Maria Alvarez. Sin título, acrílico sobre papel montado en tabla (detalle). 1987-1989.

El Museo de Bellas Artes de Asturias continúa renovando su actividad. Se agradece la incorporación de nuevas obras y nuevos artistas que vienen a sustituir y complementar a otros que, desde la inauguración del nuevo edificio, han estado presentes en las salas.

Entre las incorporaciones recientes destacan las obras de 4 artistas contemporáneas: María Álvarez, Amparo Cores, Kely y Consuelo Vallina, todas ellas con amplia trayectoria y con obras que, unidas desde el ámbito de la no figuración, muestran una variedad estilística que define su calidad y personalidad creadora.

No es frecuente disfrutar en directo de trabajos de María Álvarez (Luanco, 1958), es una artista que se prodiga poco, de ahí que tengamos una buena oportunidad de contemplar alguno de sus trabajos. Las obras expuestas, dos acrílicos sobre papel montados sobre tabla de 172 x 32 cm cada uno, nos trasladan a un trabajo gestual, atractivo en su formato y tratamiento matérico, que nos lleva a una etapa ya lejana de la artista (1987-1989). Ante estas piezas, podríamos hablar de una plástica del pasado, con una carga emocional que hoy se ha serenado; sus propuestas se han desnudado de materia, se han alejado del expresionismo visceral de superficie y han ido a lo más profundo, a la pura esencia. Los derroteros por los que María discurre en la actualidad distan bastante de estas piezas, ahora su obra es mucho más íntima e introspectiva. Recuerdo su muestra «A destiempo» en la Galería Caicoya (2011) y más recientemente su proyecto «Sin coordenadas» en la exposición Asturias Arte Actual en el CMAE de Avilés. Trabajos con los que la artista nos dispone a valorar la obra como un acontecimiento único, hondo y personal.

De la artista Amparo Cores (1929-2015) se expone la obra Nº 28, un pequeño formato -22 x 18,3 cm- de 1999, técnica mixta sobre tabla. Una exquisitez dentro de esta renovación museística. Aunque sus obras más conocidas deambulen por mundos cercanos a la poética onírica del paisaje, sin embargo, sus trabajos en ámbito del collage y assemblage tienen para mí un interés especial e incluso más personalidad: son propuestas que, desde su aparente sencillez, muestran una gran energía formal iniciada en el mismo proceso de gestación. La artista es heredera directa de las vanguardias históricas, es capaz de atraer y traducir aquellos lenguajes universales a un discurso que intuimos profundamente íntimo. Las sugerencias dadaistas y surrealistas –Nº 28 recuerda a alguno de los trabajos más poéticos de Miró y Schwitters-, donde materiales diversos, rasgados y recortados, conviven en combinaciones que parecen haber nacido con único fin: conformar una obra que, desde su minúscula belleza, reclama una atenta dedicación, siempre acompañada de esta rotunda sonoridad del veintiocho.


La obra de Kely
(Oviedo, 1960-2013) es contrapunto de la anterior. Un gran formato de 200×200 cm de 2005 que se enmarca en la producción más fertil de una artista experta en fundir color y materia, mancha y grafismo. Todo el lenguaje característico del expresionismo abstracto está contenido en su trabajo: hay texturas y veladuras, opacidad y transparencia, incluso, grafismo de resonancias orientales. Acumulación de elementos que enriquecen el resultado y nos hablan de la fertilidad germinadora de la artista. Siempre han sido atractivos sus amplios campos de color, fluctuantes y envolventes que contienen esa capacidad única de trasladarnos a otros mundos o, al menos, sugerirlos. Hay que dedicarle tiempo, dejarse llevar y, sobre todo, sentir.

Es especialmente atractiva la obra que se ha elegido para representar el trabajo de Consuelo Vallina (Oviedo, 1942), pertenece a la serie Ciclos (2015) y muestra su capacidad a la hora de comunicarse a través de la pintura. Sus colores son únicos, casi indefinibles, de ahí lo interesante que resulta su contemplación. El disfrute en el acto creador de pintar se advierte en esta obra y se trasmite al espectador. Ya en «Viaje al invierno», última muestra que contemplé de la artista en la galería Amaga de Avilés (2015), se observaba esa envolvente vitalidad que emana de sus obras. Hay algo más que materia expandiéndose en superficie. Consuelo muestra cómo en las entrañas de la creación, más allá de la importancia de los materiales y la técnica, más allá de esa perfecta conjugación de fuerzas, de armonía entre la trama y la urdimbre que la conforman, hay un energía indescriptible, que está ahí, en el límite, siempre entre lo real y lo irreal.

Más información: Web del Museo deBellas Artes de Asturias

Santiago Martínez es profesor de Historia del Arte
saguazo@yahoo.es