Aunque el libro de segunda mano no me interesaba, lo abrí. Tenía la mañana libre y supongo que no me apetecía hacer otra cosa que mirar libros, aunque a veces se tratase de libros que no me interesaban demasiado. Allí estaba aquella letra, la de la dedicatoria, a medio camino entre la letra de una niña y la de una anciana. (Aún recuerdo la letra de mis abuelas, picudas y algo infantiles, en las numerosas listas de la compra que hacían, siempre se olvida algo, murmuraban). La mujer con letra de niña y de anciana (quizá también hiciese listas de la compra, como mis abuelas) le decía a un hombre lo mucho que lo quería, lo mucho que lo deseaba y lo mucho que esperaba que le gustase aquel libro cuya historia se desarrollaba en una ciudad italiana que ella conocía y, al parecer, él no. También le decía que esperaba que pudiesen visitar algún día aquella ciudad juntos. Y no decía nada más. No hacía falta. En aquellas escasas palabras (en realidad, no tan escasas si pensamos que se trataba de una dedicatoria estampada en una de las primeras páginas de un libro), estaba expresado todo.
Y a partir de ahí, empezaron las incógnitas: ¿sentiría aquel hombre lo mismo por la mujer?, ¿le habría gustado el libro?, ¿llegarían a visitar juntos aquella ciudad italiana, como ella proponía?
Salí a la calle y dejé de pensar en ello. Siempre hay algo impúdico en todo eso.
Hace unos meses, en la Cuesta de Moyano, encontré una novela de una conocida escritora. Tiempo atrás, en los ratos libres que me permitía el trabajo en la primera librería en la que trabajé, la había leído y, desde luego, no se trataba de su mejor novela. Al abrirla, descubrí la dedicatoria que le había escrito a otra conocida escritora. Era una dedicatoria cortés, amable, cariñosa incluso. Espero que te guste, añadía. Su letra -escrita con bolígrafo azul- era redonda, pequeña, bonita. No sé si a la escritora a la que iba destinada aquella dedicatoria le habría gustado la novela. A veces (nos pasa a todos) es inevitable deshacerse de algunos libros por culpa de los espacios. El caso es que estaba allí, perdida entre otras muchas novelas, esperando que alguien se interesase por ella. Ese curioso deambular de los libros.
Hace unos días empecé a leer uno de los nuevos libros de Chus Fernández, ‘cuadernos’. Y de repente, casi al principio, me encontré con estas palabras: “Abrir un libro de segunda mano y encontrarte una dedicatoria de alguien que no conoces para alguien también desconocido. El desasosiego”.
El desasosiego. Después de lo impúdico, el desasosiego. Ahí está la clave de las dedicatorias que encontramos en los libros de segunda mano, en esas mañanas ociosas en las que los únicos itinerarios reconfortantes son las librerías de viejo y sus posibles hallazgos.
Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades