Frozen awakening

Las noches del martes 25 y del miércoles 26 de octubre, y dentro de la programación de Danza Xixón 2016, XVI Muestra Internacional de Artes del Movimiento, el escenario del Teatro Jovellanos se tiñó de magia con el espectáculo de la legendaria compañía Momix, una de las actuaciones más esperadas en esta edición y que de un modo más claro evidencia la apuesta de los programadores por abrir esta cita ya clásica en el octubre gijonés de la “danza contemporánea” a “las artes del movimiento”.

La reconocida compañía norteamericana que dirige el que hace 35 años fuese su fundador, Moses Pendleton, al que debe, entre otras muchas cosas, su nombre (Momix viene de “The Moses Mix”, título que el bailarín dio a la coreografía que le encargaron para la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno en 1980 y que posteriormente usó para dar nombre a la compañía que creó ese mismo año), llega a España para una gira otoñal, que se ha iniciado precisamente en Gijón y que seguirá en Vitoria, Bilbao, San Lorenzo del El Escorial, Pamplona y San Sebastián.

Se presentan en esta ocasión con el montaje W Momix Forever, con el que están celebrando por todo el mundo sus 35 años de existencia, de éxitos de público y crítica, y lo que es aún mejor, 35 años potenciando el poder y la necesidad de la fantasía y de la imaginación en un mundo global cada vez más estandarizado. Desde sus orígenes, ha existido una voluntad clara, que aún hoy pervive, de crear sobre el escenario un mundo distinto, nuevo, onírico y surrealista, mágico y fantástico, cuyos habitantes son unos bailarines que se desfiguran como seres humanos para convertirse en otros seres (vegetales o animales, reales o imaginarios, de carne o de tela) que ofrecen la posibilidad al espectador de salir al menos durante el tiempo que dura la función de ese mundo real, sistematizado y gris, en el que viven, para relajarse y disfrutar de una experiencia similar a un sueño o de un placer estético próximo al que sentimos al admirar una obra de arte.

Para lograrlo de nuevo en esta ocasión, han creado un repertorio que recupera y homenajea piezas clásicas de otros montajes anteriores y añade otras nuevas, todas con el sello de Momix, un teatro visual, con números de base circense y exigencia gimnástica, que explora todas las posibilidades de la iluminación, la música y los sonidos, y las imágenes proyectadas, para ponerlos al servicio de sus dos protagonistas, el cuerpo y el movimiento: la danza. Todo ello ejecutado por unos profesionales excepcionales, bailarines completos, que se confunden con acróbatas, gimnastas, cómicos, contorsionistas, equilibristas, ilusionistas o actores. Una apuesta por una línea de trabajo concreta, que despierta la admiración de los espectadores más heterogéneos, y cuyo éxito pasa también por no conformarse y buscar en cada número nuevo la innovación y la originalidad, repensando conceptos ya manidos y actualizándolos o inventando otros nuevos, inspirados en aquellos o rompiendo con ellos. Porque Momix también es esta parte creativa: ese mundo de la inventiva como principio creador y que se sustenta en un inteligente y preparado equipo técnico, que explora las posibilidades escénicas de la luz, el diseño de los artefactos luminosos, las proyecciones, la música, el vestuario u otros objetos. Y todo ello lo hacen con una premisa clara: construir ese otro mundo de ficción donde lo imposible no sólo se hace posible sino también se hace bello.

 

Porque eso es Momix, en definitiva, una máquina escénica magníficamente articulada para crear belleza de aliento poético. La delicadeza de un fondo negro y estrellas minúsculas alertan al espectador de la llegada de las «Pleiades» (de Momix in Orbit), tres bailarinas con una gran aspa flexible, que con su danza y su vestido, convierten al objeto, y se convierten, en estrellas, en divertidos insectos, en molinos de viento… en todo o en nada, pero una nada de ilusiones, como la que resulta cuando se funden en uno los tres círculos que dibujan las tres aspas en máximo movimiento.

Es el turno entonces para «Dream Catcher» (de Opus Cactus), artilugio de metal en el que se entrelazan dos aros imperfectos, que sirve de refugio y unión a una pareja que se pasea feliz por sus barras y extremos, haciendo del equilibrismo, elegancia, y del riesgo, danza, y consiguiendo trasladar una sensación de ingravidez propia de los sueños, que ambos pierden al salirse del objeto.

Un vestuario colorista e inteligente es el protagonista luego, pues las «Marigolds» (de Bothanica) son vegetales, animales o humanas, dependiendo de cómo se baile el atuendo: cinco esponjas naranjas al principio, que pronto muestran manos y caras verdes pero no cuerpo, se mueven solas por el escenario, hasta que se alzan en piernas de mujer que con largos brazos parecen vistosas aves exóticas, que bailan con gracia y desenfado una danza de cortejo animal; y poco a poco, a medida que el traje se convierte en vestido, aparecen las mujeres bailarinas de una danza más sensual.

La música intensa avisa que «Pole Dance» (de Opus Cactus) entra en escena; tres bailarines integran en su danza tribal una larga vara de madera, con goma en sus extremos para apoyar, en este caso, ejercicios de fuerza y movimiento muy visual, que el duro entrenamiento y el disciplinado ensayo resuelven a ojos del espectador con aparente sencillez y asombrosa facilidad.

Sensualidad y técnica se aúnan en «Baths of Caracalla» (de Remix), donde la luz negra proyectada sobre las telas blancas que las bailarinas mueven, en una relectura de un concepto tan tradicional en la danza como el mantón o el abanico, hacen las delicias de un público ya entregado al disfrute de la belleza visual.

Como la que se propone en el siguiente cuadro: un cuerpo sin rostro sobre el borde de una mesa , iluminado, que en «Table Talk» (de Momix Classics) es todo lo que hay que admirar. El objeto aquí es el propio cuerpo, que se convierte en arte en sí mismo cuando vemos ejecutar movimientos bruscos y de riesgo con una delicadeza inesperada, cuando nos asombramos ante la belleza de unos músculos trabajados con rigor y con mimo, cuando lo difícil aparenta fácil o cuando descubrimos la plasticidad y poesía de sus movimientos.

Y vuelta a la técnica y a la exploración de nuevas posibilidades en «Light Reigns», uno de los números de nueva creación, donde cinco bailarinas (que por un problema técnico luego fueron cuatro), cedieron su protagonismo ante el artefacto: unas varillas con esferas luminosas fluorescentes, que lucían intermitentes o en ráfagas, danzaban coordinadas con una música también parpadeante.

La potencia de las imágenes proyectadas, sobre el telón del propio Jovellanos, sobre el fondo del escenario, sobre tiras de papel que cruzan de un extremo a otro e incluso sobre los propios cuerpos de los bailarines, es la base de «Paper Trails», sin duda la mejor de las propuestas de nueva creación y que probablemente se convierta, con el tiempo, en otro de sus clásicos. Con una estética muy Fritz Lang, el número lo abren cincos seres dorados, que andan a cuatro patas y cuya ontología se diluye por el efecto también de esas proyecciones sobre sus cuerpos, que parecen habitar un mundo futurista, al que atraviesan de pronto unas bandas de papel sobre las que se proyectan frases, palabras, entre las que se lee «breathe for dance», un claro alegato de lo que vendrá después. A medida que las letras dan paso a la representación de lo que hoy es la imagen de una ciudad más actual, cuerpos desnudos de personas, que se enrollan en esas tiras y se encuentran y se quieren y se besan, humanizan ese mundo frío y lo hacen a través del baile y de la creación de seres y realidades más oníricas que verdaderas.

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Baths of Caracalla

 

Después de un merecido descanso, para la compañía, por supuesto, porque de lo bueno y bello difícilmente cansa el público, la segunda parte del programa se abre con otro número sensacional, «Frozen awakening» (de Bothanica), pieza donde una bailarina y su reflejo en espejo dan vida a criaturas maravillosas, a formas inverosímiles e incluso construyen la figura del sosias: la potencia de la imagen y su verismo son tales que el espectador llega a dudar de la realidad de esa imagen, sobre todo habiendo explorado la capacidad de la compañía de hacer posible lo imposible. Sólo el ruido de los pies al friccionar con la superficie del espejo aseguran los límites entre los dos planos.

La luz negra y la ilusión óptica, junto con el movimiento ensayado de los bailarines, casi como sombras chinescas, configuran la esencia de «Snow geese» (de SunFlower Moon), composición que no estaba en el programa y que sustituyó a «Aerea», una de las coreografías de nueva creación que estaban anunciadas. Los cuellos y brazos iluminados, que por el efecto de la luz negra se despegan de los cuerpos y vuelan, son gaviotas, estrellas, perfiles de castillos o escaleras, avestruces, medusas que te hacen sonreír o bocas que te hablan, para volver a ser aves que se convierten en tiernos corazones que caen a tierra.

Y volvemos al arte de los cuerpos con «Tuu» (de Momix Classics), en este caso en dúo, chico y chica, amalgamados primero en un solo cuerpo y diferenciados después, pero en constante contacto, que nos hace disfrutar del espectáculo de dos cuerpos trabajados, del contraste entre la rigidez necesaria para realizar determinados movimientos y la suavidad que se consigue en los mismos y, en definitiva, de la belleza visual del arte de la contención del cuerpo propio en ella y del ajeno en él.

Otro clásico de la compañía, «Spawning» (de Momix Classics), va preparando la salida. Tres bailarinas cuyas esferas pasan de ser la carga que llevan sobre los hombros, el peso del mundo, a lunas y otras realidades ingrávidas, hasta convertirse en un objeto precioso de múltiples configuraciones que les permite jugar con él. Y luego «Daddy Long Leg», pieza de nueva creación, que mezcla la comicidad, el baile y la interpretación, con el objeto incorporado también, en este caso un suplemento especial en la pierna derecha de los tres bailarines que cabalgan, sobre el que se alzan o giran, o con el que incluso apuntan a modo de rifle, lo que demuestra que cualquier objeto puede servir. En «Aqua Flora» (de Bothanica) el protagonismo lo tiene precisamente una estructura de cortinillas de metal, que con la luz, la música y el movimiento verdaderamente llega a hipnotizar.

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Tuu

 

Como cierre, una música seria y grandiosa da entrada a unas marionetas de tamaño real, movidas por los bailarines, que despiertan la risa del auditorio. Es el turno de «If you need somebody» (de Remix), un número de ritmo frenético, vivo y gracioso, que consigue dar vida a los seres inertes y quitársela a los vivos, hasta confundir los bailarines con los muñecos, e incluso hibridarse. De entramado serio, y muy en la línea de los temas que mueven a la compañía, la apariencia de la pieza en cambio es alocada, desenfadada y cómica, pero de la misma bondad estética.

Porque eso es Momix: una máquina escénica magníficamente articulada para crear belleza de aliento poético al hacer posible lo imposible: lo difícil, fácil; lo rígido, suave; lo brusco, elegante; lo trágico, cómico; y lo técnico, emocionante.

Rosana Llanos López es profesora especialista en teatro
rllanoslopez@hotmail.com