Pedro Costa / FOTO: PAU DE LA CALLE

Hay un secreto en el tiempo para filmar, sobre todo cuando ruedas tu primera película. Un secreto que te puede acompañar durante más de tres décadas y sigue guardado. Es el caso de Pedro Costa y “O sangue”, la enigmática película con la que irrumpió en la cinematografía europea, dejando profunda huella. El Festival Internacional de Gijón la reestrenó en España, coincidiendo con su 60 aniversario y le invito a participar en un encuentro con el público.

Pedro Costa solo tenía 29 años cuando rodó “O sangue”, una apuesta por el expresivo blanco  y negro que se centra en la “cotidiana” vida familiar de Nino, de 10 años, su hermano Vicente, de 17, y Clara, su novia. Hace décadas que no veía la película y se enfrentó a ella con motivo de su restauración en 4K, viendo fragmentos aislados sin  sonido.  Y lo hizo recordando que “la memoria es distante, confusa y recalcada”.  Puede parecer que la película tiene tintes autobiográficos,  porque “soñaba con el cine y proyectar mi propia búsqueda”, pero no es así, se trata de una mera ficción. No obstante, mencionó con ironía, que la autobiografía está presente en el sentido de “ansiar hermanos que no tenía, padre al que quería matar o una novia como la protagonista”.   La familia termina siendo el eje transversal de la película, algo habitual en  todo el cine americano, que  “es intimista, incluso cuando rodaban westerns o policiacos”.

Exceptuando a los actores adultos, todos los intérpretes son primerizos, como Inés de Medeiros que también rodó con Jacques Rivette en esa época. Pero no solo el elenco de interpretación era nuevo, el equipo técnico también lo era, “amigos de la Escuela de Cine, intentando hacer un proyecto ambicioso que oscilaba entre la previsión y la protección”. Algo que continua presente en su filmografía porque “si no hay algo enfrente que me proteja, no sé que hacer”. Por eso reivindicó el trabajo en equipo, “para superar el temor a la fragilidad”. Una fragmentación presente en el cine actual “separado y compartimentado”. Comentó que no hay conciencia de que una película es una entidad total, “no es una experiencia de representación, es un movimiento, algo que se asemeja a una especie de composición en el espacio y el tiempo”.

Pedro Costa llegó a la dirección después de trabajar diez  años como asistente en películas portuguesas y europeas, años en los que aprendió mucho. “No paso de ser aprendiz, es algo que no me disgusta y me gustaría seguir siéndolo” fueron sus palabras.  Y lo llevó a la práctica hablando de su experiencia con el cine digital, “la primera vez que cogí una cámara de video no fue para rodar tonterías, sino para hacer lo mismo que hacía con la cámara analógica”. Y desmontó la falsa creencia de que el cine digital facilita resultados estéticos más fáciles de conseguir. “Yo dedico mucho más tiempo ahora, tengo que trabajar, testar y fallar antes de llegar al resultado final, porque si no estaría participando de la mentira de la democracia digital”.

La luz y la sombra siguen presentes en formato digital, es un elemento muy característico de su cine, tanto que es determinante en “Vitalina Varela”, la película con la que ganó la edición del año 2019, tanto en Locarno como en el Festival de Gijón.

“O sangue” es una película especial, no solo por ser la primera, sino porque la empezó y acabó de una manera irrenunciable, totalmente cerrada. Costa acabó “desencantado, sin saber si podría continuar o cómo continuar”.  Pero en ese desencanto está el germen de toda su filmografía, “todos mis amores del cine están ahí, algunos totalmente plagiados, otros no”: Y en esa lista nombró a John Ford, Fritz  Lang, Jean Cocteau o Robert Bresson. Directores que como él, se preguntarían cuál es la función del cine. Una auto pregunta que Costa dirigió al público presente en la Escuela de Comercio. Tal vez pudiera ser la de despertar  conciencia, “mi generación se quedó dormida después de la Revolución, tanto que mi propia película debería haber sido más social y abierta”.

Y sus reproches personales hacia su primera experiencia cinematográfica no solo se centraron en la falta de compromiso social. Las deficiencias de su cine inicial “eran cuestión de organización, de producción, por eso ahora creo que lo determinante en una película es la producción”.  Y esa organización ha pasado en su  caso, por la reducción de los equipos de trabajo, “trabajar con cuatro o cinco cómplices que me permiten reencontrarme con el placer de trabajar a gusto”.  Y hacerlo de manera horizontal porque la igualdad es determinante. “Me gustaría que todo fuera más igualitario” fueron sus palabras finales.

Jose Antonio Vega es colaborador de laEscena
@joseanvega64