No recuerdo muy bien la primera película que vi de Susan Sarandon. Supongo que era aquella en la que se lavaba los pechos con limones para quitarse el olor del pescado. Sí, seguro que era ésa. Los años ochenta y noventa fueron buenos años para recuperar películas en aquellos sistemas de vídeo ya desaparecidos. En realidad, no importa de qué película se tratase. Cualquier persona con un gusto decente ve a esta mujer y se enamora de ella de inmediato. Desde entonces, fuera aquella película de Louis Malle o cualquier otra, he procurado no perderme ninguna de sus interpretaciones. Sarandon puede estar bien o puede estar sublime. No hay más opción para ella. La cosa depende, como siempre, del guión, de la historia, del director. He visto alguna película muy menor o alguna otra en la que apenas salía cinco minutos sólo porque ella estaba allí. El magnetismo que desprende no es para menos. La he visto hacer de todo. Reír, llorar, sufrir, envalentonarse, ganar, perder… Ha sido madre abnegada, abuela alocada, camarera, bruja, abogada, monja… Y así hasta este año, hasta hace tres semanas, cuando se estrenó ‘Feud: Bette and Joan’, la serie en la que se recrea, entre otras cosas, la rivalidad eterna entre Bette Davis y Joan Crawford, antes, durante y después del rodaje de ‘¿Qué fue de Baby Jane?’, ese otro clásico por el que, en principio, nadie apostaba un duro.
Decir que Sarandon está sublime en el papel de Bette Davis sería quedarse cortos. No es exageración. Pocas veces se ha visto una transformación igual. Sarandon tenía los ojos a su favor para el papel, tan grandes como los de aquella mujer que conservó su grandeza hasta el último momento (recuérdese su inolvidable paso por el festival de San Sebastián, quince días antes de morir, para recoger el premio Donostia, genio y figura). Pero lo ha conseguido todo: los andares, la manera de sujetar el cigarrillo entre los dedos, de coger la copa, de colocarse el bolso en el brazo, de maquillarse, de tirar el abrigo de visón sobre el sofá (como el que tira un trapo sin validez alguna o un muñeco viejo), el tono de voz… Aquí vamos a detenernos un instante. Se pueden ver en la red vídeos de la propia Bette Davis para comprobar que el tono de voz conseguido por Sarandon es exactamente el mismo que el de la legendaria actriz que soñaba con ser la primera persona en ganar tres Oscar (no llegó a conseguirlo, lamentablemente: aunque tanto por ‘Eva al desnudo’ como por la mencionada ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ era más que merecedora de la estatuilla). Aquella voz rasgada, curtida por los eternos cigarrillos y el bourbon, aupada en la ironía y el mal humor. Es exactamente la misma.
Jessica Lange está absolutamente perfecta en el papel de Joan Crawford. Sus rasgos se han endurecido y el grosor de sus pestañas ha aumentado. Logra con cada matiz que sintamos todas sus frustraciones y anhelos. Hace un trabajo extraordinario, sin duda alguna. Pero el foco de atención está en Sarandon. No es porque sea mejor actriz. Ambas son, a mi juicio, las mejores de su generación. Sino porque parece que Bette Davis hubiese vuelto del otro mundo y se hubiese metido literalmente en el cuerpo de Sarandon para realizar esta serie. Y eso, nos pongamos como nos pongamos, no hay quien lo supere.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades