La primera vez que viajé a Nueva York, hace casi diez años, tenía muy claro que no me iba a marchar de allí sin conocer el interior del Studio 54, aquella famosa discoteca que, aunque convertida desde años atrás en teatro (lo que había sido inicialmente, por otro lado), conservaba la decoración original de un sitio que ya era historia (me atrevería a decir que lo fue desde el momento mismo de su apertura, allá por los 70) y uno de los símbolos por excelencia de las libertades sexuales. Y el no menos emblemático Hotel Chelsea, donde Leonard Cohen había pasado una noche con Janis Joplin. Y luego inmortalizaría aquel momento de manera sentida y melancólica en una de sus canciones más célebres y escuchadas. No pude visitar ninguno de los dos sitios en aquella ocasión. El teatro estaba cerrado por vacaciones y al hotel no podías acceder a menos que cogieses una habitación. No importaba. Las personas mitómanas, aunque somos insaciables, a veces también sabemos conformarnos con lo que hay. Mirar desde la acera de enfrente cualquiera de los dos edificios y dejar volar la imaginación fue cuestión de segundos.

Ya que se cumple estos días el primer aniversario de la muerte del señor Cohen (con reedición en Lumen de varios de sus libros), vamos a centrarnos en el Hotel Chelsea. Y allí, frente a aquel edificio desvencijado, fue lo que hice: dejar volar la imaginación. En una de aquellas habitaciones, detrás de aquellos visillos sucios y desgastados que mecía el viento cálido de primeros de septiembre, podía verlos a los dos, a Janis y a Leonard, feos y geniales, haciendo historia sin ellos mismos saberlo por entonces. E incluso podía sentir las voces de ambos, y las risas, y el olor de los cigarrillos, y el tintineo de las copas, y el estremecimiento de los cuerpos sobre las sábanas arrugadas, a través de aquellos sucios visillos erosionados por el paso del tiempo.

I need you, I don´t need you. Eso también podía escucharlo, nítidamente.

Y de Janis podíamos pasar a Marianne, a Suzanne, a Rebecca, o a cualquiera de esas mujeres que pasean por sus canciones como casi todos paseamos por la vida: con fragilidad, con tristeza, con alegría, con determinación, con esperanza, con ansia, con cansancios acumulados… Todos los estados de ánimo posibles están dentro de las letras de este señor que ha movido el sombrero sobre los escenarios con la misma elegancia con la que ha sabido escribir sobre las mujeres y sobre la vida. Como ha sabido susurrarnos al oído. I need you, I don´t need you.

A pesar de que este año nos han dejado unas cuantas personas importantes -Terele Pávez, John Berger, Carrie Fisher, Sam Shepard…-, no vamos a ponernos tristes. Estos son días para volver a escuchar a Leonard Cohen. Como entonces, cuando éramos muy jóvenes y no teníamos miedo, y teníamos toda la vida por delante. Como ahora que, cada cual a su manera, sigue (seguimos) resistiendo. Y enredando melodías, y poemas, como aquellos dos jóvenes, Janis y Leonard, enredaban los deseos o las soledades (quién sabe), la inocencia y las sábanas arrugadas, las risas y la melancolía, sin intuir que alguien, desde la acera de enfrente, muchos años después, escucharía el eco de sus voces quebradas, decididamente únicas. El aliento de quien iba a pasar por la vida dejando una huella tan profunda.

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades