La mañana era casi tan fría como la de hoy. Nos levantamos y sentimos aquel frío. Poco después, mientras se hacía el café, nos enteramos de la noticia. Bowie había muerto. Era una noticia urgente en todos los periódicos. Las redes sociales se empezaron a llenar de su música y sus fotos. La imagen de Bowie en sus diferentes etapas. Todos teníamos algo que decir. Aún no sabíamos el año que nos esperaba, pero ésa es otra historia. En apenas diez días de este nuevo año, la cosa no parece que vaya mucho mejor. John Berger, Ricardo Piglia… Supongo que nos vamos haciendo mayores y los referentes van desapareciendo. Ley de vida, dicen. No por eso, por hacernos mayores y por muchas leyes de vida que nos señalen, nos acostumbramos a ello. La idea de abrir un periódico y no volver a ver el rostro de esas personas a las que admiramos acompañando la noticia de un nuevo trabajo se hace cada vez más cuesta arriba. Supongo que es lo que hay y no conviene darle demasiadas vueltas hasta que aparezca otra nueva y desagradable sorpresa. Vamos a tocar madera y confiar en que aún tarde algún tiempo en llegar.
Pero volvamos a Bowie. Con él, como quedó patente, en algunos de los numerosos artículos y comentarios que fueron surgiendo tras la noticia de su muerte, no sólo se iba un músico excepcional sino una manera de entender y posicionarse en el mundo. Ahora parece que todo el mundo es muy moderno, pero no hace demasiado tiempo las cosas no eran así (ni siquiera a día de hoy, pero vamos a dejarlo ahí). Hace treinta y cinco años llevar una foto de Bowie en la carpeta podía servir para que muchos de tus compañeros de colegio se burlasen de ti. No vamos a señalar la palabra que acompañaba a la burla porque creo que no hace ninguna falta. Y hace veinticinco llevar el pelo largo (si eras un chico) en esta pequeña ciudad de provincias tampoco estaba muy bien visto. Por eso, junto a su música, la importancia de Bowie, para algunos, es tan grande. Como la de aquella otra galería de raros e inconformistas, de artistas y vagabundos con talento, de escritoras excéntricas y geniales y de cabareteras lunáticas y enamoradizas que se pintaban las uñas de color verde y gritaban con todas sus fuerzas cuando pasaban los trenes. Sabías que estaban ahí, y eso te hacía sentir menos solo. Aunque el murmullo del conformismo continuase escuchándose demasiado cerca. Ese runrún que, en mayor o menor medida, no cesará. Y menos aún ahora, intuyendo los tiempos que se avecinan, Trump mediante.
Ha pasado un año ya de aquella fría mañana de enero. Hoy, como apuntaba antes, también hace frío, y han anunciado vientos y nieve, y un intenso recrudecimiento del invierno. No importa. A este lado del refugio -mientras tengamos memoria, y música, y libros, y películas, y fotografías-, seguiremos bien acompañados.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades