Fue como una huida hacia adelante que nos llevó a encontrarnos de repente o no tanto, encerrados con nosotros mismos. Al final, no nos quedó otra opción que hacer las paces con la situación.

Pasamos por diversas fases, bastante similares a las de la pérdida de un familiar. Algo así como un periodo de duelo; negación, ira, negociación, depresión y aceptación.

Lo que perdíamos era la libertad. Se nos prohibían cosas que nos eran tan básicas como el respirar.

Fue entonces, en las primeras semanas de confinamiento cuando Hockney nos recordaba “ do remenber they can’t cancel spring” y con eso nos consolamos. La primavera seguía. También nos consolamos encontrando tiempo para ayudar, para ponernos al día con deudas históricas de lectura o de cine. Algunos haciendo reformas integrales… todo esto conscientes de que a la vez, en el campo de batalla, los sanitarios luchaban inagotablemente por salvar vidas.

De lo que no nos dimos cuenta es de que fuera, mientras la primavera seguía, mientras nosotros seguíamos confinados y mientras la gente peleaba en los hospitales por sobrevivir perdíamos el privilegio del espacio de libre intercambio, a muchos niveles. No caían muros, sino que se alzaban.

Volvíamos a tener fronteras entre países, perdíamos el sentido de Europa. También nos privaban de uno de los mayores privilegios del urbanismo del viejo continente: el espacio público. Así que cuando, ahora, asomamos tímidamente al exterior, la plaza pública, lujo máximo e icono por excelencia de la vida en sociedad, ha desaparecido.

El espacio público se ha privatizado, se ha fragmentado y dividido, ha sido asignado a diferentes individuos. Mientas estábamos en nuestras casas alguien ha estado construyendo muros, murallas para separarnos del enemigo pero también de los demás: dos metros. Y así, hoy, cuando nos dejan por fin salir, nos damos cuenta de los daños sufridos durante la batalla.

En esta nueva normalidad nos encontramos como flamantes propietarios de una parcela de dos metros en círculo que visualizo como en las instalaciones “The body draws” de Franz Erhard Walther. Pero, aunque tener propiedades nos suene bien, en este caso, sin embargo, significa que hemos sido privados del lujo de lo compartido, de lo público. Se bloquea así la puesta en común, el intercambio cultural y nos queda una ciudad fragmentada y rota.

De la nueva normalidad se esperan muchas cosas positivas, por ejemplo que no se pierda la sensibilidad por el cuidado del medio ambiente; se espera una nueva conciencia ecológica… Pero no debemos olvidarnos de esas nuevas paredes que se han alzado en torno a nosotros. A pesar de ser invisibles, esos limites físicos que se han creado durante este confinamiento con el fin de protegernos también nos privan de cosas vitales y sus efectos secundarios severos ya se perciben en el tejido social y cultural.

No deberíamos olvidar que aunque formulados como muros, se trata de arquitecturas efímeras, con un fin preciso. Como tal deben ser desmanteladas íntegramente, sin dejar huella y lo antes posible, en cuanto dejen de cumplir su función.


Cri Valle
es arquitecta
CRV | TZN Architects