Aquellas mujeres, rondando los setenta años, viudas en su mayoría, venían por la librería en la que trabajaba y, casi en un susurro, me lo confesaban. El libro es para él. Él siempre era un señor, más o menos de su misma su edad, también viudo, al que habían conocido hacía poco tiempo. Nos encontramos en un baile, decían. Y tratamos de ser felices, no molestamos a nadie, somos conscientes de que el tiempo se agota, proseguían. Hoy es su cumpleaños. Por eso, le compro el libro, si no le gustase puede cambiarlo, ¿verdad? Claro, contestaba yo, terminando de envolverlo con papel de regalo. Y sonreía, cómplice, sin decir nada. Aquellas historias rebosaban ternura y fragilidad. Casi como la de los adolescentes cuyo destino, por diferentes razones, viene a ser igual de efímero. A veces, también lo confesaban, tenían que luchar con la oposición de los hijos, incluso de aquellos nietos a los que habían criado con paciencia y dedicación, aunque a veces no tuviesen demasiadas ganas o fuerzas. Pero ellas, pese a cierto atisbo de tristeza, se sobreponían. Tenían claro que aquellas aventuras les insuflaban vida, esperanza, alegría. ¿Quién tiene derecho a juzgar la búsqueda de la felicidad ajena? Hay quien piensa que tiene derecho a hacerlo. La vieja retahíla de siempre.

He recordado estas historias leyendo Nosotros en la noche (Radom House), la novela que Kent Haruf logró escribir después de que los médicos le dijesen que le quedaban pocos meses de vida. Curiosamente, pese a ese triste acontecimiento, la novela está llena de la vida, la esperanza y la alegría que un poco más arriba mencionaba. No hay amargura, ni dolor, ni resentimiento en la historia de estos dos personajes, un hombre y una mujer, que viven en una pequeña localidad de Colorado y que deciden emprender juntos el último viaje para vencer las horas más difíciles, las del anochecer, y a partir de ahí tomar las decisiones que puedan ir surgiendo. La más importante: estar siempre juntos. Para recuperar ilusiones perdidas. Hablan, reflexionan, recuerdan. Se muestran comprensivos, tolerantes. La sabiduría que otorgan los años queda patente en sus reacciones, en su comportamiento, en sus palabras y en sus silencios, siempre tan importantes como aquello que pronunciamos.

Una novela exquisita, delicada, concisa y conmovedora. Un canto a quien decide buscar la felicidad sin importarle los rumores que se puedan escuchar a sus espaldas. En apenas ciento treinta páginas (no se necesitan más), está toda esa grandeza.

(Leo con tristeza que Jane Fonda y Robert Redford serán los protagonistas de la versión cinematográfica de la novela. Y digo tristeza porque no sé qué dignidad podrán aportan a estos dos ancianos de una pequeña localidad de Colorado los rostros operados, sobre todo el de ella, de esos dos míticos intérpretes. Los protagonistas de esta historia son dos personas normales y corrientes, que han ido envejeciendo al ritmo de los años, ajenos a las excentricidades de esas estrellas octogenarias que tratan, sin conseguirlo, de detener el tiempo, de querer ser, inútilmente, aquellos dos jóvenes que paseaban descalzos por el parque, a finales de los años los 60 del siglo pasado.)

Ovidio Parades es escritor
@ovidioparades