxito, mientras otros superhéroes de la Marvel comenzaban a desfilar por las pantallas, con éxito desigual: Daredevil, Hulk, Los 4 fantásticos… Por su parte, Warner desempolvaba su vieja alianza con DC y relanzaba, en 2005, la franquicia en torno al hombre murciélago con Batman Begins, deslumbrante inicio de la que sería conocida como “Trilogía del Caballero Oscuro”, a cargo de Christopher Nolan. Una saga que se distingue por calidad como espectáculo cinematográfico, lo que de inmediato le granjea el reconocimiento crítico, y por su enfoque realista sobre el mundo de los superhéroes: aquí no hay sobrehumanos con poderes, lo que desplaza las coordenadas del subgénero desde el fantástico hacia el terreno de la ciencia-ficción.
En todos estos casos, no obstante, las productoras seguían la lógica de la franquicia: son sagas independientes de películas sobre un personaje o grupo, que integran la trama particular de cada filme en un relato global. Pero esto cambió radicalmente cuando Marvel, liquidadas sus deudas mediante la venta de derechos de varios personajes, rescató su viejo anhelo de convertirse en productora cinematográfica y se propuso adaptar Iron Man.
La apuesta, cifrada en los 140 millones de presupuesto del filme, no estaba exenta de riesgos. Como director, Marvel eligió a Jon Favreau, que había hecho carrera como actor secundario antes de estrenarse como director con Elf (2003), vehículo para el lucimiento de Will Ferrell, y Zathura (2005), esa película que es como Jumanji (1995) pero en el espacio. Más controvertida fue, sin embargo, la elección del protagonista: Robert Downey Jr., actor de talento innegable pero cuya carrera se había tambaleado por sus excesos con las drogas y el alcohol.
Marvel acertó de pleno. Favreau cumplió de manera ejemplar y Downey Jr. dotó a Tony Stark, con y sin armadura, de un inesperado carisma. Entre la primavera y el verano de 2008, Iron Man recaudó 318 millones de dólares en Estados Unidos y un total de 585 en todo el mundo. Pero el filme encerraba una semilla, en forma de singular coda, que iba a cambiar el negocio: tras los títulos de crédito, Marvel insertó una escena en la que un Nick Fury con el rostro de Samuel L. Jackson visitaba a Stark y le hablaba de… la “iniciativa Vengadores”. A diferencia de las películas de superhéroes previas, Iron Man no marcaba el inicio de una franquicia, sino que era otra cosa: la primera piedra de un auténtico universo cinematográfico.
La clave para entender esta apuesta reside en la interconexión propia de los cómics tanto de Marvel como de DC. Aunque cada colección tiene su personalidad y línea narrativa particular, centrada en un superhéroe o en un grupo de superhéroes determinado, todas son permeables a los sucesos de las otras, y tienden a colisionar en series limitadas con protagonismo colectivo: los “crossover”.
No es casual que, un año antes del estreno de Iron Man, Marvel promocionase al puesto de Presidente de Producción a Kevin Feige. Curtido durante años en la producción de los filmes ajenos vinculados a los personajes de la casa, Feige sería una figura clave para poner en pie el que habría de llamarse Marvel Cinematic Universe (MCU). Un plan maestro que la compañía pudo activar merced a los ingresos de Iron Man, a la que seguirían El increíble Hulk (2008), Iron Man 2 (2010), Thor (2011) y Capitán América: El primer Vengador (2011). Entre medias, Disney adquirió Marvel Studios, a la que dotó de más músculo económico pero respetando su independencia creativa.
Para entonces, sólo faltaba una piedra para consolidar el MCU: el citado “crossover”. La clave era Los Vengadores, el filme llamado a cohesionar el resto de franquicias y dotar de sentido al conjunto. Una película que Marvel puso en manos de la otra figura clave, junto de Feige, en el desarrollo de su universo cinematográfico: Joss Whedon.
Disney apostó fuerte por el filme, poniendo 220 millones de dólares sobre la mesa. Una cantidad que estuvo a punto de recuperar, íntegramente, sólo en su primer fin de semana. Los Vengadores recaudaría, en total, 1.519 millones de dólares en todo el mundo. En ese momento, se convirtió en la tercera película más taquillera de la historia, tras Avatar (2009) y Titanic (1997), ambas de James Cameron.
Más allá de los cálculos económicos, Los Vengadores convenció a crítica y público, cerró con solvencia la “Fase 1” del MCU y, de hecho, marcó de forma indeleble todo el universo Marvel, tanto en papel como en la pantalla. La devastación de Nueva York, debido al ataque de los Chitauri, funciona como bisagra con la “Fase 2”, revelándose como un trauma que lanza todas las franquicias. Al tiempo, Marvel ha ido ajustando sus series de cómics en función del MCU, una tarea en la que no le ha temblado la mano con decisiones controvertidas, inequívocamente encaminadas a limitar el peso de los personajes cuyos derechos cinematográficos ostentan otras productoras: finiquitó la serie de Los 4 Fantásticos tras 54 años de vida, aisló a los mutantes e, incluso, “mató” al carismático Lobezno.
La lógica del MCU, auténtica gallina de los huevos de oro, se impone a cualquier sentimentalismo. Las conexiones facilitan que el espectador repita de unas franquicias a otras, y su poderío económico global facilita incluso la absorción de posibles patinazos, como sucedió con El increíble Hulk, un personaje que no ha vuelto a tener una película en solitario (y cuyo intérprete incluso fue modificado para Los Vengadores). En paralelo, Marvel ha ampliado su ámbito de actuación, lanzando diversas series que, no obstante, no han cuajado hasta la reciente alianza con Netflix.
Ante estos resultados, Warner se ha decidido finalmente a lanzar su propio universo cinematográfico, el DC Extended Universe (DCEU), ya esbozado en 2013 con El hombre de acero, pero definitivamente iniciado con Batman v Superman: El amanecer de la justicia, cuyos resultados económicos avalan la apuesta.
El DCEU, de hecho, nace para competir con el MCU en su propio terreno, aunque con matices. En principio, la propuesta de Warner parece pretender adoptar un tono más oscuro, también más adulto, que su rival, aunque la explotación de los distintos personajes de DC ha hecho que renuncie al realismo propio de la saga de El caballero oscuro. Aparte, y gracias precisamente al hombre murciélago, esta propuesta tiene chance en un ámbito en el que Marvel no ha tenido, hasta la fecha, los mismos resultados que en la gran pantalla: el lucrativo mundo de los videojuegos, donde el nivel y el éxito (a todos los niveles) cosechado en los últimos años por la saga Arkham no ha tenido réplica entre los personajes de Marvel.
La colisión entre estos dos universos ya se ha producido. Estas semanas, con los estrenos sucesivos de Batman v Superman: El amanecer de la justicia y Capitán América: Civil War suponen, de facto, la primera gran batalla de esta contienda. El recorrido del MCU y del DCEU dependerá, en todo caso, del vigor de un subgénero, el del cine de superhéroes, que de momento no da síntomas de agotamiento.
Mas la propuesta de los universos cinematográficos parece que sobrevivirá, incluso, a un eventual colapso de las propuestas de Marvel/Disney y DC/Warner. No en vano, la propia Disney está esbozando un modelo análogo para Star Wars, con películas individuales que complementen y amplíen la trilogía iniciada con el reciente Episodio VII: El despertar de la fuerza.
Christian Franco es historiador de cine
cfrancotorre@gmail.com