Estaba en mi habitación, escribiendo. Era domingo, el sol frío de marzo entraba por el ventanal del cuarto. Había elecciones generales. Alrededor de las cinco, me levanté y puse la radio para saber cómo iban las cosas. Datos de participación, declaraciones de los políticos de turno y todo ese blablablá de esos días en los que piensas que algo puede cambiar para mejor pero pocas son las cosas que cambian de verdad en este sentido. Después, llegó la triste noticia: Marguerite Duras acababa de morir en su casa de París. Estaba a punto de cumplir ochenta y dos años. Atrás dejaba una vida repleta de excesos (amores, amantes, alcohol, palabras y deseo: sobre todo eso, el deseo que recorre cada una de sus páginas, inmarchitable) y unos cuantos libros que habían hecho de ella una escritora fundamental del siglo XX. Sentí la rabia y la impotencia que uno siente cuando se muere alguien al que has admirado tanto. Una mujer que escribió casi hasta el último momento (la belleza de aquel rostro ajado, la manos lentas y llenas de anillos moviendo la pluma sobre el papel, la voz que ya era apenas un susurro). Tres años atrás había publicado un ensayo extraordinario sobre el acto de escribir. El tres de marzo se cumplieron veinte años de aquel día en el que, por cierto, ganó las elecciones un partido de derechas, esa posición política contra la que ella, Marguerite, tanto había luchado y escrito. Furiosamente.
Marguerite Duras es sin duda una influencia importante en la obra de Ray Loriga. Sobre todo, en sus primeros libros. La voz de Ray era diferente al resto en aquel tiempo: su literatura estaba llena de música, de influencias cinematográficas, de una extraña y atractiva poesía. Como aquella primera película que dirigió (“La pistola de mi hermano”) basándose en una de sus novelas de clara influencia “durasiana” (“Caídos del cielo”). Luego vendrían más libros y otra película. Me quedaría con “Días extraños”, “Trífero”, “El hombre que inventó Manhattan” y “Días más extraños aún”. Y colaboraciones en los guiones de Carlos Saura y Pedro Almodóvar. Fue el propio Almodóvar el que le definió como un fascinante cruce entre Marguerite Duras y Jim Thompson. No me parece desacertada la mezcla ni la comparación.
Mientras esperamos con el entusiasmo de antaño la nueva novela de Ray Loriga, podremos escucharle el día 10 de este mes en el Ciclo de la Palabra del Centro Niemeyer. En cuanto a Marguerite, en espera de las traducciones de algunas de sus obras que aún quedan pendientes, podemos disfrutar de “Savannah Bay”, obra de reciente aparición en castellano. Que, por cierto, José Luis Gómez quiso llevar a La Abadía con Julia Gutiérrez Caba y su sobrina-nieta Irene Escolar, pero el cansancio que siente la veterana actriz por las giras hizo que se suspendiese el proyecto. Una pena. Leyéndola, Madeleine no puede tener ya otras facciones ni otras manos que las de la Gutiérrez Caba.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades