Duerme. En el sofá, en el orejero, en la cama, en la cesta o en el espacio que hay entre la puerta y las estanterías del estudio, sobre el parqué. Los gatos son así: duermen donde les viene en gana en cada momento. Consideran que la casa es suya y no les gustan las intromisiones de extraños. Cuando vienen amigos o familiares, ella opta por celebrar la fiesta en otra parte. No hay mayor fiesta para ella que subirse a la parte de arriba del orejero y contemplar las vidas que se mueven en las otras ventanas, el inquieto movimientos de los pájaros, el ir y venir de las nubes o la lluvia que cae. Ahora es media mañana y Francesca duerme en la cesta. De vez en cuando, abre un poco los ojos y, con cara de sueño, me mira y maúlla ligeramente. Quiere asegurarse de que sigo cerca. Creo que es feliz, después de todo lo que ha pasado con su enfermedad, que a veces regresa y luego se va. Estamos solos en casa. En realidad, pasamos mucho tiempo solos en casa. Como en este soleado día de febrero. La miro y sigo a mis cosas (leyendo, escribiendo). De fondo, suavemente, suena algo de música clásica. El sol, que entra por la ventana que está a mis espaldas, alcanza la cesta donde Francesca se encuentra medio adormilada. Le gusta sentir esa luz, esa inesperada ráfaga de calor. Está siendo un invierno largo y pesado, y ese sol nos reconforta a ambos, en esta mañana de febrero.

Leo que el 20 de este mes se celebra el Día Internacional del Gato. Hay días para todo, ya se sabe. Este día me sirve para recordar las imágenes de algunas de mis escritoras favoritas rodeadas de gatos. Pienso en aquella fotografía de Doris Lessing, medio despeinada y vestida con ropas sencillas, recibiendo a los periodistas tras la concesión del Nobel y rodeada de gatos. A Lessing parecían interesarle más los movimientos de sus gatos que el trajín que conllevaba aquel importante premio. De ella, Lumen acaba de rescatar ‘Gatos ilustres’, un delicioso libro sobre los gatos que se encontró a lo largo de su vida y sus particulares historias, desde la granja africana donde se crió hasta ese Londres en el que recibió el premio más destacado de las letras, mostrándose un tanto ausente.

Marguerite Duras siempre estuvo rodeada de gatos. Me gustan esas fotografías en las que aparece con ellos, como en la portada de la biografía que Laura Adler escribió sobre ella y que está publicada por Anagrama. Pero, a la hora de escribir, prefiere que los gatos estén al otro lado, prefiere quedarse a solas con su escritura: «Se está solo en casa. Y no fuera, sino dentro. En el jardín hay pájaros, gatos. Pero, también, en una ocasión, una ardilla, un hurón. En un jardín no se está solo. Pero, en una casa, se está tan solo que a veces se está perdido.”

Aquí estamos, Francesca y yo, buscando palabras, acaso también un tanto perdidos, aunque los dos estemos dentro de la casa y el jardín no sea más que una metáfora, un paraíso aún por alcanzar.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades